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Durante las últimas décadas, se ha desarrollado el interés por el estudio de la memoria y sus representaciones.
Acercándonos, de esta forma, a las maneras cómo las colectividades entienden su pasado y los problemas derivados del uso de esas memorias colectivas por los distintos grupos sociales, ya sea en procesos identitarios, de cohesión, forma de dominación o de resistencias ante hegemonías.
Aunque no existe una definición universal, podemos entender el concepto de memoria como la manera en que se recuerda, significa y resignifica el pasado en el presente.
En esta dirección, Elisabeth Jelin en su escrito: Historia, Memoria social y testimonio o legitimidad de la palabra, plantea que “los acontecimientos del pasado tienen sentidos y significados diversos para distintos grupos sociales en las sociedades que están saliendo de periodos de violencia y sufrimiento, y que las memorias del pasado están sujetas a conflictos entre interpretaciones rivales”. Ejemplos de estas rivalidades, las observamos con claridad en la “teorías de los dos demonios” en Argentina, la cual caracterizó el genocidio vivido en este país en la década de los 70 como resultado del enfrentamiento entre dos fuerzas extremistas – terroristas de izquierda y derecha – eximiendo al Estado de su responsabilidad frente a los crímenes de lesa humanidad. También en las evidencias presentadas por el historiador estadounidense Steve J. Stern sobre las memorias de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile, en donde quedó expuesta la hegemonía de las memorias de los vencedores y su declive tras la democratización del país a fines de los años 90. Las memorias colectivas, o emblemáticas en palabras de Stern, de la invasión estadounidense a Panamá del 20 de diciembre de 1989, no se distancian de las desarrolladas en estas latitudes. Con la diferencia que fue la única transición a la democracia con ausencia de acuerdos entre las partes en conflicto. Este hecho –denominado por Alexandra Barahona de Brito, Paloma Aguilar y otras autoras –como transición por ruptura, dio más fuerza a la memoria de salvación – liberación de la Invasión, desplazada paulatinamente, por la memoria del olvido, convertida en Política de la Memoria por las elites políticas panameñas desde el Estado. La ausencia de actos oficiales, monumentos, conmemoraciones, la descalificación y desconocimiento de las víctimas, en fin, el ocultamiento de la verdad es piedra angular que valida esta afirmación. Las memorias, subalternas a las antes señaladas son: La memoria por la verdad y reivindicación de las víctimas y la memoria de añoranza del régimen anterior. La primera es propiedad de las organizaciones sociales, intelectuales y sectores de víctimas. Exige que el 20 de diciembre sea declarado Día de Duelo Nacional y una prolija investigación de lo acontecido. Se esfuerza por establecer “lugares de la memoria”, aunque no reivindican específicos héroes, sí hablan de los Mártires de la invasión. La memoria de añoranza del régimen anterior, es representada por medio de canciones, refranes e imágenes de Manuel Antonio Noriega. No es extraño escuchar en las calles las virtudes de la “mano dura del General”, sinónimo, en este caso, de orden y disciplina frente a la criminalidad reinante y los abusos derivados de la liberalización de la economía Prost invasión. Los portadores de esta memoria son grupos sociales excluidos e igualmente sectores de las víctimas marginalizadas. El estudio de estas memorias, se encuentra en su etapa inicial. Lo cierto es que la batalla continua. Y a veinte años de lo sucedido, vemos cómo la memoria de la verdad gana terreno en diversos espacios institucionales y de la sociedad civil; pero también la memoria de la añoranza del régimen anterior frente al evidente fracaso de las elites políticas y grupos de poder económicos en compartir los beneficios materiales de la democracia.
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