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La experta María Cándida Moraes afirma que la universidad debe ser capaz de asignar nuevas funciones de carácter social y ecológico.
Invitada especial del IV Congreso Internacional de Transdisciplinariedad, Complejidad y Ecoformación 2010, María Cándida Moraes, doctora en Educación de la Universidad Católica Pontifica de São Paulo, Brasil, ha impulsado el neologismo “ecoformación”.
Ella explica los alcances y retos de este término, utilizado por primera vez por el francés Gastón Pineau, con quien además, compartirá experiencias en el Sillón de la Tertulia durante el congreso, el cual se inicia el 22 de febrero.
¿Cómo se define la ecoformación en el siglo XXI?
– El concepto de ecoformación implica un proceso de restauración de la relación ser humano y medio ambiente, al tener en consideración las relaciones de interdependencia entre el organismo y el ambiente natural que se desarrolla en la vida vida cotidiana. Implica también la existencia de un campo tripolar, de tres polos de actuación, lo que lo califica en términos de una relación compleja que ocurre en el ámbito de los intercambios entre individuo/naturaleza/sociedad. Este planteamiento trae innumerables consecuencias para las ciencias de la educación y la práctica educativa cotidiana que se realiza en nuestras instituciones, ya sean universitarias o básicas. Estas consecuencias que no se reducen a la aplicación de recetas o medidas coyunturales, sino más bien a cambios de actitud que tienen más que ver con reformas paradigmáticas y del pensamiento. La ecoformación por tanto no es un modelo, sino más bien un estilo de pensar, sentir y hacer, o si se prefiere, una forma de vida que implica entre otras cosas apostar y trabajar por un cambio integral del carácter industrial, mercantil y patriarcal de nuestra civilización, al mismo tiempo que por el cuidado de nuestro medio natural y social y de nuestro medio interno, mental y espiritual.
¿Qué implicaciones tiene la ecoformación para la Universidad? – La Universidad del siglo XXI, tal como yo la veo, ya no puede seguir existiendo como una gran maquinaria productora de títulos y acreditaciones que se otorgan con base en unos estándares de calidad cuyo fundamento reside en la acumulación de conocimientos especializados. Con esto no quiero decir que determinados campos del conocimiento y especialmente del desarrollo tecnológico, que nos permiten incrementar y mejorar nuestra calidad de vida, no tengan que ser necesariamente especializados. Lo que quiero decir es que la Universidad, a estas alturas de nuestra historia como especie, y sobre todo con el grado de desarrollo de las tecnologías de la información a que hemos llegado, ya no puede arrogarse la patente y el patrimonio de la producción de conocimiento. Cualquier persona, grupo o entidad puede hacerlo.Además la Universidad del siglo XXI tiene también que comprometerse con el tiempo que le ha tocado vivir, es decir, tiene que ser responsable socialmente, tiene que esforzarse en construir caminos que nos permitan buscar soluciones a los problemas que tenemos como especie que sobrevive en un planeta que se derrite y se muere como consecuencia de nuestro modelo civilizatorio. Ya no basta con que la Universidad cumpla la clásica función económica y de reproducción social que el paradigma educativo dominante le asigna. Es necesario que demos un salto cuántico, para ser capaces de asignar nuevas funciones de carácter social y ecológico. Esto lógicamente implica programas, proyectos, iniciativas e ideas en las que desarrollo educativo, desarrollo humano y desarrollo comunitario sean inseparables.Todos las carreras universitarias (la propia palabra “carrera” es ya de por sí patriarcal), todos los estudios y facultades, tendrán necesariamente que incluir saberes, conocimientos y metodologías interdisciplinarias y también transdisciplinares, es decir, cargadas de rigor, tolerancia, apertura, transparencia y transformación.
¿Cuáles cambios son necesarios para que la educación en general y la universitaria en particular, evolucionen hacia una ecoformación?
– Es necesario un gran cambio docente, curricular, organizativo y de políticas educativas y esto exige desde la ecoformación que los cursos de capacitación y de formación docente estén más centrados en la complejidad de la consciencia humana, en posibilitar la madurez individual y social capaz de promover transformaciones interiores e exteriores más significativas. También en la importancia de reconocer el papel de la intuición, del imaginario, de la sensibilidad y del rescate del cuerpo en los procesos de construcción del conocimiento.De esta forma, en el rol de las competencias docentes para afrontar el siglo XXI debería estar la mejoría de la capacidad de interiorización y de autoconsciencia del ser docente, destacando que una de las más importantes del ser humano es su naturaleza autorreflexiva; instrumento y condición para su desarrollo individual y colectivo. Es esta capacidad la que llevará al docente a percibir lo que ocurre en de la realidad discente (del estudiante), y aprovechar cada momento como un espacio de autoconocimiento, de cambio y transformación.La docencia transdisciplinaria precisa entonces ser dialógica, compleja, sensible, integradora, consciente, innovadora, creativa, multidimensional y muy competente, teniendo la ética como elemento presente en todas las acciones desarrolladas. Ella posee una naturaleza ecosistémica, entendida como característica fundamental para una mejor comprensión de la complejidad de las relaciones, de las conexiones y de las emergencias que acontecen en los ambientes de aprendizaje.En cuanto a los cambios administrativos, la institución necesita ser gestora del conocimiento y no solamente estar preocupada por las lecciones magistrales, por las estrategias pedagógicas y didácticas descontextualizadas que la reducen a ser transmisora y reproductora del conocimiento y de los valores dominantes en la cultura. Ahora bien, la institución está siendo desafiada a cambiar la lógica de construcción del conocimiento, pues el aprendizaje es un proceso a lo largo de la vida; es un proceso de educación permanente. Debería, por tanto, estar más abierta a las necesidades de la comunidad. La estructura de organización educativa debe estar al servicio de la generación de ambientes de aprendizaje y de experiencias de desarrollo personal y de construcción de conocimiento, lo que exige criterios de flexibilidad, convivencia, atención, respeto a las diferencias, a los tiempos y necesidades personales, además del cuidado y acogimiento. Es preciso crear nuevos espacios o escenarios educativos que liberen a las personas de la rigidez del sistema educativo actual y convierta las experiencias en algo agradable, alegre, placentero, gozoso, inolvidable, en algo, sobre todo ¡más feliz! Es preciso ver la institución como una comunidad global organizada, como una unidad compleja que articula organizacionalmente diferentes elementos que ocupan un determinado lugar en el tiempo y en el espacio y que para constituirse como tal presupone la existencia de relaciones de interdependencia entre los elementos constituyentes y la existencia de propiedades comunes compartidas…Esto nos indica que la administración de los centros precisa percibir las interconexiones de todos los problemas y necesidades educativas, las relaciones y conexiones de los procesos de enseñanza y aprendizaje, la importancia e influencia de las redes de informaciones, el papel activo de los sujetos que intervienen en los procesos.
¿Cuál es el impacto de este IV Congreso en Costa Rica?
– Es de extrema importancia desarrollar una conciencia planetaria a partir de una mirada compleja, transdisciplinaria y ecoformadora para que podamos resolver los problemas más apremiantes, de otra forma no iremos muy lejos. Es preciso también crear y expandir la comunidad de investigación, formación e innovación en esta área temática y que propicie nuevos criterios de rigor científico, metodologías y estrategias coherentes con esta visión integradora. Además necesitamos profundizar los estudios sobre estas temáticas y Costa Rica posee importantes investigadores en esta área, como las de Francisco Gutiérrez y Cruz Prado.
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