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¿Es hora de reemplazos?

Algunos líderes de la llamada oposición al régimen de los hermanos  Arias han acudido, solícitos y presurosos, a  reuniones convocadas o convenidas con la ungida candidata, presidente electa, próxima a ser declarada por los actuales Magistrados del TSE, Presidente del país.

Algunos líderes de la llamada oposición al régimen de los hermanos  Arias han acudido, solícitos y presurosos, a  reuniones convocadas o convenidas con la ungida candidata, presidente electa, próxima a ser declarada por los actuales Magistrados del TSE, Presidente del país.
Lo han hecho muy probablemente convencidos que estos encuentros tempraneros representan actos de buena fe y que así lo percibirán la gran mayoría de ciudadanos a riesgo de que los más sagaces y pesimistas se atrevan a calificarlos  de ingenuos o estultos  o peor aún, que son producto de una  conciente y vergonzosa connivencia con el régimen.  La mayoría de los asistentes a estas citas no dudan, porque así lo han manifestado en la reciente campaña electoral,  que estos últimos cuatro años han sido de sistemáticos atropellos a los dos principales baluartes de la sociedad costarricense: su democracia y su Estado Social de Derecho, construidos ambos por varias generaciones bajo la conducción de preclaros  líderes de diferentes y hasta contrapuestas ideologías políticas.
Otros han coincidido que este régimen  no ha vacilado ni escatimado medio alguno para favorecer el desenfrenado intento de acaparar poder político económico y mediático para una pequeña cúpula, bajo  ignominiosos signos de inmoralidad. Ni tampoco han discrepado en que la inseguridad ciudadana pasa por  sofisticados métodos represivos, aplicados por una flamante policía política, a aquellos ciudadanos resistentes que han vencido ese miedo generalizado que se ha logrado imponer.
Sumado a lo anterior, el cierre de programas de opinión y la cuestionada independencia de los poderes, consagrada en la Constitución Política, son parte de una larga lista de acciones que tipifican  el método misantrópico de las dictaduras.   Se han hecho presentes ante la máxima representante del continuismo, hoy consolidado gracias en gran parte a esa pusilánime resistencia a llamar las cosas por su nombre que impide reconocer que la Costa Rica de hoy es otra totalmente diferente de aquella construida por esa vía o camino propio que la convirtió en un proyecto social emblemático en el mundo. Los resultados de las conversaciones o de la discusión, si la hubo, han sido profusamente divulgados por la prensa nacional y los comentarios de los solícitos visitantes muestran una “contentera” inexplicable por los regalos o concesiones que aparentemente recibieron a los cuales solo podemos llamarles, frente a la cruda realidad, “confites en el infierno”.  Así están las cosas con parte de esa dirigencia nacional de oposición, falsa o verdadera, que no esperó indicio alguno de  cambios por parte de quienes pregonan tender puentes y levantar muros cuando  han practicado precisamente todo lo contrario. Si es que se presume que la señora Presidente electa es diferente y que realmente podrá, en las actuales complejas circunstancias,  impregnarle un «nuevo estilo» a la conducción del gobierno nacional, lo que significaría tener que enfrentarse a los responsables de un extravío jamás conocido en la historia del país, habría entonces que asumir la responsabilidad de decirlo y sin tapujos.  Porque de ser así, de vislumbrarse la posibilidad de que se produzca aunque sea un tímido  inicio de un proceso de recuperación nacional,  para  retomar esos rumbos ciertos, costarricenses y patrióticos, volver a la solidaridad, al pleno ejercicio de  la democracia y de los derechos civiles, al irrestricto respeto a la Carta Magna  y a la protección de nuestra soberanía, sería una verdadera “revolución de palacio”  que la gran mayoría de los costarricenses de seguro aplaudirá con el implícito reconocimiento a doña Laura como mujer inteligente, independiente y de coraje. Cabe, sin embargo,  preguntarse si esto ha sido un enunciado de buenas  intenciones o algo más, por ejemplo: ¿una  maniobra de legitimación política? En todo caso este pueblo engañado una vez y otra también  quiere saber de qué se trata.   Y es que resulta difícil explicarse cuáles han sido los verdaderos móviles de estas apresuradas “negociaciones” cuando se ha hablado de marionetas  y a la fecha se desconocen quienes serán los designados para asumir el poder real en las distintas dependencias del Estado, y menos aún las primeras medidas de gobierno. Sin hablar de certezas sobre quién gobernará Costa Rica en los próximos cuatro años, si la ciudadana Chinchilla con “su gente” o las iluminadas águilas (¿imperiales?) con sus acólitos y poderosos actuales aliados.  Ya se notan  en la ciudadanía bien informada  algunas primeras reacciones impregnadas  de frustraciones que se convertirán en mayores si no se comienza al menos a pensar en la necesidad  de posibles reemplazos de una dirigencia dominada por  vanidades y soberbias, que exige subordinaciones y aplica odiosos tutelajes descalificadores que desaniman a los más valientes y versados. Sus reiteradas torpezas  han provocado y siguen provocando derrotas sucesivas que luego, cuando ya es demasiado tarde,  tratan de encubrir con lloriqueos de sorprendidos o con anodinas y reiteradas justificaciones de sus interminables errores. Y esta, en las actuales circunstancias pasa a ser, por encima de una tarea ideológica o de partidos, una misión de carácter  nacional y patriótico. No pretenden estas líneas otra cosa que el  animar a la reserva moral e intelectual del país y particularmente a los jóvenes, a quienes se las dedico,  a que asuman la responsabilidad histórica de integrarse a la defensa de esta Patria que hace tiempo reclama una victoria.

  • José Luis Callaci
  • Opinión
Democracy
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