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Como todo el mundo, en ocasiones deseo poder retroceder en el tiempo y cambiar algunos de los errores que cometí en mi juventud. Pero nadie puede viajar hacia atrás en el tiempo para deshacer sus errores, no importa cuán visibles los hagan sus consecuencias con el paso del tiempo.
Pero lo que todos podemos hacer, en virtud de nuestra imaginación moral, es atisbar con frecuencia el futuro concebido por nuestras elecciones conjuntas del presente, aun antes de que ese futuro nazca en las vidas de quienes vivirán las consecuencias de lo que ahora hacemos y no hacemos.
Dentro de no muchos años, una nueva generación volverá la mirada hacia nosotros, a este momento de elecciones, y se hará una de otras dos series de cuestiones: preguntarán «¿En qué estabais pensando? ¿No visteis que todo el casquete polar ártico se estaba fundiendo ante de vuestros ojos? ¿No oísteis las advertencias de los científicos? ¿Estabais distraídos? ¿No os importaba?
O bien, en lugar de ello, preguntarán: «¿Cómo hicisteis para conseguir el valor moral para poneros de pie y dar solución a una crisis que muchos decían que era imposible de resolver?
Tenemos que escoger cuáles de estas preguntas queremos contestar y debemos dar nuestra respuesta ahora, no con palabras, sino con nuestras acciones.
La respuesta a la primera pregunta -¿en qué estabais pensando?- casi resulta demasiado dolorosa de escribir:
«Discutimos entre nosotros. No queríamos creer que realmente estaba pasando. Esperamos demasiado tiempo. No podíamos imaginar siquiera que fuese posible que los seres humanos causáramos cambios tan profundos a escala planetaria. No comprendíamos que tantas cosas hubieran podido salir mal, tan deprisa.
»De algún modo, perdimos la confianza en nuestra capacidad de razonar juntos, basándonos en las mejores pruebas proporcionadas por nuestros científicos más destacados. Incluso cuando los hechos ya resultaban claros, encontramos imposible liberarnos de la parálisis política, inducida en parte por quienes pensaban con apasionada resolución que no debíamos hacer nada.
»Después de todo, cambiar es difícil. Por favor, intentad entender que es prácticamente imposible llevar a cabo grandes cambios, rápidamente, a escala global.
»Teníamos tantos problemas que llamaban nuestra atención. No nos percatamos de que las soluciones a todos esos problemas estaban relacionadas con los mismísimos cambios que deberíamos haber realizado para salvar la integridad del ecosistema de la Tierra. Sé que esto no sirve de consuelo, pero lo intentamos. Lo siento».
La segunda pregunta -¿cómo lo conseguisteis?- es la que, con mucho, prefiero que respondamos y he aquí la respuesta que, espero, podamos dar:
«El momento decisivo tuvo lugar en 2009. El año comenzó bien, con la investidura de un nuevo presidente en Estados Unidos, quien inmediatamente cambió las prioridades para centrarlas en la construcción de los cimientos de una nueva economía de bajas emisiones de carbono. La resistencia estos cambios fue feroz, especialmente por parte de las compañías que ganaban mucho dinero produciendo, vendiendo y quemando carbón, petróleo y gas. Hubo momentos en los que temí que no seríamos capaces de hacer tanto tan rápidamente.
»Durante un tiempo, nuestras discusiones públicas confundieron a la mayoría. Nuestra cultura política estaba distorsionada por el hecho de que solo quienes poseían grandes sumas de dinero podían exponer sus opiniones una y otra vez en la televisión, la cual era en los primeros tiempos de internet el medio de comunicación dominante. Los defensores del interés público -y de vuestro futuro- estaban en desventaja.
»Pero la verdad sobre la emergencia global ganó terreno. Las pruebas que presentaban los científicos se fueron acumulando lentamente al principio, pero luego ocurrió algo que resulta difícil de describir. Unos cuantos de los que se oponían al cambio cambiaron ellos mismos. Uno de ellos me dijo que su hija le había hecho algunas preguntas que él había encontrado difíciles de responder de la manera que lo hacía siempre.
»Sea lo que fuere lo que sucedió, todo cambió cuando estos antiguos opositores se transformaron en apasionados promotores del nuevo rumbo. Fue un giro inesperado. Uno a uno, otros se unieron a lo que se convirtió en un poderoso acuerdo de que teníamos que actuar, audaz y rápidamente. A finales de 2009, ocurrieron dos osas que inclinaron la balanza de forma decisiva. Primero, Estados Unidos de América aprobó leyes que modificaron el modo en que los dirigentes comerciales y cívicos hacían planes para el futuro.
»Al ponerle un precio a la contaminación que antes se había ignorado, EE. UU. estableció poderosos estímulos para iniciar el histórico abandono de la quema del carbón sin la captura y el almacenamiento del CO2 que contiene. Los nuevos incentivos para modificar nuestra forma de producción de energía, de los combustibles fósiles a las fuentes de energía solar, eólica y geotérmica, desencadenó una ola de mejoras en estas y otras tecnologías que evitaban la contaminación.
»Estábamos gratamente sorprendidos de que tantos de los cambios no solo no nos resultaran costosos, sino que, en realidad, reportaran ganancias. Muchas de nuestras industrias encontraron maneras de cambiar las prácticas derrochadoras y se hicieron más eficientes. Los agricultores, criadores de ganado y grandes terratenientes empezaron a plantar árboles por millones y modificaron las prácticas de cultivo y de cría de animales.
»Poco después de que Estados Unidos iniciara el cambio, en diciembre, todas las naciones del mundo se reunieron en Copenhague, Dinamarca, para negociar un tratado global que muchos, aun entonces, consideraban imposible. Pero allí también pasó algo. Fue solo el comienzo del cambio global y, en ese momento, muchos pensaban que lo que se estaba haciendo era poco, del mismo modo que muchos, en EE. UU., habían pensado que las leyes aprobadas en vísperas de las conversaciones relacionadas con el tratado lograban muy poca cosa. Pero las nuevas reglas básicas establecidas en el tratado resultaron más poderosas de lo que habíamos advertido en aquel momento. Cambiaron las expectativas, la planificación y el pensamiento y después -otra vez, lentamente al principio-, la conducta.
»Resultó que China, por su parte, había estado haciendo cambios de manera silenciosa. La India tardó más en iniciar el cambio, pero en 2009, la combinación de Estados Unidos y China -los mayores contaminadores del planeta en lo referente al calentamiento global- cambió la situación. Europa -que en esa época se encontraba en las primeras etapas de su proceso de unificación- y Japón apoyaron la propuesta de EE. UU. y China de imponer límites importantes a las emisiones de CO2 y de otros cinco contaminantes que atrapan calor y eran los causantes de la crisis. En efecto, tanto Japón como Europa habían provisto un liderazgo decisivo durante los primeros años del siglo xxi, cuando Estados Unidos había abdicado de su responsabilidad.
»Brasil e Indonesia -las dos naciones que más deforestaban- congregaron a los países en vías de desarrollo para unirse en un acuerdo que, por primera vez, vinculaba la inversión de la pauta de deforestación de los países pobres a la abrupta reducción de las emisiones industriales de los países ricos.
»Conforme la conciencia de la crisis climática crecía, gente de todo el mundo interesada en vosotros halló las maneras de presionar a sus dirigentes. Surgieron cientos de miles y luego millones de redes populares. Conectados entre sí, principalmente por internet, estos grupos formaron una poderosa “Gran Alianza” de organizaciones no gubernamentales (ONG) que acordaron respaldar una agenda común para la transformación sistémica de la agricultura y la ganadería, las manufacturas, los negocios y el comercio. Los nuevos incentivos, cuyo fin era reducir el carbono, desataron flujos de recursos para financiar la plantación de árboles, la agricultura orgánica, la restauración de la fertilidad del suelo, la reforma educativa -centrándola tanto en las niñas como en los niños-, nuevas iniciativas de asistencia sanitaria, con especial énfasis en la infantil y maternal, lo que aumentó las tasas de supervivencia infantil y aceleró el cambio mundial hacia las familias de menor tamaño. […]
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