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Algunos cristianos ultrafanáticos se preguntan siempre ante cualquier situación ¿Qué haría Jesús? (aunque algunos prefieren el modismo “What would Jesus Do?”).
De tal forma hay quienes toman inspiración en grandes figuras de la historia y se visualizan ante una situación actuando como otros, pero los más frenéticos toman inspiración en sí mismos.
Óscar Arias en los días que le quedan como presidente, todavía tiene cosas relevantes por hacer, el problema es que durante sus actividades se pregunta a sí mismo qué hacer, y en especial se pregunta qué decir; al hablar no se concibe como presidente de Costa Rica, sino que externa posiciones muy personales, haciendo un compendio de salidas y metidas de patas.
Un agravante es que el talante parlero de Arias no se queda en mesas de cafetín, se explaya a grandes encuentros, cumbres, o conferencias de prensa locales e internacionales, pero en estas actividades olvida que es un funcionario público y habla motu proprio. Arias platica o calla de forma acomodaticia a sus arrebatos y miedos. Aturdió en Miami en junio del año pasado con sus declaraciones arrogantes sobre la Constitución Política de Honduras, adjetivándola como la peor en la faz de la tierra, siendo él mismo dizque mediador en el conflicto del golpe; ahora critica autoritarismos fantasmas en la más reciente cumbre de mandatarios en México, pero no denuncia con nombres y apellidos como debería hacerse, sino que estimula la farfulla ponzoñosa y chismera; allí mismo clamó por evitar la retórica proselitista de campañas que se basan en promesas de futuros desbordantes de prosperidad, justo como las que encabezó durante sendos lanzamientos como candidato a la presidencia y como funcionario público a favor del TLC; denunció regímenes tentaculares, pero luego olvida que él mismo presionó a los magistrados del Tribunal Constitucional para que aprobaran su reelección, y a la Asamblea Legislativa para que aprobara el TLC; endilgó en sus homólogos de América Latina y El Caribe la promoción de “pesos y contrapesos” (sic), pero antes calló cuando se divulgó el memorándum de Casas y Sánchez, que era un adminículo de persecución de varios “contrapesos”.En su libro Nuevos rumbos para el desarrollo costarricense Arias concluía, entre otras cosas, que los problemas de la democracia se resolvían con más democracia, y que era vital para un régimen democrático contar con oposición; ahora en su segunda administración ha despotricado contra ambos argumentos, acusando al país, a ratos, de ingobernable, e ignorando con su silencio a cualquier forma enérgica o tenue de oposición. A fin de cuentas Arias es contradictorio, no acepta en sus discursos la manipulación de resultados electorales pero su ejercicio del poder ejecutivo muestra indicios de un autoritarismo antojadizo pero a la vez redomado, quizá derrotista por cuanto no pudo mandar y obligar cuanto quiso. Al fin de cuentas sus conferencias se resumen en oratoria de muy baja calidad. La próxima presidenta Laura Chinchilla debería procurar desmarcarse de Arias cuanto pueda. La lección aprendida redundaría en evitar hablar en público cuando sólo pudiera declarar opiniones obcecadas, las cuales sería prudente reservar para soliloquios frente al espejo y aún allí debería mantener un poco la distancia entre sí y su reflejo para no empañar el vidrio, y recordar que hablará en calidad de funcionaria pública, representante de un país de opiniones diversas.
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