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Estimados lectores, estimadas lectoras: si el título de este artículo les ha llamado la atención por inusitado, se cumplió el objetivo que tuve al escogerlo: quería que ustedes se aprestaran a reflexionar conmigo sobre un tema sorprendente, que se escapa entre los intersticios de la ciencia natural y la ciencia social.
Me refiero a una investigación realizada hace unos treinta años por el doctor en etnobotánica Wade Davis, graduado de la Universidad de Harvard, cuyos resultados fueron publicados principalmente en dos libros polémicos: La Serpiente y el Arcoíris (The Serpent and the Rainbow, 1985) y Paso de Oscuridad (Passage of Darkness, 1988).
Esas obras contienen estudios rigurosos sobre vudú y zombis en Haití; la primera de las cuales me fue facilitada por John Hunt, un amigo de Trinidad y Tobago, a raíz de una conversación que sostuvimos sobre acontecimientos recientes en ese país.
El libro me causó una profunda impresión, porque creía que esos temas se referían a meras supersticiones y fantasías primitivas, sin bases racionales ni evidencias empíricas. Pero Wade Davis planteó una hipótesis opuesta, que generó serios cuestionamientos y gran polémica, como ha ocurrido con todos los descubrimientos importantes y teorías novedosas en ciencia.
Ese científico y popularizador de la ciencia, en antropología y biología, es original de Canadá y ha trabajado en conservación ambiental, como guarda forestal y explorador de plantas; ha preparado alrededor de 6.000 colecciones botánicas, producto de viajes a las Amazonas, los Andes, Perú, Borneo, Tíbet, el delta del Orinoco, el Ártico y África; ha escrito varios libros y numerosos artículos, ha preparado documentales y ha dirigido programas de televisión. Pero, su fama mundial se derivó de sus estudios sobre Haití, cuyos principales aspectos resumo a continuación:
• En 1974 comenzaron los contactos que lo llevarían –después de casi diez años- a encargarse del llamado Proyecto Zombi, en los cuales participaron cuatro distinguidos académicos, todos vinculados con la Universidad de Harvard; ellos fueron Richard Shultes, David Merrick, Heinz Lehman y Nathan Kline.
• Esos experimentados científicos tenían importantes dudas sobre la muerte. En el curso de muchas observaciones y reflexiones llegaron a la conclusión de que los indicadores de muerte conocidos, con la sola excepción de la putrefacción, no eran definitivos.
• Entre varios casos, había uno especial: el de un haitiano de nombre Clairvius Narcisse, sobre el cual había un certificado oficial de muerte y había sido enterrado, pero apareció con vida, se sabía dónde localizarlo y se encontraba en el estado llamado “zombi”. Entonces, los objetivos del proyecto eran: documentar ese y otros casos; verificar o desmentir su existencia; y, en caso de haber ocurrido, obtener la explicación correspondiente.
• Wade dedicó más de tres años al proyecto, incluyendo permanencias en Haití, visitando numerosas comunidades y personas, incluyendo a Narcisse y otros en su estado. Averiguó lo siguiente: había personas que sabían cómo inducir un estado catatónico y eliminarlo; esto se lograba mediante una combinación de sustancias venenosas, restos de animales y seres humanos, que incluía tetrodotoxinas y raspaduras de calavera; se enterraba la “víctima” y, después de un tiempo, se desenterraba; la hacían volver a la vida física, pero carente –en alguna medida- de memoria, voluntad y conciencia (todo lo que se asocia con “alma”).
• Se aplicaba ese tratamiento a personas que cometían graves infracciones de normas comunales, siguiendo rigurosos procedimientos y ritos, bajo supervisión de autoridades designadas al efecto mediante procesos tradicionales. El “cuerpo”, que quedaba sin “alma”, se solía disponer para trabajos en la comunidad o propiedades de quienes habían sido perjudicadas por la infracción.
¿Podríamos aprender algo de Haití?
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