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Los planes reguladores se han configurado como escenarios que proyectan la participación social de una “mayoría en silencio”, que intenta acceder al verbo, al logos, a la palabra que no se les permite expresar, es la posibilidad de poder decidir sobre su espacio, su cotidianidad y pronunciar sus anhelos, expectativas y deseos. No hay planificación urbana posible mientras los tecnócratas caigan en reduccionismos y obvien de lo urbano la determinante social. Pero aún más peligroso, es ver como pretenden monopolizar la palabra, silenciar al pueblo y afirmar que los habitantes no se permiten gobernar.
La tecnocracia del país es partícipe y promotora de la polarización espacial, muestra de la inequidad social y de la desigualdad de un país dividido en dos: las brechas irreductibles entre ricos y pobres, ejerciendo presión y antagonismo en el territorio.
Es el crisol de iniciativas institucionales y privadas no coordinadas lo que muestra una sociedad que no dialoga, que no hace consensos, que no se pone de acuerdo. Pero aún peor, una clase social particular que pese a la aparente dispersión, conflicto y confusión, si se ponen de acuerdo en torno a un valor: el beneficio.
Para muestra un botón sobre este caos urbano, son los condominios o residenciales imposibles, inalcanzables, que tan solo hiperbolizan la frustración consumista de la mayoría, y la desigualdad en el acceso a la vivienda para un gran sector, que a su vez generan nuevos atascos viales. Este desarrollo inmobiliario “desplanificado” es efectivamente razonado, no existe en él, ningún tipo de caos o desorden. Para una de las Costa Ricas, la de los ricos, dueños de la apropiación del espacio, no hay problema en utilizarlo para sus propios fines, ajustarlo y ordenarlo en función a las necesidades personales y empresariales.
Cuando se habla de planificación urbana en Costa Rica, los tecnócratas se confunden al comprobar que no saben cómo organizar a los pobres, los asentamientos humanos en condiciones de vulnerabilidad y riesgo, el transporte público (que no usan los ricos), el agua potable para las comunidades, los barrios periféricos, la insalubridad, el congestionamiento vial, los parques comunales, los precarios, el territorio de la mayoría.
Hoy en día los tecnócratas expresan el peligro del caos urbano a la lógica capitalista de su propio beneficio, berrean contra las comunidades, atacándolas por generar conflicto, y critican a los grupos organizados por obstaculizar el progreso, el hecho es que la planificación urbana no es analizada en sus causas y su configuración social, se permiten afirmar que la población es rebelde contra el Estado.
Los intereses privados, transnacionales y particulares, son más bien los que predominan en un Estado capitalista que no representa a la población y más bien administra el caos urbano. No será nada extraño, que cada vez más las comunidades se organicen como la resistencia, mostrando las deficiencias o atributos de una democracia que supone representa los intereses de la mayoría, haciendo imposible un desarrollo urbano, al menos que no razone y entienda que no son las externalidades las que dan contenido a la existencia, sino que el espacio y la existencia misma se construye socialmente. La ingenua ambición de transformar el caos urbano sin tener que transformar la realidad social, bajo la premisa engañosa de que transformando el entorno urbano se va a transformar las condiciones sociales, genera la pregunta que nadie responde: ¿dónde van a meter a los indigentes de la ciudad, los precarios, la pobreza, los vehículos, el crecimiento inmobiliario, las desigualdades sociales?
Las condiciones adversas del caos, generan un ciudadano al borde de una crisis social y psíquica, donde la simple acción de trasladarse de un lugar a otro se torna insoportable. En el fondo de toda la maraña urbana, hay un contraste entre la ciudad, la historia, la política, la cultura y los valores sociales.
Al final, no somos actores sino testigos silenciosos e impotentes de una planificación urbana incoherente, donde se da un proceso de expansión del caos urbano al tejido de la periferia de las ciudades, zonas rurales y las costas del país, avanzando como una mancha negra en las voluntades y conciencia de la ciudadanía costarricense.
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