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A la única de mis críticos
a quien le hago caso:
Mi esposa
Décadas de tensa estabilidad en la realidad histórica llevaron a la conciencia al desprecio de una lúcida advertencia: la naturaleza no resistiría por mucho tiempo más su sometimiento a la pasión humana.
Agotada la vitalidad de la realidad histórica esta no puede detener más la tensión que generó sobre el mundo, este se precipita a su decadencia, desde la cual el ser humano remira a la naturaleza descubriendo que ella ha entrado un proceso de desgaste al que no se le contrapone voluntad humana de contrarrestarlo, revertirlo y resignificarlo.
El proyecto de mundo forjado por el capitalismo ha quedado sin asidero posible, la decadencia de un tipo de realidad histórica ha pervertido al espíritu humano. Hoy, respirar el aliento de los demonios de la pasión y el desprecio no despierta placer alguno.
Como narrativa inhibidora se extiende entonces una sensibilidad que no reconoce significados y se niega a la pasión de reasignarlos. Desventurada nuestra conciencia ve a su mundo con una realidad agotada, coloca a la muerte por encima de la existencia, como si ella diera algún significado a la vida, el ser humano se aferra entonces a instantes pasajeros y los excita.
La simple formulación de proyectos de significado vital, algunos tan simples que resultan vulgares, otros tan sublimes que resultan risibles, no son más que expectativas transitorias, la conciencia deambula por la realidad que no le importa, los sueños se fragmentan en ilusiones dispersas, el ser humano se vincula la relaciones constitutivas del mundo, las cuales, abandonadas a su orfandad se deterioran. Hemos renunciado a la pasión por la vida envilecidos por la perversión de la realidad histórica agotada.
La vida es un acto pasión, no es la muerte la que da significado a la vida, es la vida la que da magnitud a la muerte; se vive en la pasión de gestar significados comprensibles, de dar coherencia a nuestra realidad con nuestras posibilidades. De la tensión entre la pasión y el desprecio surge en nuestro espíritu la voluntad de materializar nuestra dignidad.
Envilecida por su desventura, nuestra conciencia ve a la realidad por entero bajo la categoría de colapso, un agotamiento integral que se percibe como concluyente simplemente porque en el contexto de una sociedad decadente no le es posible reconocer la posición fundamental del hombre dentro las relaciones constitutivas del mundo; peor aún las distorsiona hasta desarticularlas. Es esta perversión del espíritu la que le da significado a una apocalíptica desesperanzadora, es este colapso de los significados humanos el que desde narrativas escatológicas europeas y prehispánicas sólo logra configurar discursos de desasosiego, tragedia e inevitabilidad.
Más que el fin de los tiempos, el inobviable desgaste de la naturaleza, provocado por la barbarie devoradora capitalista, es una tensión generada por un proyecto de mundo agotado, el cual por efecto de su propia decadencia agota en el ser humano más simple la pasión de resignificar, reconstruir, reconfigurar un mundo que debe ser nuevamente habitable.
La sensibilidad tanática y apocalíptica que el capitalismo en decadencia ha generado en el espíritu humano no es más que un impasse en el que la generación de alternativas se ve debilitado por la destrucción, ante los ojos de miles, de los sentidos que le habían dado significados su existencia autorizándolos a disfrutar de un goce de apariencias.
No es el mundo el que colapsa, no es la realidad natural la que se encuentra en un momento inevitablemente incorregible, es más bien el espíritu humano el que, colapsado por su envilecimiento, se niega a sí mismo el derecho de reconstruir su realidad corrigendo desde su posición fundamental los infortunios creado por un proyecto colapsado.
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