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Más allá de la discusión sobre los alcances y las limitaciones de la autonomía universitaria, los lamentables sucesos del pasado lunes 12 de abril en el campus Rodrigo Facio deberían ser motivo de seria reflexión académica en nuestro medio, pero no sólo los “hechos en sí” , cuya interpretación es motivo de controversia, sino sobre todo la sorpresiva reacción que generaron en numerosos foros de opinión y en redes sociales como Facebook, en donde, asombrosamente, en lugar de condenar la violencia y la brutalidad policial, muchos de los comentaristas se dedicaron a justificar e incluso a alabar la acción policial.
El eje de la discusión no debe ser si el OIJ tenía o no tenía derecho de ingresar al campus, pues en mi opinión eso desvía la discusión del tema fundamental: la agresión y la brutalidad policial. Que los estudiantes reaccionen espontáneamente cuando la policía invade el campus es lo esperable, pero que los policías los agredan del modo que lo hicieron es simplemente injustificable.
Sin embargo, esa no parece ser la opinión de muchos. Es chocante ver que a alguien lo garroteen y le rompan dientes por defender a un compañero, pero que la reacción de algunos comentaristas en ciertos foros de discusión sea reírse y burlarse de esto es simplemente escalofriante.
Leyendo sus comentarios, queda la impresión de que muchas de estas personas, incluso estudiantes de esta misma universidad, lo cual es doblemente preocupante, consideran que la policía tenía todo el derecho de agredir a estudiantes y funcionarios, “vagos” y “chancletudos”, como ellos gustan llamarlos.
El hecho de vivir en un Estado de Derecho supone reconocer que existen límites legales a ciertas acciones, como en este caso la intervención de los agentes judiciales y respetar el debido proceso. Pero ¿qué pasa cuando los supuestos encargados de hacer cumplir la ley la violan? Peor aún, ¿qué pasa cuando algunos ante esto no sólo no se escandalizan sino que incluso lo aplauden?
¿De dónde sale tanto odio y resentimiento contra la UCR? Esa es la pregunta que deberíamos de plantearnos. Y más importante aún: ¿Cómo debemos interpretar ese malestar? Ciertamente tenemos la obligación de reflexionar sobre este tema que compromete el futuro de una institución que, hasta hace poco, era la más prestigiosa en este país.
Sin embargo, los alcances de esta discusión trascienden a la UCR como institución. Cuando la violencia policial no genera repulsión sino burlas y gritos de “¡Que los garroteen!”, “¡MANO DURA!” (¿A quién me recuerda?) o “¡Resucita Pinochet!”, realmente tenemos que empezar a preocuparnos por el futuro de este país.
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