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¡No se puede cuestionar tanta felicidad!

Sí, ya lo sabemos. Arilandia no está ubicada en la geografía centroamericana. Se encuentra en otro planeta: el de la armonía, la felicidad, el progreso sin fin (Con BMW y Repretel incluidos).

Sí, ya lo sabemos. Arilandia no está ubicada en la geografía centroamericana. Se encuentra en otro planeta: el de la armonía, la felicidad, el progreso sin fin (Con BMW y Repretel incluidos).
Debería ser una tierra llena de carteles de agradecimiento, con las foto de El (y de su hermano, no nos olvidemos que es el que sigue), parques con el nombre de EL, y habitantes que no puedan saludarse entre sí sin mencionarlo a EL. Deberían entenderlo todos los países del mundo, y nombrarlo a EL eminencia máxima de los asuntos entre los estados.
El más feliz de los  mundos. Verde, por supuesto, en que se declara una moratoria a la minería a cielo abierto (con la excepción de Infinite Gold en Crucitas, claro está, por aquello de la “seguridad jurídica” que EL  nos legó), en que los pacíficos habitantes pueden acompañar a su exmandatorio por el Parque de la Sabana (menos, por supuesto, esos nefastos revoltosos y “chancletudos”), dirigiéndose, incluso, a escuchar el homenaje brindado al traspaso de poderes por músicos de los “buenos”.
Tierra bendita esta, con una mujer presidenta, y con discursos de tolerancia y diálogo, y por supuesto, de mucha, mucha, pero mucha democracia. Toda una fiesta, digna de lo mucho que se ha avanzado, de lo mucho que se ha desarrollado, de lo mucho que se ha consolidado Arilandia. Allá los necios que no son dignos de tanta grandeza.
Por supuesto que tanto logro, y tanta felicidad, tenía que llevar a que quien desde el rojo alzó la voz más estridente en la pasada campaña electoral a fundirse ahora en abrazos y reparticiones de puestos. Hay que sacrificarse, claro está, por la patria. La patria ya consolidada, ya definida, con un pie en el cielo, que solo hay que “administrar” (y para ello, claro está, tienen que aumentarse jugosamente el salario los propios y aliados que conforman mayoría en el “primer poder” del estado feliz).
Implica, también, que tanto logro y tanta felicidad hay que defenderlos con firmeza, con energía, con voz de mando y disciplina formativa, con las fuerzas que tienen la noble misión de asegurar la felicidad total, aunque sea con garrote. Que se sepa quién es el que manda, y cómo  es que lo hace. Nada de ambigüedades en la defensa del sistema.
Tremendo show. Tremenda fiesta. A los que quieran arruinarla, hay que tratarlos con la más firme tiranodemocracia, como nos lo enseñaron EL, y su hermano. A las voces que buscan fallas, siempre, que solo apuntan a lo negativo, hay que silenciarlas con  el miedo democrático,  relegándolas a algún museo, o aplicándoles alguna campaña mediática de las buenas, no vaya a ser que se perturbe esta especie de delirio nacional, acompañado de sabios anuncios pro-Crucita en las modernas pantallas de los  publibuses. No lo pudo haber retratado mejor ni un novelista británico: todos sonrientes y felices, viendo las pantallas con sus mensajes de minería tóxica y democracia.
  A los grupos interesados en sembrar la duda y el caos, como los que se infiltran en los colegios agarrándose de los pantalones, hay que reprimirlos con verdadero sentido del deber disciplinario. La luminosidad de las alturas no está para batracios o caracoles. Arilandia no está para aguafiestas.
La ingratitud y la obstinación de quienes no entiendan, de quienes no quieran entender, sépanlo de una vez, tendrá que ser doblegada, disciplinada, de la manera más drástica.
¿Quién tiene el derecho de cuestionar tanta felicidad? Solo los insolentes, los que no tienen remedio, las piezas de museo, los subhumanos.
Arilandia…ari… Cuánto durará?  ¿Mil años?

  • Ignacio Dobles Oropeza (Catedrático UCR)
  • Opinión
Democracy
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