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Said, en su libro Orientalismo, explicó cómo Oriente ha sido definido desde el eurocentrismo, construcción que ha conllevado una relación de poder y ha sido fijada desde una visión pre-establecida del otro a partir de los requerimientos de quien lo reinventa por medio del discurso, lógica de la otredad que atraviesa al otro edificado por medio del discurso delincuencial en Costa Rica.
Nuestro país, ha cedido ante apetitos políticos y sociales en procura de una intolerancia a la alteridad, incrustada a priori en nuestra idiosincrasia. Una manifestación de esto, está dada en lo que denomino el discurso delincuencial, mismo cuya lógica funcional pretende abarcar a una población más allá del delincuente, inclusive más extensa que la de las personas vulnerables al delito, este discurso llega hasta aquellos que –aun sin ser vulnerables al delito- son sujetos de violaciones de derechos fundamentales por características como su lugar de habitación, su vestimenta, su etnia, etc.
El otro, ha sido el hilo conductor de discursos que históricamente han legitimado distintas acciones, generalmente alejadas del humanismo. Así, el otro en el discurso delincuencial en Costa Rica, ha sido efectivamente paliado de maneras muy agresivas, legitimadas tanto ideológica como “legalmente”, por ejemplo, el 30 de enero de 2004, en el precario La Carpio, se efectuó una redada masiva donde se detuvo –“indagó”- a 600 personas, de las cuales fueron detenidas por su condición migratoria irregular unas 73 y 13 costarricenses por problemas pendientes tramitados en los Tribunales de Justicia, lo que implica que el resto de personas “indagadas” fueron momentáneamente detenidas sin ningún tipo de indicio de delincuencia más allá de su domicilio, es decir, se detuvo ilegalmente a más de 500 personas con ocasión del lugar de residencia.
El anterior ejemplo, es tan solo uno de los tantos que se viven a diario, lo que explica las frecuentes redadas en los barrios marginales, las detenciones de personas por la sencilla razón de su apariencia, etc., situaciones que hacen que agencias como las policiales, no solo seleccionen a las personas que serán criminalizadas, sino que también elijan a aquellas que pese a no ser criminalizadas, sí sufrirán un menoscabo de sus derechos, ya sea por medio de detenciones ilegítimas o por cualquier actividad orientada con ocasión de los prejuicios de agentes con poder y capacidad opresiva.
El discurso delincuencial, emana de diversos frentes, de la prensa, de las autoridades de diferentes poderes de la República, inclusive de la academia, etc., éste es un discurso expansionista y tiene la capacidad de ser versátil, puede cambiar de sector, pero siempre atendiendo a una serie de prejuicios, lo que se debe a que este discurso es superior a los sujetos, estaba antes de que ellos existieran y continuará cuando ya no existan, es por ello que es supra-subjetivo.
La construcción del otro en el discurso delincuencial, no atiende solo a cuestiones jurídicas, sino que es más amplia, se inserta en el plano cultural, económico y político como lo hace un obelisco en la superficie, perpendicular e imponente, erigiéndose como el secreto universal, compartido por todos, pero negado en la intersubjetividad, toda vez que su aceptación haría insostenible un sistema de tolerancia y; ante todo, respetuoso de los derechos humanos.
Quizá uno de los problemas más graves de este discurso, radica en su lógica expansionista, en que cada vez abarca más y; por ende, amenaza con ingresar en ámbitos insospechados, en la cotidianidad de lo propio, por medio de la selección de más barrios pobres –cuyo aumento ha sido innegable en las últimas décadas-, o bien, por la variación en los criterios de elección de las poblaciones sujetas a represión, es decir, cuando el otro pase a ser yo. Este tipo de violencia discursiva, niega la posibilidad de prevención del delito, de políticas sociales basadas en la solidaridad, imponiendo en su lugar mano dura, como si ésta fuera la panacea contra la amalgama de problemas que atraviesa la sociedad costarricense.
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