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No podemos dejar de recordar el nacimiento de una ley que marcó el cambio de condiciones laborales de los educadores y educadores en nuestro país, dividiendo al sector y dejando solo en el cascarón lo que hasta entonces entendíamos como un régimen solidario.
Ahora fácilmente escuchamos comentarios: “¡cómo se le ocurrió quedarse con esa ley y pagar tanto de cotización mensual, usted nunca va a ver esa plata!”, “Yo me pasé a la Caja y con la diferencia me he comprado unos apartamentos que me generan el dinero con el que le estoy pagando la educación a mi hijo en el extranjero”, “yo le estoy heredando una casita a mi hija, la cual compré con la diferencia de las cuotas”.
En lo oculto, se percibe un “clavito, clavito, yo si tomé la decisión correcta, allá vos que fuiste tan tonto(a) de seguir con ese régimen de pensiones”.
Ahora, algunos(as) de esas personas son afortunadas pues han logrado beneficiarse por convenios o reformas legales aisladas, en la medida que han cotizado durante 15 años solo un 2.5% a la CCSS en vez de hasta un 16% con el Magisterio. Esos compañeros(as) de trabajo pueden regresarse y tener los derechos de las leyes 2248 o 7268. Pagan una diferencia de cuotas, pero no con cálculos a valor presente de todo ese dinero que han ahorrado o invertido, me refiero a que no pagarán los intereses sobre los intereses y el costo de oportunidad de cómo han utilizado los montos de esas diferencias de cuotas. Mientras tanto, injustamente quienes hemos sostenido el régimen para que no desapareciera del todo, aún con condiciones adversas, no hemos podido, ni podremos usufructuar de igual manera en nuestra vejez, la rentabilidad de esas altísimas cotizaciones que nosotros(as) sí hemos estado haciendo durante 15 años.
En esta división gremial de la que todos(as) los educadores(as) somos objeto a raíz de la ley 7531, si intentamos conversar sobre el asunto, algunos(as) francamente nos dicen; “me da horror que cualquier cosa que hagan ustedes (los perjudicados con la 7531) me vaya a quitar mis derechos”. Palpamos así un miedo terrible a que, una vez más y de la noche a la mañana, perdamos derechos con reformas y plazos antojadizos o arbitrarios.
Otras personas nos dicen con todo el irrespeto desde la perspectiva de género, «¿para que se quiere pensionar?, si usted está toda pochotona».
Me ha llamado también la atención que incluso algunas personas que han trabajado para el sector y que están metidas en la política agregan: “mándeme ese documento que están redactando, para ver si les puedo ayudar, pero vean que no contenga nada que me pueda perjudicar a mí o a mi tendencia”. Otras nos dicen: «¿ no le gusta lo que hace, para qué quiere pensionarse?. Entonces nos entra un escalofrío al pensar que tal vez esas personas no se han actualizado en lo que se refiere a la teoría del poder y los derechos, o bien, esto nos produce un enojo terrible al pensar que lo que sucede es que no nos quieren ayudar y nos están tomando del pelo. ¡Qué decepción!
Efectivamente estamos divididos los y las educadoras, cada uno(a) buscando beneficios a nivel individual y salidas solo para unos pocos, permitiendo que algunos(as) nos quedemos en un estado de indefensión y discriminación. Los » portillos» – como decimos en popular -, en el fondo solo permiten administrar oportunidades en forma diferenciada, cuando lo que tendríamos que hacer en nombre de una verdadera solidaridad, es luchar por derogar la ley 7531 en su totalidad. Entonces dejaríamos de hablar de la primera, segunda y tercera ley, especialmente cuando hacemos un mismo trabajo, pero en condiciones de cotización y jubilación totalmente discriminatorias dentro de un mismo régimen.
En esta historia de 15 años, se evidencia que el “divide y vencerás” nunca falla. Pero sigo preguntándome, quienes han sido los y las vencedores(as), ¿quien ganó en nuestro país con esa ley?.
Lo que algunos(as) todavía no entendemos es como de la noche a la mañana nos variaron las condiciones de pensión. Nos dicen que la decisión de estar con la 7531 fue “una decisión voluntaria”, pero lo que no nos explican por qué para algunos(as) se nos arrebató del menú el poder decidir quedarnos con la ley 2248, ley con la que habíamos empezado a cotizar. Lo cierto es que nos cambiaron las condiciones en el camino y seguimos viendo la situación como el ejemplo de un atropello que tiende a minar la credibilidad en un país de derechos.
A algunos(as) todavía no nos resulta satisfactorio el fundamento jurídico que permitió tal cambio. Por tanto, consideramos que esta historia solo permite describir una estrategia exitosa para generar desconfianza en los habitantes de un país, pues estamos viviendo un ejemplo de cómo se nos puede perjudicar en cualquier momento. Ese miedo y esos transitorios ocasionales solo maquillan y ocultan el verdadero problema: el debilitamiento paulatino del sistema de jubilaciones en el país.
Si bien los y las educadoras afectados por la ley 7531 (e incluso con la ley 7268) hemos sido dañados en nuestro patrimonio financiero y a nivel moral del disfrute familiar oportuno, también se ha perjudicado a otros sectores. No podemos dejar de sentir tristeza cuando los y las jóvenes expresen comentarios como: “yo seguro nunca voy a tener la oportunidad de pensionarme”. Esto es sumamente grave, pues mientras siga vigente una ley como la 7531, se están dañando las raíces de toda una población que está dejando de creer en que somos capaces de construir en conjunto un futuro cada vez mejor para todos y todas.
Cuando perdemos esa esperanza y esa certeza, lo que queda es una sensación de desaliento. Quienes trabajamos en el sector educativo, sabemos que lo anterior tiene un costo social muy alto y que de seguro lo pagará más temprano que tarde toda esa colectividad sumida en el “sálvese quien pueda”.
Definitivamente la historia de la ley 7531 es hasta el momento la historia de los y las perdedoras y por ende, nadie podrá celebrar sus quince años…
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