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Hace 28 años se creó la primer Reserva de la Biosfera en nuestro país, La Amistad. Seis años después la Unesco acordó crear la correspondiente a la Cordillera Volcánica Central, quintuplicada en su extensión hace pocos días. La conocida como Agua y Paz, en la región de Caño Negro, fue la tercera.
Costa Rica tiene solo tres reservas del total de 564 en el planeta, pero la importancia no está en su número, sino en su pertinencia.
No forman parte del Sistema de Áreas de Conservación nacional ni están sometidas a regulación internacional alguna. Incluyen dentro de sus límites riqueza natural de la más diversa, tanto biológica como mineral, protegida en parques nacionales y fuera de ellos, constituyéndose en polos de conservación y, quizá lo más trascendente, de desarrollo sostenible. Son, o deberían ser, el fundamento del sustento del progreso de un país, donde el ser humano ha de ser la principal especie.
Ciudades como San José y el área metropolitana, con unos tres millones de habitantes, son ahora parte de la Reserva de la Biosfera de la Cordillera Volcánica Central. Quizá no se percataron, pero los josefinos son parte fundamental de dicha reserva. También los habitantes de las ciudades de Heredia, Alajuela, Cartago, Grecia, Sarchí, Atenas, San Ramón, Naranjo, Palmares, Paraíso, Turrialba, Juan Viñas… donde no tienen nada que temer y sí mucho de privilegiados.
Para sus creadores, esta declaratoria “permitirá mejorar la gestión sostenible de una de las regiones más ricas del país por sus recursos naturales y su patrimonio cultural”, algo de lo cual urgimos los habitantes de esas regiones. Al ejecutarse la idea de las Reservas de la Biosfera hace 40 años, se buscó superar la aparente contradicción entre crecimiento económico y la conservación de la naturaleza, como medio de superar la visión sesgada promovida por aquellos que solo ven enfrentamiento entre el hombre y la naturaleza.
Y es precisamente el dominio del desarrollo sostenible el que ha de caracterizar a las reservas, dándole paso al trato inteligente que considera integralmente la conservación de la riqueza natural y el uso racional de esa misma riqueza. La producción es consustancial a ellas, y por ello, se ha de cumplir con el requisito primero del ordenamiento territorial en que se pueda sustentar.
Una ciudad capital, degradada e inhabitable en grandes sectores, donde los lotes sucios han sustituido las viviendas, como sucede en la parte sur y central de San José, podría salir muy beneficiada de esta declaratoria.
La recuperación de sus hábitats deteriorados, la atención a las necesidades apremiantes de los habitantes de los tugurios y barrios humildes, el manejo del agua potable y las aguas servidas, los residuos sólidos desaprovechados, el caos del transporte, la contaminación sónica, la inseguridad ciudadana, etcétera, son solo algunos de los focos de atención que no se han de desdeñar, para un adecuado provecho de una de las regiones nacionales más rica cultural y ambientalmente.
Los parques nacionales, las reservas biológicas y forestales, el Monumento Nacional Guayabo, tienen debidamente asegurada su protección. Por ahí la tarea no es preocupante. Es más bien fuera de esas áreas donde se han de adoptar, recomienda la Unesco, “las medidas más sanas para cuidar de su entorno”.
La gran riqueza natural que contiene la Reserva de la Cordillera Volcánica Central, no ha de ser obstáculo para el aprovechamiento económico inteligente de esa riqueza, sino más bien el motor físico y mental que podría sacar de su indolencia a las autoridades locales y nacionales que no se han percatado de las bondades de su casa, su gran casa.
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