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De niña tuve la oportunidad de conocer a una hermana de mi abuelo. Persona singular era aquella que como jefa de enfermeras se desenvolvía en el hospital San Juan de Dios.
A mí me llamaba la atención su voz profunda, su corto pelo y su manera desenfadada de desenvolverse.Curiosa un día pregunté a mi abuelo por qué su hermana no se parecía a ninguna de las mujeres que yo conocía. Entonces, me respondió que lo que me hacía falta saber de ella era que se le conocía como a una excelente persona, ocupada en ayudar a los demás.
Luego con una sonrisa, que luego de unos años reconocí como maliciosa, me dijo que si quería reírme, pensara que su hermana era “un muy buen muchacho”.
Eso ocurrió por allá de 1965. Mi abuelo era por la época pastor protestante. Su hermana, efectivamente, era una persona entregada a los demás, que además mantenía una estable familia con otra mujer y con la hija de esta, quien más tarde les proporcionó la dicha de ser abuelas.
Mi abuelo no sabía de cuestiones de género y tampoco se hablaba mucho en su tiempo de derechos humanos. Sin embargo sabía, como pocos hoy, de amor cristiano y practicaba el único mandamiento del Nuevo Testamento: el amor al prójimo.
Es ese amor cifrado en la humildad, en la tolerancia y en el reconocimiento de la propia imperfección el que más nos falta hoy.
En una época de máximo desprestigio de grandes iglesias (por estafas, pedofilia, abusos sexuales de todo tipo, etc.) los cristianos costarricenses quieren “lanzar la primera piedra”, contra las parejas no heterosexuales, por aspirar a reconocer civilmente sus uniones, con el fin de que su patrimonio conjunto y sus derechos no sean maltratados, como ha ocurrido a menudo.
Estas personas no están pidiendo membrecía en sus iglesias o matrimonios religiosos, tampoco se oponen a la práctica de credos que tal vez no compartan. Sin embargo muchos cristianos quieren hoy decirles cómo deben vivir sus vidas y a quién deben amar.
Muchas amenazas penden hoy sobre las familias costarricenses. La descomposición social ha llegado a socavar las relaciones humanas de una manera muy peligrosa; sin embargo, no creemos que, en justicia, podamos afirmar que uno de los factores relevantes en esta triste realidad sea la estabilidad de las parejas homosexuales, transexuales, etc.
Según cifras, las familias costarricenses en gran mayoría están en manos de mujeres solas y el índice de divorcios crece aceleradamente, pero los cristianos ticos hablan de los valores de familias idílicas casi inexistentes en nuestros días.
No es oponiéndonos a los derechos de los demás, de los otros, de quienes son diferentes, como lograremos solucionar los problemas de la sociedad costarricense, afirmar esto es señal de prejuicio y mala fe.
Quiero cerrar estas líneas citando las palabras de Jesús según San Lucas (11:39) “Ahora bien vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de rapacidad y de maldad.” Y añadir el buen consejo que dejara: “Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía.” (Lucas 12:1)
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