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Los costarricenses nos hemos acostumbrado a la violencia y de una u otra forma convivimos cotidianamente con ella: la practicamos y la toleramos.
La violencia se manifiesta entre nosotros con total impunidad. Convivimos con ella y no siempre la combatimos. Violencia en la calle, en la universidad, en la escuela, en la carretera, en el hogar, en la fábrica, en la oficina, violencia contra la mujer, contra el adulto mayor, contra personas con discapacidad, contra minorías étnicas, contra niñez y adolescencia.
Se mezclan las emociones e intentan justificar lo irracional con explicaciones como una simple diferencia de opinión, celos pasionales, el furor decepcionante del partido de fútbol o el estrés de la vida cotidiana.
La violencia como respuesta a la violencia es la fórmula de una sociedad incapaz de dialogar y lograr consensos, una sociedad cuyos miembros necesitan ejercer autoridad sobre otros. Es obvio síntoma que la sociedad como organización falla, que los individuos en sus relaciones interpersonales no saben lidiar con la diferencia e incapaces de practicar la tolerancia, imponen autoridad y poder sobre todos aquellos que sus posibilidades se lo permitan.
Por otro lado, Óscar Arias antes de dejar su mandato le aconseja a la sociedad uruguaya que debe seguir el ejemplo de Costa Rica y abolir el ejército. La incógnita que se genera es si los costarricenses somos entonces como por una regla de lógica matemática más pacíficos que los demás países que si tienen ejército.
En la práctica y dinámica de las relaciones sociales los ticos suelen construir comunidades monstruosas a partir de las diferencias. Las acciones policiales del 12 de abril del 2010 en la Sede Rodrigo Facio traen a colación el tema de la violencia y la agresión como respuesta de las autoridades policiales y judiciales, además de la cobertura de los medios de comunicación, en relación a la construcción social de la población que señala los estudiantes universitarios como simples “greñudos”, “chancletudos”, “vagabundos”, “chapulines”, en los imaginarios que les roban su humanidad y les crean categorías que justifiquen a partir del miedo su destrucción. La violencia como generadora de violencia está tan arraigada en nuestra construcción social y cognitiva como respuesta a nuestras acciones, que no hubo espacio para la escucha, para los acuerdos, para la organización entre las diferentes fuerzas policiales el ya histórico 12 de abril 2010. ¿Es necesaria tanta violencia, tal despliegue de autoridad? Mientras tanto, en la coyuntura de inseguridad ciudadana se refleja la construcción del temor, del miedo a tener miedo, que se traduce en la censura contra todo aquello que no se adecue a un determinado comportamiento social, el de la “normalidad” y “funcionalidad del sistema”.
Los medios de comunicación tradicionales cubren los acontecimientos con la premisa del “rating”, ingresan dentro de una categoría comunicativa de “entretenimiento”, y desde esa categoría reafirman los imaginarios sociales de exclusión, desigualdad e intolerancia, crean mitos y estereotipos de la criminalidad y los asocian directamente con los movimientos estudiantiles. La paradoja es que el 12 de abril 2010 sea utilizado por el Status Quo para reforzar esos mitos, estereotipos e imaginarios sociales que se pretenden resistir y combatir.
¿Hacia dónde vamos como sociedad? El miedo es parte vital de los mecanismos ideológicos de control, la exposición y creación de “grupos subversivos” y de “comunidad monstruosa” refuerzan la idea de que es necesaria mayor represión, la creación de mensajes y significados le dice a la población que se requiere mayor mano fuerte, generando sentimientos de afiliación (inscripción) y filiación (procedencia) hacia los aparatos autoritarios y de control social.
Costa Rica es cada vez más una sociedad que está dispuesta a ceder derechos en función del miedo que le han ido inculcando a la población, una sociedad que por sus temores hacia el incremento de las problemáticas sociales, aunado a la falta de representación de las instituciones del sistema democrático, está dispuesto a medidas autoritarias y violentas, que se irán incrementando paulatinamente.
Es allí donde radica el papel predominante de la academia, no solo en el proceso formativo de profesionales técnicos que se puedan insertar positivamente al mercado, sino en profesionales críticos, reflexivos y analíticos, pero sobre todo humanistas que coadyuven a la construcción de una sociedad más equitativa y donde el sistema educativa forme a los ticos dentro de valores que les permitan una convivencia menos violenta.
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