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Hace aproximadamente tres meses tuve la oportunidad de viajar a la ciudad de El Paso, Texas como invitado a participar en una interesante conferencia sobre intersecciones culturales presentes en la frontera entre México y EE.UU organizada por la Humanities Education and Research Association.
Ante la ocasión, aproveché esta invaluable oportunidad para cruzar al otro lado y conocer Ciudad Juárez, ignorando incluso las numerosas advertencias que algunos de mis colegas me hicieron de evitar viajar a una locación que en estos momentos posee el dudoso honor de ser considerada como “la ciudad más peligrosa del mundo”.
Una de las cosas que más me llamó la atención durante mi visita a esa extraordinaria región fue darme cuenta de la estrechísima relación que existe entre El Paso y Ciudad Juárez.
Casi podría decirse que El Paso es una continuación de Ciudad Juárez y viceversa. Diariamente cruzan por los pasos fronterizos miles y miles de personas que trabajan de día en El Paso y regresan a Ciudad Juárez al caer la noche. El más importante de ellos se encuentra en el Puente Paso del Norte, el cual cruza el Río Bravo uniendo a El Paso St. con la Avenida Juárez y conectando los centros de El Paso y Ciudad Juárez, a sólo unos cientos de metros de distancia uno del otro.
Por esto no es casual que el 80% de la población de El Paso sea de origen mexicano. Situada en uno de los estados más conservadores de EE.UU, esta ciudad sorprende por su carácter multicultural y como ejemplo de convivencia pacífica entre mexicanos y estadounidenses.
Por esta razón, para mí ha sido especialmente chocante y dolorosa la noticia de que, a sólo pocos metros de este puente, un adolescente de sólo 14 años fue asesinado a sangre fría por un agente de la Patrulla Fronteriza estadounidense a pesar de encontrarse en suelo mexicano, violando las normas mínimas del Derecho Internacional y del uso proporcional de la fuerza, tal como lo muestra claramente uno de los videos tomados en el momento del incidente. Este lamentable hecho no hace más que echar más leña al fuego en un creciente clima de odio y de campañas antiinmigrantes fomentado y promovido desde ciertos sectores políticos ligados a la extrema derecha republicana. Todo esto agravado por la reciente aprobación de una ley en el estado de Arizona que autoriza a la policía a detener a cualquier persona sospechosa de ser indocumentada.
Desgraciadamente el culpar a los inmigrantes de los propios males no es un fenómeno que se dé exclusivamente en EE.UU. Basta recordar en nuestro país la campaña xenofóbica que se hizo desde algunos medios en torno a la zona de Tierra Dominicana para darnos cuenta de que, como lo señalan los estudios de Carlos Sandoval al respecto, en Costa Rica hay una creciente satanización del inmigrante extranjero. Ojalá que este doloroso incidente no sólo sirva para condenar lo que sucede en otras latitudes sino también para cuestionarnos lo que está pasando en la sociedad que estamos construyendo y empezar a entender que ese Otro no es más que un espejo de nosotros mismos.
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