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El exaspirante presidencial habló sobre sus propuestas políticas y el nuevo espacio que pretende ofrecer al electorado, distinto al de la “Concertación” y la “Alianza por Chile”.
Su irrupción en la reciente campaña presidencial cambió las reglas del juego de la política chilena. Desde el fin del régimen del general Augusto Pinochet, en 1990, la “Concertación por la Democracia”, una coalición de socialistas y demócratacristianos, venía encarnando la opción mayoritaria de quienes se opusieron a las casi tres décadas de dictadura. Pero, muy cerquita, los herederos de esas décadas, agrupados en la “Alianza por Chile”, le marcaron el paso a la Concertación.
Hasta que se desarmó el naipe. Primero se marchó Jorge Arrate, exministro de Ricardo Lagos, en busca de una opción de izquierda mejor perfilada. Luego, se fue Marco Enríquez Ominami, joven diputado, en protesta porque no lo dejaron competir por la candidatura de la Concertación. Se lanzó entonces como independiente.
Pero ya el descontento era más profundo. Lo cierto es que, dividida, la Concertación no pudo contra la derecha unida. Sebastián Piñera logró un 44% de los votos en la primera vuelta, en diciembre, contra 30% del candidato de la Concertación, el expresidente Eduardo Frei, y 20% de Enríquez Ominami. Arrate se quedó con poco más de 6%. El resultado final es bien conocido. Piñera ganó en el segundo turno, con un resultado estrecho: 51,6%, frente a los poco más de 48% de Frei.
“La Concertación no quiso enfrentar las elecciones con el único candidato que, según todas las encuestas, podía ganarle a Piñera”, dijo Marco Enríquez Ominami a “UNIVERSIDAD”, refiriéndose a su propia candidatura, durante su paso por San José, la semana pasada.
Todas las encuestas indicaban que era el mejor posicionado para haber ganado, en una segunda vuelta, al candidato de la derecha.
Lo cierto es que el gobierno de la Concertación con mayor respaldo popular, el de la presidente Michelle Bachelet, dio paso al retorno de la derecha al poder en Chile, algo que no habían logrado en las urnas desde el gobierno de Jorge Alessandri (58-64).
FIN DE UN CICLO
Después de cuatro períodos de gobierno, la Concertación daba muestras de fatiga.
“La Concertación nunca hizo una reforma política. Dicen que no la hicieron porque no pudieron pero, en estos 20 años de gobierno, hicieron otras cosas más difíciles. La derecha ha bloqueado todo, es cierto, pero no se pudo porque no había debate”, afirma Enríquez Ominami.
Su figura juvenil puede hacer pensar que todavía es temprano para que llegue a la presidencia de Chile.
Pero, si se mira el contexto, parece evidente que su candidatura se enmarcó en ese descontento con la política que caracteriza a prácticamente toda América Latina. Los partidos tradicionales van dando paso a nuevas propuestas, muchas de ellas todavía no bien perfiladas.
“Rompí con la Concertación porque llegué a un límite”, explica Enríquez Ominami. Hay una cierta posición ética, entendemos la política de otra manera. Hemos hecho algo inédito en cuatro años. Presentamos nuestra candidatura en cinco meses y pudimos haber ganado”, afirma.
Se siente incómodo con las propuestas, pero también con el estilo de la Concertación.
Nacido solo tres meses antes del golpe militar de septiembre de 1973, su padre, Miguel Enríquez, entonces el principal dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), murió solo un año después, en un enfrentamiento contra las fuerzas de la dictadura y él fue llevado al exilio. Su apellido recoge el de su padre natural, y el de su padre adoptivo, el exsenador socialista Carlos Ominami, quien también abandonó la Concertación, para sumarse al proyecto de su hijo.
¿Qué distingue sus propuestas de las de la Concertación?
“Lo primero es que la Alianza, la actual coalición de gobierno, y la Concertación hicieron un pacto, por acción y omisión, para cohabitar con la constitución de Pinochet”, asegura.
“Ellos también están de acuerdo en que la pobreza se combate con crecimiento. Para nosotros no es suficiente. Si se acepta un cambio de paradigma, los desafíos son más complejos que reactivar el consumo y crear empleo. Es un problema de capacidades, de libertades y derechos. Me parece que esa es la primera gran diferencia entre nosotros y la Concertación”, agrega.
“Lo segundo es una cierta visión de la economía mixta, la necesidad de equilibrar el mercado. Creemos que el Estado debe tener un papel fundamental en cinco áreas: educación, salud, transporte, previsión y vivienda.
“Una tercera definición es que rechazamos idea de que esfera privada esté divorciada de la esfera pública. Todo se da en la esfera pública, todo acto privado tiene un impacto, en el ambiental, en lo social, etç. Y un cuarto elemento es que hay un concepto de máxima tolerancia que no creo que los conservadores de derecha y de izquierda tengan. No quieren legislar sobre aborto, sobre el matrimonio gay, rechazan reforma tributaria”.
La pobreza tiene que ver con acceso de información, estima Enríquez Ominami. “En Chile lo que se discute es que se necesita duplicar el presupuesto de educación. Yo creo que hay que quintuplicarlo. Eso significa un debate mayor; los recursos para eso hay que sacarlos de los más ricos”.
“En París, por ejemplo, donde me eduqué, la educación me costaba dos dólares al año. En Chile cuesta 500 dólares al mes”.
La definición de un pobre es “quien no tiene acceso a información. Distribuir poder es combatir pobreza. Un gobierno que no reforme nada sobre dos bienes jurídicos transcendentales en 20 años mantiene un nivel de pobreza impactante. Hay que revisar la situación de los medios de comunicación, las concesiones de TV, las normas. Se trata de bienes jurídicos”, afirma.
En Chile causó cierto revuelo la revelación de que, entre 2006 y 2009 el nivel de pobreza había aumentado de 13,7% a 15,1%, una medición que, sin embargo, no refleja realmente la situación.
“La canasta básica que se aplica en la encuesta Casen data del año 1987, da una visión distorsionada de la realidad de la pobreza, pues no considera la inflación y, por lógica, los cambios producidos desde esa época hasta nuestros días. Si la canasta básica se adecuara a año 2009, el número de pobres ascendería, aproximadamente, a cuatro millones de personas, y el porcentaje pasaría de 15,1% a 30%”, afirmó el analista Rafael Luis Gumucio.
NUEVO PARTIDO
Pasadas las elecciones, el desafío de Enríquez Ominami es conformar una nueva organización política, el Partido Progresista. Para eso recorre Chile, buscando las más de 30 mil firmas que necesita.
Critica el gobierno de Piñera, que estima muy imprudente.
“La constitución dice que el presidente tiene dedicación exclusiva. Él se comprometió en cuatro oportunidades a vender sus negocios y no lo hizo.
Es una falla gravísima. El jefe de Estado tiene que dar ejemplo al gabinete”, critica.
Pero, añade, “decir que en Chile, con el triunfo de la derecha, ha habido una contrarreforma, ¡no! ¿Que la política pública es diametralmente opuesta a la de la Concertación? ¡No! En salud hay un debate sobre la concesión de los hospitales. Ahí reaparece el dogma neoliberal. Pero, en lo demás, en vivienda, educación, derechos civiles, reformas políticas, el gobierno de Piñera es simplemente el quinto gobierno de la Concertación”.
En materia de política exterior también ve muy próximas las políticas de la Concertación y las de la Alianza. “La Concertación pretendía ser el mejor alumno del barrio, no el mejor compañero. Piñera hace lo mismo: tratar de ser el país más eficiente. ¿Dónde está el buen vecino, la integración? Yo fui a Bolivia, a decir que estaba dispuesto a discutir el problema de la mediterraneidad de ese país. Me criticaron por eso, pero, en el congreso ideológico socialista, la propuesta se aprobó por unanimidad”.
“Chile se mira mucho el ombligo. El desafío de Chile es resolver lo de Bolivia. Seria un ejemplo para todo el continente. Una de mis primeras promesas es que iba a abordar ese tema. Pinochet ha ido más lejos que todos en esta materia y yo no quiero quedarme ahí”, asegura.
Enríquez Ominami ve una América Latina variopinta y critica como una gran caricatura una visión que trata de uniformar los diversos puntos de vista.
Se lamenta de la incapacidad de América Latina de articular una posición, por ejemplo, en torno al caso de Honduras. “Estoy de acuerdo con la posición de Brasil”, asegura, que se ha negado a reconocer el gobierno de Porfirio Lobo, surgido del golpe de Estado de Roberto Micheletti.
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