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Cada vez que sale alguna noticia sobre Stephen Hawking, el famoso cosmólogo-físico inglés, me pregunto por qué no ha sido galardonado con el Premio Nobel.
Al fin se me ha ocurrido una hipótesis al respecto que comparto con lectores de este Semanario: Hawking, al menos hasta donde yo sepa, no ha reconocido explícitamente ciertas implicaciones fundamentales de la infinitud, que impregnan la realidad y su conocimiento.
Él ha estado en una búsqueda pertinaz -tal vez fructuosa, pero confusa y equivocada, a mi juicio- sobre el origen o principio del universo y su destino o final; piensa que éste comenzó con una gran explosión en la nada (“Big Bang”) y terminará con una gran implosión (“Big Crunch”) en la nada.
El problema es que “nada”, para ese distinguido científico, se refiere simplemente a lo inalcanzable o inexplicable para la ciencia: “lo” que él considera científicamente irrelevante.
En otras palabras, es “una nada” de mentiritas, que permite razonar e investigar con base en los métodos de la ciencia. Ello significa que la ciencia de Hawking se construye con base en una ficción que ni él ni otros científicos como él pueden definir, entender y mucho menos explicar, en sí; se acepta como lo que algunos filósofos llaman “hipóstasis” (en el sentido de “hypostasis”, en inglés), que es contradictorio, arbitrario y tautológico.
Se parece a la ficción en derecho de que “nadie puede alegar ignorancia de la ley”; sin embargo, cabe preguntar ¿por qué no?, si hasta el más sabio de los magistrados y jurisconsultos ignora muchas leyes y dimensiones de cada ley.
Ilya Prigogine (1917-2003), Premio Nobel 1977 en química orgánica, pensaba muy diferente. Reconocía las posibilidades del “Big Bang” y el “Big Crunch”, pero sin que estos ocurrieran en “la nada”: según él, esos acontecimientos marcaban el principio y el final de nuestro universo; pero sucedían en una cadena infinita de bifurcaciones de universos, es decir, que no tiene ni principio ni final.
Esto implica que la ciencia, tal como la conocemos, no solamente carece de límites, sino que está abierta a otras formas de conocimiento. Por tanto, es falsa una noción o afirmación propuesta por Hawking y otros que piensan como él, respecto a que la ciencia física está aproximándose a una conclusión o culminación, después de la cual solo seguirá un desarrollo tecnológico.
De tal manera, Prigogine suscribe una idea del filósofo Alfred N. Whitehead respecto a que gran parte de nuestro mundo circundante se había “deslizado entre las mallas de la red científica”, entonces afirma: “Distinguimos nuevos horizontes, nuevas preguntas, nuevos riesgos. Vivimos un momento privilegiado de la historia de la ciencia”.
Mientras Hawking no resuelva su confusión y entienda esa maravillosa idea de Prigogine, no merecerá el Premio Nobel de física.
Al final de su brillante libro sobre la historia del tiempo, hizo la siguiente afirmación: “Si descubrimos una teoría completa, a la larga deberá ser comprensible en amplios principios para todos, no sólo para pocos científicos.
Entonces todos, filósofos, científicos y gente en general, podremos participar en la discusión de la pregunta sobre por qué existimos nosotros y el universo. Si encontramos la respuesta a eso, será el triunfo último de la razón humana, ya que entonces conoceremos la mente de Dios”.
Pensamiento quizás noble o bien intencionado, expresado no sin cierta belleza, pero espero que Hawking nunca reciba el Premio Nobel sin retractarlo.
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