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El amor y el placer sexual rondan casi todas las novelas y bastantes escritos de teólogos, filósofos y cronistas. Alientan palabras y complacen el sentido común que interroga la existencia humana. ¿Son acaso otras gratificaciones divinas? En la historiografía descriptiva la sexualidad emerge campo de investigación, hasta bien avanzado el siglo XIX.
Otras escuelas de historia y las ciencias sociales la renovaron desde 1970 con énfasis en la familia y el matrimonio, el trabajo y la explotación de mujeres y hombres, delito sexual, prostitución, homosexualidad, o el derecho al goce y disfrute de los atributos humanos creadores de vida y de cultura.
En la mayoría de las civilizaciones la actividad sexual se configuró en algún momento como “masa de hechos” acerca de actuaciones, sensibilidades, ideologías, y como síntoma de cambios sociales. Hay testimonios desde tiempos remotos. Asociados con la fertilidad y la reproducción, en la mitología sobre las costumbres y tradiciones que requerían los cultos totémicos, politeístas y monoteístas; en leyes civiles, algunas con puntillas de tipo penal; o en conexión con ciclos agrícolas, ganaderos y el abastecimiento de alimentos. Pero sólo con la historia del capitalismo la sexualidad fue advertida fenómeno social. Como herencia feudal, en las reglamentaciones y el sistema de pecados e indulgencias de la Iglesia Católica. Desde el siglo XV reaparece en las curvas demográficas, las actas de pesquisas policiales y más tarde en expedientes de médicos, psiquiatras, psicólogos y maestros de liceos.
En consecuencia, la historia de la sexualidad arraiga en las relaciones sociales. No está restringida a la reproducción humana, porque atañe a preocupaciones y decisiones acerca de cómo deberíamos vivir, cómo deberíamos disfrutar o negar nuestro cuerpo, tanto como acerca del pasado -afirma Jeffry Weeks. http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cachehtml El cuerpo, el deseo erótico, esas emociones y afectos, son datos que adquieren significados según las identidades, y como cada sociedad construye, organiza y transforma esos sentidos dentro de condiciones históricas y culturales precisas. http://www.flacso.uh.cu/sitio_revista/num1/articulos/art_SFuentes4.pdf Dependen además de las tradiciones acerca de la edad, descendencia, clase social, grupo étnico, orientación y preferencia sexual, capacidad física, educación, religión y región. En esos contextos la actividad sexual deviene conducta socialmente aceptable, criterio de moralidad, pauta de conveniencia política y rasgo de interés económico.
No es casual entonces que prevalezcan dificultades para comprender el placer sensorial y el goce genital, pues la libertad sexual ha sido condicionada. En América, por el implante militar y tardío de patrones culturales y capitalistas europeos. En general, nos han acostumbrado a referirnos a las personas como heterosexuales u homosexuales y no nos ocupamos en entender la diversidad. Los historiadores confirman avances sociales cuando los Estados han incorporado la diversidad sexual como contenido elemental de la existencia, la libertad y el derecho. Es decir, a contrapelo de los retrocesos que incuban en las disquisiciones y regulaciones de las iglesias, los prejuicios de las clases sociales, las conveniencias políticas y las necesarias restricciones jurídicas.
De ahí que el pasado de la sexualidad consiste además en historias de mujeres y hombres paganos, herejes, disidentes, rebeldes y revolucionarios. Hasta el siglo XII, con gran acento en individualidades de élites que lucharon en varios frentes con la bandera de sus identidades sexuales. Allá, recuperando tradiciones que legitimaban la diversidad; o develando y caricaturizando la esencia de clase de la moral, manifiesta en las prácticas sexuales descontroladas de élites y jerarquías patriarcales dominantes en el ámbito civil, intelectual, político y clerical. Desde sus propias necesidades, sorteando la represión, el miedo, la discriminación; o mediante el débil reclamo de normas más equitativas. Las agrupaciones de hombres y mujeres homosexuales empiezan a configurarse en el siglo XIII y emergen públicamente con el surgir de las ciudades, durante el capitalismo comercial y manufacturero. Adquieren figura de lucha política en el marco de la Revolución Francesa y de los avances en las fuerzas productivas que tecnificaron la agricultura, favorecieron el crecimiento demográfico y gestaron la sociedad urbana e industrial moderna.
Es en ese marco que la burguesía liberal y la iglesia católica y protestante renovaron las restricciones a la libertad sexual, esta vez contra las clases medias y populares. En particular mediante la represión y la discriminación religiosa y social de los grupos urbanos de mujeres y hombres que ejercían prostitución, o forjaban conceptos de amor, amistad, compañerismo y familiaridad a partir de identidades y preferencias homosexuales. El siglo 1860-1960 muestra la hegemonía de la conciencia social burguesa sobre la sexualidad con base en el psicoanálisis, la medicina higienista, la psicología, el derecho civil y penal y la generalización de la instrucción primaria. Pero no decayeron las luchas por la libertad sexual. Hacia 1920 se constata antecedentes de los movimientos sociales que, desde 1970, no solo apelan a la legitimidad sino que reclaman legalidad para el ejercicio institucional de la diversidad sexual. En todo ese trayecto, la Iglesia Católica y la protestante siguieron aferradas a la doctrina de San Pablo y al racionalismo aristotélico, conviviendo hasta ignominia con sus propias contradicciones evangélicas y ambivalencias morales.
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