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Inhibir o censurar

Dos principios básicos de la investigación científica son, por un lado, fundamentar debidamente los planteamientos, conclusiones y afirmaciones que se expresan; y por otro, considerar cuál es el estado del conocimiento sobre un tema dado, antes de proceder a estudiarlo.

Dos principios básicos de la investigación científica son, por un lado, fundamentar debidamente los planteamientos, conclusiones y afirmaciones que se expresan; y por otro, considerar cuál es el estado del conocimiento sobre un tema dado, antes de proceder a estudiarlo.
Igualmente, es claro que el valor de una investigación científica no depende de período histórico ni del espacio geográfico escogidos, sino de los problemas que se van a analizar, y de la metodología, los marcos conceptuales y la evidencia con que ese análisis será realizado.     En algunas publicaciones recientes del Centro de Investigaciones Históricas de América Central (CIHAC) y de la Revista de Historia (publicada por dicho Centro en colaboración con la Escuela de Historia de la Universidad Nacional), tales principios han sido dejados de lado. Además, se ha procedido a darle al término “vallecentralino” un sentido claramente descalificatorio, en aras –al parecer– de justificar el estudio de otras regiones del país.
     Al responder al artículo que publiqué en UNIVERSIDAD (7/7/20) sobre este retroceso epistemológico, Juan José Marín (UNIVERSIDAD, 21/7/10), actual director del CIHAC, señala que mis “críticas son totalmente atendibles”, pero omite referirse a ellas. Para él, el único espacio legítimo para debatir al respecto es el Primer Simposio Historiográfico Costarricense, que se realizará en septiembre próximo.     De cara a esta respuesta, lo primero que cabe preguntarse es por qué contestó, si lo que hace es básicamente eludir los temas de fondo planteados mi artículo. Tal parece que debatirlos nunca fue la intención de Marín, sino desviar la polémica, al introducir otros asuntos de manera desordenada, incoherente y contradictoria.     Así, al tiempo que recupera algunos apodos que circulan en los pasillos universitarios, hace afirmaciones falsas, como que existe un modelo de investigación en la Licenciatura en Historia “propuesto y realizado por Molina durante casi 20 años” (de paso, incurre en la falacia de presentar a dicha Licenciatura como separada de la Escuela de Historia).     También falta a la verdad Marín cuando señala que yo cuestioné “la validez de la historia regional” (basta leer mi artículo original para constatar cuán infundada es esta afirmación), y cuando indica que he hecho “historia nacional asimilándola a la del ‘Valle Central’ de Costa Rica”. Detrás de esta crítica está la concepción simplista, externada por Marín, de que la historia de Costa Rica equivale a la suma de sus distintas historias regionales.     En procura de lograr la mayor dispersión posible, Marín elogia a los colegas de “disciplinas que desarrollan investigación con perspectiva de trayectoria”, sin especificar, en ningún momento, quiénes son los primeros, ni en qué consiste lo segundo. Igualmente, se pronuncia en contra de “la fama, la soberbia y los galardones” del “mundo académico, globalizado y mercantilizado”, pese a que no tuvo reparo en aceptar el Premio Nacional de Historia “Aquileo Echeverría” correspondiente al año 2007.     Llama la atención que Marín mencione el compromiso de la historia y los historiadores con los sectores populares cuando, para él, debatir sobre el pasado es una actividad que debe permanecer confinada a las aulas universitarias. A la vez, reivindica una “historia seria, analítica, crítica”, identificada con “las manifestaciones de resistencia”; pero durante la gestión de Marín, el CIHAC se ha mantenido al margen de las polémicas historiográficas que ha habido en el país, se ha abstenido de referirse a los libros de texto de Estudios Sociales publicados por el Grupo Nación, y ha guardado silencio ante decisiones del Consejo Nacional de Educación que no permiten a los docentes y estudiantes de secundaria escoger entre libros que ofrezcan visiones diferentes de la guerra de 1856-1857 y de la figura de Juan Rafael Mora.     Marín, que eludió polemizar sobre los problemas epistemológicos planteados en mi artículo, sí considera –en cambio– pertinente debatir si procede “…inhibirse o hasta censurarse líneas de investigación…” Profundamente preocupante resulta que una propuesta de este tipo provenga del exdirector del Doctorado en Historia de la UCR y actual director del CIHAC.
 

  • Iván Molina Jiménez (Catedrático. Escuela de Historia)
  • Opinión
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