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Celda 211

“En el fondo siempre he elegido al hombre contra los hombres.” Luis Buñuel (Pesimismo)

“En el fondo siempre he elegido al hombre contra los hombres.” Luis Buñuel (Pesimismo)
El cuarto largometraje de Daniel Monzón ha sacudido a público y crítica, especialmente en Iberoamérica y razones abundan. Como con la costarricense “Gestación”, el público siente una película de verdad, que no solo Hollywood puede hacerlas.
Esta peli española se atreve con mucho éxito a trabajar el subgénero carcelario, que es parte del más amplio y popular género policial. Éste, que revela los ámbitos y conflictos a ambos lados de la ley (y es urbano y moderno por definición), es más valioso cuando no se queda en el esquema de policías buenos y criminales malos, lo que puede hacerse desdoblando a un personaje complejo  (como los cada vez más oscuros Batman), o entrecruzándolos de diversos modos (Gangster Americano y Los infiltrados), son ejemplos brillantes realizados por maestros contemporáneos (Scott y  Scorsese).
Monzón, reconocido crítico de cine, cruza la línea y en todas sus obras (desconocidas en nuestra cartelera hasta donde conozco: El corazón del guerrero, El robo más grande jamás contado y La caja Kovak), junto a algún  titubeo o exceso, dicen, logra, muchos aciertos. Se muestra Daniel como creador audaz, de temple, que logra notables balances entre el espectáculo que atrae masas y estilos e ideas que van más allá de lo convencional. Esta que recomendamos es su logro más visible, que además en España arrasó con los premios Goya (por cierto, aún no he visto “Ágora”, su rival).      Luego de medio año de investigación, y basados en la apreciada novela de Pérez Gandul, construye esa colmena de intrigas que es un penal en uno verdadero (abandonado en Zamora). La puesta en escena es convincente, especialmente, la numerosa y eficaz presencia de extras (en su mayoría reos). El prólogo en la celda 211 (el dolor hecho sangre, no la resignada placidez de un Séneca) es brutal y certero (lo asocié con el de Petróleo sangriento). Cómo un funcionario (Juan) a punto de serlo –vaya ironía- (Alberto Amman) queda atrapado en el otro lado de la vida, subraya la esencia del suspenso del mejor Hitchcock y el sentido trágico de la vida que subyace a nuestro devenir. Un hombre inocente en el lugar equivocado en el momento equivocado; azar y necesidad, no hay justicia, y “albarda sobre aparejo”, tampoco hacen justicia los encargados de hacerla, los funcionarios, que llevados por la politiquería de una democracia sumida en las apariencias (como el gobierno USA en Babel), sacrifica sus ciudadanos al becerro mediático. Dura, ingeniosa y oportuna es la crítica a la manipulación del tema ETA, así como nula la simpatía hacia la banda terrorista que canaliza, en su estúpida violencia, las tensiones nacionalistas de los vascos en una España que, pese sus fracturas, es hoy día país admirable. Cómo Juan, atónito pero despabilado, navega entre dos aguas y va reaccionando a sus nuevas condiciones es una reflexión ejemplar sobre la condición humana, al otro extremo del protagonista de “Kagemusha”, igualmente condenado, al decir de Sartre, a asumir su destino. Lo han criticado mal, mas yo me identifiqué plenamente con el personaje que interpreta el actor argentino con su mezcla de indignación, resilencia y esperanza. Al final, será solo una leyenda en la pared (como leemos en el San Lucas que recobra la vegetación), habiendo asumido su destino. La edición que nos transporta, una y otra vez, al idílico futuro que se desvanece tras los muros, centrada en el amor erótico con su esposa nos parece idónea (hasta me recordó mi fascinación adolescente con Anicee Alvina en Amigos). Pero, sí, el papel de la mujer (Marta Etura) en las revueltas al otro lado de las rejas es lo más flojo y forzado del filme. Que siendo éste un relato estupendo, trepidante y teñido de humor negro, cruje en cuanto a la verosimilitud de la anécdota que narra. Mas, y qué, ¿acaso la prostituta de la genial La ciudad y los perros (Vargas Llosa) nos es la misma con todos los jóvenes, lo que parece exagerado?  Lo que olvida algún crítico es que el filme es absolutamente verosímil más allá de su relato, en la sorprendente conducta de los personajes, en su pintura social realista, en sus explosivos balazos al corazón del poder (que se legitima poniéndole el nombre a todo: los buenos aquí, los malos allá; mas qué va, somos lo que hacemos, no lo que parecemos -). En realidad hay personas (conductas, más bien) decentes y otras que no lo son, y nunca se sabe de qué lado de la ley las vamos a hallar. El filme, hecho bofetada, lo sabe ilustrar. Cine que atrapa (el interés)  y cine que libera la conciencia crítica. Todos coinciden en elogiar a Luis Tosar como Malamadre, el líder de los presos que trastorna el dibujo que nos hacemos de él, pasando de la brutalidad absurda a la legítima defensa, personal  y grupal. Me sumo con entusiasmo; es un personaje de antología y encarna con fruición la complejidad de la condición humana. Aliado de Juan, no solo por las circunstancias, sino por una decencia que intuyen, que nosotros respetamos y que hace trizas los lugares comunes con que la gente finge entender la elusiva realidad.    Dos colegas mencionaron obras que tratan este tema. Quisiera agregar “El pajarero de Alcatraz” de John Frankenheimer  (’62) y “Escape de Alcatraz”, de Don Siegel (’79) dos clásicos –favoritos- sobre personajes reales, la impecable y esperanzadora “Sueños de fuga” (con un personaje paralelo a Juan), y es cita obligada, “La isla de los hombres solos”, realismo descarnado de René Cardona Jr., que recrea en Méjico un infierno muy nuestro y que gracias a la copia y explicaciones que me obsequió José León Sánchez, tengo muy presente.Pese a lo áspero del proceso, y al desencanto final, este Juan mantiene una dignidad que habría reconocido Viktor Frankl. En cambio, la María de mi corazón que Jaime Humberto Hermosillo llevó al cine a partir de García Márquez se desfigura horrorosamente en el equívoco que la convierte, muy a su pesar, en la loca encerrada que suponen los demás. Quiero decir, la libertad esencial es un estado de conciencia, y este Juan, tras las rejas,  fue más libre que muchos que deambulan por allí, prisioneros de su pobreza espiritual.

  • Gabriel González Vega 
  • Cultura
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