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En el prólogo del libro La hidra de la revolución, de Peter Linebaugh y Marcus Rediker, el historiador español Josep Fontana sugiere que esta obra, originalmente publicada en inglés en el año 2000, ha sido atacada por académicos antimarxistas y/o antisocialistas debido a que no respeta los límites establecidos por los especialistas en el estudio del pasado, y a que plantea que existía una solidaridad básica entre distintas categorías de trabajadores y rebeldes, asociados con el mundo Atlántico.
Para sustentar su perspectiva, Fontana se fundamenta en la reseña que David Brion Davis publicó sobre el libro mencionado, en la cual criticó su “enfoque marxista simplista y romántico”, y señaló numerosos errores factuales. Con base en esto, Fontana definió la reseña de Davis como “sangrienta” y a Davis como un académico impulsado por “el furor”.
Sin duda, La hidra de la revolución es un libro importante, imaginativo e innovador; pero, pese a sus aportes, no está exento de problemas y limitaciones. De hecho, su publicación original en inglés, en el 2000, provocó una interesante polémica, de la cual Fontana apenas ofrece una visión parcial e incompleta. Una revisión más amplia del debate revela que aun prestigiosos académicos marxistas, como Bryan D. Palmer y Marcel van der Linden, cuestionaron la obra en términos similares a los de Davis.
Hay que agradecer al historiador Juan Rafael Quesada que, en un artículo publicado en la sección Opinión del periódico La Nación (6/8/10), llamara la atención del público costarricense sobre este importante libro de la historiografía marxista reciente. Lástima, sin embargo, que se limitara a repetir lo expuesto por Fontana, y no se tomara el tiempo para informarse mejor sobre el trasfondo de la polémica, que es lo que todo historiador (con mayúscula o minúscula) debe hacer primero.Al igual que las rebeliones populares y las revoluciones de la época moderna se nutrieron de diversas corrientes ideológicas y procesos sociales, así también el conocimiento histórico se nutre de múltiples perspectivas. Por eso la crítica y el debate son fundamentales para su desarrollo.
Recientemente, en la sección Opinión de La Nación, algunos historiadores profesionales y aficionados a la historia han hecho todo lo posible por descalificar el debate y la crítica como medios legítimos de revisar los resultados de las investigaciones históricas. Con tal fin, no han vacilado en recurrir tanto a un lenguaje de plaza pública como de definido contenido religioso.
Al referirse a La hidra de la revolución, Quesada no se ha exceptuado de la tendencia expuesta, ya que en la parte final de su artículo asocia la reseña de Davis con “personas o grupúsculos” que funcionan “como sínodos, concilios o sumos pontífices, se comportan como poseedores del monopolio del saber”.
De esta manera, Quesada, aparte de no ofrecer una versión completa del debate, reduce la polémica historiográfica que provocó La hidra de la revolución a una lucha contra “oráculos [que] parecen tener el derecho de decir la última palabra sobre lo divino y lo profano”. El que un historiador profesional haya hecho algo así es grave, pero más grave aún es que lo hiciera Quesada, quien además de historiador, es historiógrafo.
En el marco de la polémica indicada, Linebaugh, Rediker y Davis debatieron acaloradamente, pero de manera secular. ¿Por qué, a diferencia de estos historiadores profesionales, Quesada sí necesita recurrir a imágenes religiosas para expresar sus puntos de vista?
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