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Recientemente, han sido publicados dos importantes libros sobre el desarrollo costarricense de las últimas décadas: Costa Rica, un país subdesarrollado casi exitoso, de los economistas Leonardo Garnier y Laura Cristina Blanco, y Costa Rica en la encrucijada, del politólogo Rodolfo Cerdas.
Ambas obras tienen algunas diferencias importantes, pero también coinciden en puntos fundamentales; además, se complementan de manera significativa y no vacilan en mostrar abiertamente su insatisfacción con la situación actual de la sociedad costarricense.
Para Garnier y Blanco, el problema básico es un estilo de desarrollo que no sólo no logra basarse en un crecimiento sostenido en la productividad, sino que va acompañado de una inadecuada redistribución del ingreso (en particular por la vía fiscal).
En este contexto, el país experimenta, según ambos autores, una polarización creciente entre los grupos más conservadores y los más radicales de la izquierda, que tienden a caricaturizar sus diagnósticos y propuestas sobre la sociedad costarricense. Por esta razón, la Costa Rica actual parece enfrentar la “ausencia de un proyecto común de nación”.
Al final de su libro, Garnier y Blanco se pronuncian a favor de una Costa Rica incluyente, que rescate el estilo de desarrollo solidario que caracterizó al país en el pasado. Para lograr esto, proponen una serie de transformaciones relacionadas con la educación –que es considerada como un derecho humano, más que como una mercancía–, la inversión pública, la reforma tributaria y la renovación de la política, entre otros aspectos.
Cerdas, a diferencia de Garnier y Blanco, integra una perspectiva histórica más amplia (considera el siglo XIX y no sólo el período posterior a 1948), tiene más presente el contexto internacional –en particular, Centroamérica y el Caribe– y, evidentemente, en su análisis el interés se centra en lo político.
Sin embargo, su planteamiento de fondo es bastante similar: Costa Rica debe insertarse en la globalización con base en las particularidades de su experiencia histórica, que la convirtieron en una sociedad democrática y socialmente incluyente. La clave para lograr esto es construir lo que Cerdas denomina una nueva democracia de carácter parlamentario, que deje atrás el presidencialismo obsoleto y se caracterice por ser más justa, participativa, solidaria y orientada a la rendición de cuentas.
También los libros comentados se diferencian porque, aunque la problemática de la nación está presente en ambos, Cerdas la considera más ampliamente, desde la perspectiva del Estado-nación. Al respecto plantea la necesidad de elaborar, adoptar y difundir una nueva concepción cívica y jurídica del Estado-nación, de índole incluyente y abierta, en correspondencia con un modelo político pluralista y democrático.
Ciertamente, a ambos libros se les pueden señalar algunas limitaciones y contradicciones. En el caso de Garnier y Blanco, es una lástima que su fundamentado análisis tienda a detenerse en el 2004. Quizá exigir a un ministro en funciones que estudie el gobierno del que formó parte sea demasiado; pero este vacío podría ser resuelto en una edición posterior del libro (cuando ya no sea ministro).
Cerdas, a su vez, se pronuncia en contra de la interpretación que postula la construcción cultural de la nación costarricense, pero eso no evita que posteriormente resalte que una de las tareas más urgentes es elaborar y difundir una nueva concepción de la nación. Así, para Cerdas la nación no puede ser “inventada”, pero sí puede ser “reinventada”.
Sería oportuno y conveniente que estos dos libros fueran objeto de cuidadosa lectura y análisis no sólo por parte de estudiantes y profesores universitarios, sino entre dirigencias políticas, círculos empresariales y otros sectores de la sociedad costarricense. Ambas obras invitan a considerar la problemática de la Costa Rica actual más allá del corto plazo y en toda su complejidad y profundidad.
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