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Para nadie es un secreto que en Costa Rica el salario mínimo no alcanza para mantener a una familia promedio y eso hablando sólo de gastos permanentes y fundamentales, tales como alimentación, agua, electricidad o transporte; pero aun así, ya salen los empresarios a asustar a todo mundo con su tema de siempre: el desempleo, como si fuera sólo que los trabajadores dependen de los empresarios y no que estos requieren necesariamente de fuerza de trabajo para sacar adelante sus procesos.
Cuando el tema del salario mínimo se pone en términos estrictamente económicos y se despoja de sus aspectos éticos, políticos y sociales, se lo pone en una dimensión abstracta que beneficia fundamentalmente a los patronos, dejándose de lado que la producción de riqueza es necesariamente un proceso social, pero que no socializa las ganancias, sino las pérdidas, y que no contempla la integralidad de las necesidades humanas, que van más allá de la sobrevivencia y que guardan relación con el desarrollo holístico de los individuos, las familias y las comunidades.
Sin duda que desde las reformas neoliberales que arrancaron en la década de los 80 en toda América Latina con el llamado “Consenso (sic) de Washington”, la actividad política se ha llenado de un discurso pragmático, tecnócrata y economicista que ha perdido de vista la razón de ser de la economía así como su materialidad concreta. Siguiendo el lenguajeo de nuestros gobernantes y empresarios, pareciera ser que el fin último de la economía es su propio crecimiento, sin importar la calidad, sostenibilidad, forma de producción o distribución de este. Nos dicen que si crecemos económicamente entonces todos nuestros problemas se resolverán, pero aunque esto de hecho viene ocurriendo incluso a pesar de la crisis financiera global, lo cierto es que las clases medias y sectores populares no perciben un mejoramiento de sus ingresos, los incrementos salariales no compensan tan siquiera la inflación, el desempleo no se reduce ni la pobreza, y la desigualdad entre ricos y pobres (nos lo advierte nuevamente el PNUD) sí sigue creciendo año a año, llevándonos peligrosamente hacia un escenario de desgarramiento social, cuyas manifestaciones ya podemos percibir en el incremento de la violencia y la inseguridad.La mayoría de sectores, incluso los más poderosos, reconoce que efectivamente hay un incremento de la desigualdad, pero cuando se anuncian medidas tales como el control del cumplimiento de los salarios mínimos o el pago justo de impuestos, el esquema economicista se activa y sale a relucir: “no se puede porque se estimulará el desempleo”, aplicando una lógica que sólo funciona hacia abajo pero nunca hacia arriba, pues cuando hay ganancias los pobres no se benefician, pero cuando hay pérdidas son los primeros en pagarlas con su propio salario o su propio empleo.Recordemos las medidas propuestas durante el período más fuerte de la crisis internacional: se proponía que se pudieran recortar salarios y jornadas mediante la así llamada “flexibilización laboral”. Se pedía que la crisis la pagaran los trabajadores, cuando sus orígenes estaban en la profunda especulación de los dueños del capital. En Estados Unidos se salvó de la quiebra a las financieras que produjeron la crisis, pero ¿quién se acordaba de las personas y familias que lo perdieron todo?, ¿quién las salvaba a ellas?Como bien lo ha dicho Eduardo Galeano, este mundo funciona al revés de cómo debería, por eso ocupamos políticas que le den vuelta a las cosas, posiblememente como lo diría el economista bengalí Muhammad Yunus, explicando que su banco (www.grameen-info.org) funciona al contrario de los bancos convencionales, pues mientras estos le prestan sólo a los que tienen para que tengan más, su banco le presta sólo a los que no tienen para que puedan salir adelante.El salario mínimo es un derecho humano y una precondición esencial para el desarrollo social, no una barrera al desarrollo como algunos nos quieren hacer creer, precisamente los que nunca han sabido lo que es vivir con menos del salario mínimo.Si no rompemos con las cadenas de la especulación, la avaricia y el egoísmo que dominan las políticas económicas, no será posible ver cambios en sus resultados, pues ya sabemos que la copa nunca se derrama beneficiando a los pobres como equivocadamente lo predijo el modelo neoliberal, sino que los ricos se encargan de hacerla cada vez más grande precisamente impidiendo la gestación de políticas como la del salario mínimo, que es sólo eso, un mínimo, un inicio, una base, nada más.
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