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Algo inédito ocurre por la Universidad de Cambridge, Inglaterra: el cerebro de un extraordinario ser humano de nombre Stephen Hawking se separa lentamente del resto de su cuerpo; y, al mismo tiempo, él se desliza a lo infinito incognoscible entre los intersticios de la ciencia y tecnología.
Hawking nació en 1942 y padece una distrofia neuromuscular, relacionada con la enfermedad de origen genético conocida como esclerosis lateral amiotrófica, cuyas estadísticas indican que ese científico de física cosmológica debió morir hace más de 40 años.
Sin embargo, ha sobrevivido, realizando una labor sorprendente reconocida mediante distinciones como las siguientes: socio honorario de la Real Sociedad de las Artes de Inglaterra; miembro vitalicio de la Academia Pontificia de Ciencias; medalla del Presidente de Estados Unidos por la Libertad; Profesor Lucasiano de Matemáticas, cargo académico ocupado por Isaac Newton en la Universidad de Cambridge; Premio Príncipe de Asturias y otras por su teoría sobre gravedad cuántica, especialmente hoyos negros.
Como popularizador de la ciencia, escribió Una Breve Historia del Tiempo, libro que se mantuvo en la lista de best-séllers del Sunday Times de Gran Bretaña por 237 semanas, batiendo todas las marcas.La enfermedad ha estado absorbiendo el cuerpo de Hawking, implacablemente, privándolo de sus facultades sensoriales: no se mueve, no habla; aparentemente, solo ve. Sus asistentes han logrado que mantenga funciones vitales básicas; y construyeron una computadora que le permite “hablar”. En medio de todo ello, se preserva la estructura y el funcionamiento de su cerebro, permitiéndolo continuar sus investigaciones y pensamientos. Pero se me ocurre esta preocupación terrible: Hawking ya no dispone de libertad o discrecionalidad para transmitir a otros humanos todo lo que él quisiera, cómo y cuándo; la expresión o comunicación de sus pensamientos es controlada por otros. Entonces, mi humanidad-común con Hawking me hace desear que sus asistentes y allegados le tengan absoluta lealtad; que le ayuden siempre e incondicionalmente a expresar y comunicar sus pensamientos; que antepongan los intereses, valores y razonamientos de Hawking tenazmente a los de ellos. Sin embargo, mi humanidad-diferente de Hawking me obliga, al mismo tiempo, a criticarlo a él y a ellos con todo rigor y sinceridad.Piense en eso, estimado lector, estimada lectora, y se dará cuenta que encierra un profundo dilema: digo que respeto la racionalidad y defiendo la libertad de Hawking; me opongo a que sus asistentes y allegados las “manipulen” o que sean laxos en su manejo, conscientemente o inconscientemente, con buena fe o mala fe. Pero también digo que la racionalidad y libertad de Hawking no deben ser arbitrariamente impuestas a las de otros, ni por voluntad de él ni por la de quienes lo rodean. Considere los siguientes ejemplos: algunos pregonan que Hawking es el ser humano viviente más inteligente (“Hawking is the smartest man alive”); además, se ha dado publicidad a una supuesta opinión suya en el sentido que es urgente buscar otros planetas para albergar a los seres humanos. De lo primero, se derivaría necesariamente que quienes lo mantienen “vivo y funcionando” merecen todo apoyo para continuar su labor; y lo segundo concede prioridad a cambiar el “contexto material” de los seres humanos, no su “fuero interno” y sus relaciones o estructuras sociales. Además, no sabemos qué dice Hawking respecto a lo primero o cómo lo valora, tampoco si realmente ha pensado lo segundo. Los únicos que pueden aclarar y verificar eso son los tecnólogos que preservan la estructura y el funcionamiento de su cerebro y administran sus comunicaciones. Entonces, ¡líbranos, Señor, de que lo conviertan en medio de producción de mercancías para su propio beneficio o instrumento de poder para su propia gloria! ¿En esta angustiadora dirección va el alboroto que se ha armado en torno al reciente libro El Gran Diseño, supuestamente escrito por él y Leonard Mlodinov? La respuesta depende mucho de lo que significa esa “y”. Sin embargo, reflexiones al respecto tienen que basarse en una lectura cuidadosa de la obra, considerando información complementaria.
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