Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
Hace tres años, Yamileth González, Fernando Durán, Wilburg Jiménez, Carolina Carazo, Eduardo Lizano y el suscrito publicamos un pequeño libro intitulado Forja Patriótica, en conmemoración del noventa aniversario del nacimiento de don Rodrigo Facio Brenes.
Allí se consignó una breve entrevista a su viuda, Leda Fernández Vaglio, la última pregunta de la cual fue esta: “En algunos de sus discursos se percibe cierta espiritualidad. ¿Era don Rodrigo un hombre religioso?”. Y doña Leda respondió así: “Al menos no era santulón, pero comulgaba, inclusive iba a procesiones.
Además, tenía respeto por todas las religiones. Cuando algunos de la Universidad querían que se construyera una capilla allí, él dijo que tendría que ser para todos los credos; sin embargo, como que no les gustó esa condición no continuaron la idea”.
Lo anterior me viene a memoria debido al debate desatado entre filósofos, científicos y teólogos por el reciente libro del cosmólogo físico Stephen Hawking, intitulado El Gran Diseño. Todavía no he leído la obra, supuestamente coescrita con Leonard Mlodinow, físico del Instituto Tecnológico de California; pero ya la ordené. Y, tal como hice con Una Breve Historia del Tiempo, La Naturaleza del Espacio y el Tiempo (debate con Roger Penrose) y otras obras de ese distinguido científico, la leeré cuidadosamente, como debería hacer la comunidad universitaria entera, porque permiten reflexionar con mayor profundidad y trascendencia, vía comparación respecto al pensamiento de Rodrigo Facio reflejado en esa anécdota sobre qué es universo, qué es universidad, aspectos de ambos que el epónimo quería -pero no le fue dable- atender y problemas correspondientes que todavía no hemos resuelto, medio siglo o dos generaciones después.
Tal como expliqué en varios artículos anteriores, Hawking y sus seguidores tratan de restringirnos, tautológicamente, a un universo de su escogencia y una ciencia de su preferencia, ignorando la infinitud y conceptuando un “Dios” que antes decían daba sentido o dirección a todo, pero ahora sostienen que es irrelevante. Para ellos, lo incognoscible o -más confuso y cuestionable aún- lo desconocido en física es “nada”, pero ocurrió un salto cuántico allí (¡¿. . .?!), dando origen a “todo”. Esto ellos no lo entienden, no lo pueden explicar, pero dicen que la humanidad debe aprender a pensar así; y, sobre esto, plantean algunos antecedentes históricos opacos, ambiguos o nebulosos.
En cambio, a modo de alternativa, Ilya Prigogine (1917-2003, Premio Nobel 1977) había propuesto que tales saltos cuánticos pueden ser conceptuados o descritos como “bifurcaciones” sucesivas sin principio ni final, comparables con observaciones hechas sobre “estructuras disipativas” en química orgánica.
Además, el físico contemporáneo Stephen Barr -de la Universidad de Delaware- destaca el contexto y relatividad de esa supuesta “nada”, comparándola sugestivamente con una cuenta corriente bancaria de saldo cero, en determinado momento, que puede pasar a ser positivo o negativo en otro, conforme a las operaciones del usuario y las reglas de tales organizaciones financieras.
Por eso he dicho que la “nada”de Hawking y sus seguidores es “de mentiritas”, una ficción tautológica, como la que aplican los estudiosos de derecho y jueces que dicen “nadie puede alegar ignorancia de la ley”, cuando saben muy bien que ni los magistrados más sabios de máxima jerarquía conocen todas las leyes y dimensiones de ellas. Don Rodrigo Facio entendía esto. Intuía que “universo” y “universidad” incluían más que lo conocido y lo cognoscible en o según cualquier punto de espacio y tiempo: ni el conocimiento en general, ni la ciencia en especial pueden abarcar el “universo”; y ningún conjunto de “universidades” -menos aún, alguna en particular- puede agotarlo. Por eso nuestro epónimo respetaba todas las religiones; y hubiera querido tener puertas abiertas para todos los credos por igual, sin conceder privilegios a ninguno.
Pero la comunidad académica no estaba preparada para ello y él prefirió no forzar el asunto. Pienso que el fenómeno Hawking nos da la oportunidad para reconsiderar y madurar. Como decía W. Quine: “En ciencia, todo es discutible, todo es susceptible de revisión”. ¿Estaremos dispuestos a aprovecharla?
Este documento no posee notas.