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El poeta y el aeropuerto

Así titulaba uno de sus sabrosos artículos la poeta, dramaturga y actriz Ana Istarú el cual, por cierto, levantó una saludable polémica en nuestro mundillo literario.

Así titulaba uno de sus sabrosos artículos la poeta, dramaturga y actriz Ana Istarú el cual, por cierto, levantó una saludable polémica en nuestro mundillo literario.
Lo irónico del texto consistía en la afirmación de la autora en cuanto a que el poeta no gana, pero viaja. Es decir, lo que gana no es necesariamente dinero, sino experiencias, públicos, paisajes, personajes, amistades y enemistades, acosos, borracheras, indigestiones, amores fugaces y, eso sí, muchas imágenes.
Pues bien, resulta que la segunda semana de setiembre el poeta y artista visual Noé Lima, de El Salvador, debía arribar al aeropuerto Internacional Juan Santamaría, con el propósito de impartir un taller de poesía gráfica en la galería Kandinsky de San José. Para sorpresa de las personas matriculadas y de quienes le esperábamos, el poeta Lima aterrizó en la terminal aérea, pero no pudo ingresar al país.
Explico: las “autoridades nacionales” (¿de Migración, de Aduanas, de la transnacional que administra el aeródromo?) le exigieron al poeta que mostrara $500.00, de lo contrario no podía pasar. Como es sabido, y ya la Istarú lo insinuaba, la mayoría de los poetas, cuando no tienen mecenas o instituciones que los apoyen, generalmente viajan “limpios”, o apenas con el billete necesario.
En el caso que nos ocupa, era evidente que el poeta, quien traía toda la documentación en regla, no venía como turista ni tampoco a delinquir, mucho menos como migrante en busca de horizontes; los pobres habitualmente vienen “mojados”, o por insólitas veredas.
Era claro que el poeta Lima recibiría un emolumento por el taller que impartiría. Sin embargo, lo asombroso del acontecimiento es que ni siquiera le permitieran  a la propietaria de la galería, señora Alma Fernández, su intercesión para explicar la situación del poeta/artista salvadoreño. Incluso el padre de la empresaria, el célebre y galardonado pintor Rafa Fernández, trató de intervenir, pero fue inútil. El poeta fue devuelto a su país de origen.
Supongo que al poeta, en esta ocasión, lo confundieron con un marero de La 18 o de La Salvatrucha. O tal vez con un posible terrorista o narcotraficante. ¿Acaso con un soldado de Al Qaeda o un talibán? Solamente que, también supongo, cualquiera de esos especímenes, si se los solicitaban, bien podían haber mostrado los $500.00 y más. Y no solamente mostrado.
En cualquier caso, lo lamentable es que se le haya negado el ingreso a un joven poeta salvadoreño, que venía emocionado a compartir sus conocimientos con artistas costarricenses. Y que a pesar de la mediación de empresarios y artistas de la talla de los Fernández, las “autoridades” ni siquiera se molestaran en escucharles. Noé Lima, en uno de los mensajes donde se disculpaba terriblemente compungido, expresaba: “Nunca me había sentido tan humillado”. No era para menos.
Pareciera que la exacerbación de la xenofobia y el temor a las maras está afectando la percepción de nuestras refinadas “autoridades”. Tal vez por esa razón han autorizado el desembarque de más de 7.000 marines en nuestras costas, con una cantidad temible de naves militares sin responsabilidad por sus actos ante las leyes nacionales.
Dicho temor de seguro tiene que ver con la égida de los “tratados de libre comercio”, que permiten la circulación libre de valores y mercancías, en muchos casos no importando si son mal habidos, o si son de buena calidad, pero no así de los seres humanos. Especialmente si se trata de un artista o de un poeta centroamericano desprotegido, mejor dicho, desahuciado, por los mismos tratados.
Por todo ello, el inicio del mencionado artículo de Ana Istarú me suena ahora doblemente sarcástico, doblemente punzante y extraordinariamente vergonzoso: Cuando se es poeta no se gana, pero se viaja.

  • Adriano Corrales Arias (Escritor costarricense)
  • Opinión
Terrorism
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