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Celuloide en 35 mm. Solo ese dato es suficiente para reconocer el esfuerzo de esta producción.
Los coproductores, el brasileño Vicente Ferraz y la costarricense Isabel Martínez, dedicaron catorce años a hilvanar laberintos nostálgicos de una historia que aún huele a pólvora y sobre unos actores que continúan haciendo camino al andar.
El 19 de julio de 1979 marca el epílogo de 50 años de lucha en las montañas del vecino país del norte y el inicio de un gobierno henchido de ideales, arte y solidaridad internacional.
Para muchos ticos, compañeros de viaje en ese proceso, el filme insufla adrenalina y la sala de Terramall, donde se estrenó privadamente, lo hubiera transmutado en foro ideológico a no ser porque la directora de Cinergia, María Lourdes Cortés, discretamente lo sorteó, aunque no lo suficiente para disuadir a Damián Alcázar de lanzar un… “¡Viva el Cono Sur!” y, además, porque los jóvenes que conformaban el auditorio en su mayoría eran ajenos al contexto histórico-político de este filme que, con visos de “culebrón” se contorsiona durante 96 minutos en busca de identidad de género. Documental o cine ficción, ambas cosas y ninguna al mismo tiempo.
Un contradictorio comandante Jarquín que deserta de su ejército y abandona su país indignado por la corrupción, pero que no duda en abandonar a la veintena de hombres ante un enemigo mejor apertrechado. Este personaje es magistralmente dramatizado por Damián Alcázar (La Ley de Herodes) acompañado de Carlos Catania, justa y merecidamente premiados en el Festival Brasileño Ceará, 2010. El resto de las actuaciones costarricenses, catorce años más jóvenes, con mayor o menor acierto nos recuerdan la vieja manía que existía de llevar el arte de las tablas al cine, lo cual lo carga de una atmósfera histriónica acentuada aun más por variaciones en el manejo técnico de los decibeles. La fotografía conmovedora y rica en efectos especiales merece el aplauso, ante todo considerando los desvelos de posproducción para conciliar catorce años de vertiginosos cambios tecnológicos. Los editores nos quedan debiendo un taller para explicar lo que parece más producto de la magia que de la técnica. Intentamos sin éxito relacionar al C. Jarquín con alguno de los personajes de la vida real. El legendario C. Edén Pastora -hoy a cargo del dragado del Río San Juan- abandonó su viceministerio para encabezar la contrarrevolución (Contra) luchando contra sus excompañeros y contra la CIA (Remember “La Penca”), pero jamás dejó tirada su escuadra militar en un combate. La C. Dora María Téllez marcó distancia electoral con sus excompañeros, pero de frente, valientemente y desde la propia “Nicaragua Nicaragüita, la flor más linda de mi querer…” Por ello hemos de suponer que la trama articuladora del filme, un Comandante desertor (una renuncia hubiese sido suficiente) harto de la “piñata” y para dar rienda suelta a su ímpetu de bailarín de chachachá cabe en el imaginario de la coproducción, aunque en mi opinión no alcanza a crear conciencia sobre los abusos del poder. El director Ferraz concibe los años 80 como “el último ladrillo del muro de las utopías latinoamericanas”. Posición divorciada de la realidad cuando constatamos que eso que él llama “utopía” revolucionaria hoy luce más vital y rejuvenecida que nunca. Aun con sus errores, la Revolución Sandinista es una estrella fija en el horizonte para los luchadores contra la raigambre de dictaduras y títeres, que por siglos secuestraron la dignidad latinoamericana y saquearon sus recursos… Para un revolucionario resulta imperdonable perder de vista dónde aguarda el verdadero francotirador. Mientras los gobiernos capitalistas se unifican maximizando beneficios privados, los revolucionarios se distancian con el esnob y el diletantismo intelectual. Cómo soslayar que los sandinistas araron en tierra fértil y cosecharon frutos como Lula en Brasil, Correa en Ecuador, Morales en Bolivia, Chávez en Venezuela, Lugo en Paraguay, Colom en Guatemala, Funes en El Salvador, y otros tantos que esperan turno… así como el propio Frente Sandinista, que para millares de nicaragüenses continúa siendo una vertiente de leche y miel. El arte cinematográfico como manifestación subjetiva del espíritu es libre, y no está sujeto a reglas preestablecidas ni a la fidelidad con la historia, pero si se inserta un texto en aras de ubicar al espectador en un determinado contexto, se espera mayor objetividad. Resultaría pertinente, por ejemplo, acotar que del espíritu revolucionario sandinista hoy se nutren varias fracciones político-electorales; pero, afirmar que esta Revolución murió el día en que el Presidente Daniel Ortega entregó la banda presidencial a Violeta Chamorro, lejos de informar, representa más un juicio de valor, que por categórico, desinforma. Con igual o mayor razón otros no dudarán en replicar: “Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud”.
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