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Una familia está en su casa. De un momento a otro, entran unos desconocidos a la fuerza. Violan y golpean a todos, asesinan a varios miembros de la familia, esclavizan a los sobrevivientes y se roban todo lo que tenga valor. De acuerdo con la ley, se han cometido varios delitos.
Creo que ningún lector tiene duda al respecto. ¿Qué opinarían los lectores si alguien le dijera a esa familia que no solamente no ha habido delito, sino que los sobrevivientes deben sentirse beneficiados con lo acontecido, olvidarse de todo y seguir adelante?
De una manera simplista, esa es la historia de Latinoamérica. Fuimos invadidos, asesinados, saqueados y esclavizados. No solo eso, sino que se nos adoctrinó para avergonzarnos de nuestras raíces y llevarnos a un punto en que, totalmente sin dirección, lo único que nos quedó fue tratar de parecernos a los invasores. La palabra indio es usada peyorativamente.Nuestra cultura, nuestro idioma, nuestra historia, nuestra religión… todo fue devastado, todo quedó sepultado bajo el polvo de la conquista. Se nos enseñó que debíamos negar lo ocurrido, debíamos callar. Basta con recordar cómo siglos después un “rey” español le grita a un “aborigen” del siglo XXI “¿por qué no te callas?”.
El sistema educativo costarricense se pone al servicio de esa represión. Ahora, todos los octubres se “celebra” el “encuentro de culturas”. Ya no es un genocidio ni un delito, es un encuentro. Esta represión tan impresionante, deja un vacío profundo, un trauma que no puede ser elaborado y por lo tanto, continúa siendo actuado inconscientemente, relegándonos al lugar de súbditos.
Carlos Alberto Montaner (“Origen del atraso latinoamericano”, La Nación, 17 de octubre de 2010, página 29A) avala la tesis de Andrés Oppenheimer, que consiste en que Latinoamérica es subdesarrollada porque insiste en mirar hacia el pasado. Afirma que la sociedad latinoamericana es “pródiga en abogados y humanistas, que gradúa muchos más psicólogos que ingenieros o especialistas en informática”. Se nos compara con países europeos, con los Estados Unidos de América y con China.
Pasan por alto, tanto el señor Oppenheimer como don Carlos Alberto, un principio económico básico, la existencia de un capital semilla u originario. Los países europeos y, posteriormente EEUU, tan admirados por los citados caballeros, cuentan con un capital semilla obtenido gratuitamente, por medio del saqueo que durante siglos sufrieron los pueblos latinoamericanos. Por su parte, China, ha logrado surgir a partir de una política abusiva, por medio de la cual los chinos ganan salarios miserables a cambio de su aporte a la producción nacional.
Ahora resulta que nuestro subdesarrollo es producto de nuestra “necedad” de quedarnos en el pasado. Nos quieren hacer pensar que una sociedad saturada de ingenieros y especialistas en informática será mejor que nuestras sociedades.
Ya antes nos habían planteado como modelo la sociedad japonesa. Es sabido que los índices de suicidios en Japón son exorbitantes. La fórmula que plantea que a mayor PIB, mayor felicidad, es una de las mayores falacias planteadas por el capitalismo. EEUU (la primera economía del planeta) o China (la segunda), no tienen habitantes más felices que los latinoamericanos.
El hecho de que en Latinoamérica se gradúen tantos psicólogos no es fortuito. Es reflejo de un trauma no resuelto. Negar la historia no ayuda en nada. Nuestros gobiernos tienen la obligación de decir la verdad a nuestros niños y jóvenes, además de promover espacios para la reflexión y la expresión libre de ideas y sentimientos.
Solo enfrentando el doloroso pasado podremos reconstruirnos. Lo que el mundo necesita es un equilibrio entre los ingenieros y especialistas en informática, por un lado, y los humanistas, por el otro. Considerar que la búsqueda de las raíces culturales es “una actitud poco práctica ante la vida” –como se indica en el citada publicación-, es una grosera manifestación de un capitalismo utilitarista, que solo se interesa en el ser humano como productor de riqueza y, principalmente, como consumidor.Nuestros octubres no deben ser motivo de celebración, sino de reflexión, de encuentro con nuestras raíces.
Solo así podremos crear una nueva cultura, una nueva Latinoamérica que se levante en medio de sus cenizas. Cuando eso ocurra, los que hasta ahora se jactan y se convierten en gurús, se darán cuenta de nuestro verdadero potencial.
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