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El mundo entero contiene la respiración cuando el primero de los mineros atrapados en agosto pasado emerge en suelo chileno desde su nave subterránea.
Aquellos humildes hombres han esperado pacientemente bajo tierra, confiados en que su gente y su gobierno no los sepultarían en vida en medio del desierto de Atacama.
En la televisión nacional de Chile se ha trasmitido el rescate sin interrupciones. Hace semanas que los mineros han dejado de ser un número impar, para convertirse en seres humanos con rostro, nombre y apellido. Ante el inminente éxito de la operación de rescate, en la Plaza Italia de Santiago, un eufórico hombre grita “Aquí no sobra nadie. Viva Chile mierda”. Y estalla el júbilo entre los asistentes.
No pasa mucho tiempo para que el presidente Sebastián Piñera prometa mejoras en la industria minera chilena, una industria que desde sus inicios ha cobrado miles de vidas y miserias. Ya se buscan también a los responsables de aquel incidente, pues alguien debe ser llamado a rendir cuentas. Esto, pese a la casi desgracia, es una reivindicación para las luchas laborales del sector minero.
A menos de una semana del histórico rescate, una noticia al otro lado del hemisferio ensombrece la celebración. En China, aumenta el número de fallecidos en una mina de carbón como consecuencia de una fuga de gas, otros permanecen atrapados. Esto no es novedad como lo ocurrido en Chile, pues solo este año las minas chinas tienen a su haber más de 500 muertes. Las autoridades chinas aseguran que han emprendido labores de rescate. Empero, en China la sobrepoblación es otro de los muchos factores que indirectamente estimulan el paupérrimo interés por la vida y la dignidad humanas y el rescate de unos cuantos mineros no parece estar en la agenda del gobierno. Los familiares simplemente aguardan en silencio, esperando lo peor, saben que no hay mucha esperanza, y tampoco tienen derecho a protestar ante la negligencia.
Saben también que aquellos que se atrevan abiertamente a exigir mejoras en sus condiciones laborales corren el peligro de ser exterminados (recordemos Tiananmen) y quien se manifieste a favor de una reforma gubernamental es considerado un traidor, un simple criminal, aun cuando sea laureado con el Premio Nobel de la Paz. El fantasma de la censura es omnipresente en China, cualquiera que levante un poco la voz y la cabeza se convertiría en burdo subversivo. El gigante chino crece aceleradamente con la ventaja contar con millones de almas vistas solo en términos de mano obra barata, mano de obra que no parece escasear, pues aquí lo que sobra es gente.
En China, las más triviales libertades son vistas con recelo, como una osadía para el régimen, y como tales, deben ser silenciadas antes de que las ideas se expandan como epidemia entre la población. Posiblemente el gobierno chino ha tomado algunas precauciones para evitar accidentes mineros, pero ha dejado también claro que no está dispuesto a sacrificar un ápice de su rauda productividad, eso es simplemente inadmisible. Se redoblaron los esfuerzos para el rescate, pues la hazaña chilena ha puesto en el mapa a la mortal industria minera china. Sin embargo, todo fue en vano, ninguno de los mineros ha logrado salir con vida. La cifra final: 37 hombres llorados por sus familias, y cuya ausencia en el fondo de la tierra no tardará en ser reemplazada. No hubo cruceros, ni entrevistas en televisión, tampoco transmisión en vivo del rescate, ni un presidente esperándolos para abrazarlos y darles la bienvenida a la vida. Serán otros los que entren a la mina sin saber si algún día la vida se detendrá entre carbón y polvo.
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