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Irresponsabilidad eficiente y la televisión como sastre

Cuando colapsa una mina y quedan 33 hombres atrapados, aparece la escoba del olvido y barre con los porqués. El derrumbe no es derrumbe porque un omnipotente director de cine se ha decidido  por rodar en tierras chilenas un drama heroico (como podría afirmarse si se parte del resultado), sino, simple y desgraciadamente, porque la mina no era una mina humanizada sino una mina capitalizada.

Cuando colapsa una mina y quedan 33 hombres atrapados, aparece la escoba del olvido y barre con los porqués. El derrumbe no es derrumbe porque un omnipotente director de cine se ha decidido  por rodar en tierras chilenas un drama heroico (como podría afirmarse si se parte del resultado), sino, simple y desgraciadamente, porque la mina no era una mina humanizada sino una mina capitalizada.
No se puede servir a más de un dios. Y como enseña la experiencia, donde se derrama el capital se emprende un ritual de desaparecimiento de los humanos.
Y con los humanos desaparecidos (desde antes del derrumbe), las condiciones de seguridad que debía satisfacer la mina, desaparecieron también. Los mineros son más víctimas que héroes, aunque ahora les pongan una bata de Jedi con los calzoncillos supermánicos a la vista. A la irresponsabilidad de la empresa le sirve esta cortina acomodada. Irresponsabilidad eficiente.
Pero hay más. Toda esta desdicha pudo ocurrir -como ocurren casi todas las desdichas- en el oscuro anonimato, es decir, en la inexistencia impuesta (inexistencia que padece casi toda la historia de los que no mandan), sin la vitalidad del reconocimiento ajeno. Pero la luz vino. Vinieron los ojos del mundo que se han envasado (¿consentidamente?) en las cámaras televisivas. Cientos de medios de comunicación fabricaron conmoción. Los noticiarios nacionales sacrificaron horas de programación habitual para cubrir los hechos. ¿Sacrificio?  Anuncios iban y venían. Pero ahí no hay gran sorpresa; lo de las habilidades para armar negocios con lo que sea, es ya conocido. Ahora los mineros están negociando con su historia, y para que no se enfríe la producción de fama se han montado una polémica sobre quién fue el Moisés del inframundo. En las ciudades chilenas se vendían cascos amarillos con un 33 pintado con escarcha. Pero como dije antes, este afán de mercantilizar no es la novedad. La sorpresa viene de la capacidad potencial de los medios masivos.
Los medios posibilitaron esta vez que acompasáramos nuestros nervios con los de 33 humanos desconocidos. El bombardeo de información fue impresionante. A toda hora, en todas las secciones informativas. No es negativo que hallamos podido unirnos en la preocupación de otros. Si camináramos así siempre no nos iría tan mal, ni nos andaríamos malqueriendo y otrorizándonos. La televisión demostró su capacidad de poner y, por tanto, también la de negar. Puso y la historia fue. Pero no pone la tragedia de miles de humanos que viven en condiciones precarias (ergo, el Real Madrid no les regala camisetas). Tampoco pone, y por tanto niega, a los aborígenes que reclamaron su dignidad en la Asamblea Legislativa. Ni a los ayunantes que exigieron  instalados frente a Casa Presidencial una racionalidad antagónica a la de la eficiencia económica. Ni a las 187 mil familias hundidas en viviendas precarias. Ni a los desempleados que deambulan persiguiendo un salario. Ni celebra al malabarista de la esquina, que para ser celebrado deberá aislarse en una alcantarilla, y armar un melodrama que ojalá desvíe la atención costarricense y ampare el merecido aumento salarial diputadil.
Los medios se cuidan y exprimen lo inofensivo. Lo inofensivo además llena y crea olvidos. Una cantante prefabricada que exprimió los mensajes de texto de los costarricenses (chauvinismo pop) es inofensiva. Los concursos de baile son inofensivos. El nuevo Estadio Nacional es inofensivo. Los mineros chilenos se volvieron inofensivos y, por tanto, útiles. Piñera hace viaje a Europa con una hermosa carga de heroísmo (ganado con abrazos, sonrisas y llamadas telefónicas interpresidenciales milimétricamente televisadas). La condición laboral real de los trabajadores chilenos en la industria minera no se rescató de su entierro. 
La televisión construye realidades, acomoda los reflectores. Así que podemos prepararnos para participar/ver guerras inofensivas y “paces” inofensivas hechas a la medida. El sastre está listo.

  • Jonathan Acuña Soto (Estudiante de Economía)
  • Opinión
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