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En los últimos días, para nadie es un secreto que la noticia del momento ha sido el rescate de los mineros chilenos. Dicho acontecimiento ha marcado la tónica de toda la prensa en el nivel mundial.
No puedo negar que mi reacción fue de alegría al saber que los 33 ahora llamados héroes, se encontraban con vida; sin embargo, de forma paralela se presentó un fenómeno social que llamó poderosamente mi atención. Se trata de la reacción que este hecho ocasionó en las mal llamadas “redes sociales”, en especial el Facebook.
Casi de forma inmediata y de manera increíble, se empezó a llenar esta famosa página de comentarios de personas elevando sus plegarias cibernéticas al Todopoderoso a favor de los mineros, como esperando a que Dios en algún momento se sentara a abrir su cuenta personal de Facebook para hacer efectivas dichas oraciones.
Comentarios como: “Dios les dé fuerza”, “Vamos, Dios está con ustedes”, “Estamos en presencia de un milagro”, entre otros, eran la constante durante los momentos del rescate y las horas posteriores. Quiero aclarar que no tengo nada ni en contra de la religión, ni de Dios ni mucho menos en contra del concepto de solidaridad, cuando se aplica de la forma correcta.
Viendo este tipo de reacciones me preguntaba: ¿Será que en Costa Rica no existen problemas sociales que nos hagan merecedores de tales derroches de exaltación y repentina manifestación de espiritualidad sin medida? Este hecho me hizo reflexionar acerca de algunos aspectos de nuestra compleja realidad social, y nuevamente me preguntaba: ¿No será más provechoso que en lugar de elevar mis plegarias cibernéticas a Dios (que probablemente le importa poco o nada lo que diga el Facebook), utilice ese tiempo para tomar un plato de comida y se lo lleve a alguna persona hambrienta en las calles? Al parecer, la primera opción resulta la más sencilla, y evidentemente la más satisfactoria dadas las circunstancias, ya que me ahorra tiempo y esfuerzo y así siento que he cumplido con mi “cuota diaria de solidaridad con el prójimo”.
Ese es precisamente el problema en nuestro país. Son muchas las personas que se quejan de lo difícil de la situación, pero son pocas las que toman la iniciativa para hacer algo que realmente cause un impacto, más allá de estrechar los lazos con una comunidad cibernética de amigos y amigas, de los cuales muchos ni siquiera se conocen en persona. Creo que Dios se sentiría mucho más satisfecho de ver a todas esas personas que sacaron de su tiempo para mencionarlo en una red social, tomándose el tiempo para ayudar a sus semejantes de una manera más proactiva y socialmente más eficiente, en lugar de formar parte de un show massmediático, en donde los medios de comunicación luchaban por conseguir el rating más alto, aunque esto significara llegar al punto poner en evidencia a la luz pública intimidades familiares y personales de estos sobrevivientes; a esto se le suma ver al presidente y líderes nacionales chilenos, robándose el espectáculo y aprovechando hasta el más mínimo instante de la difícil situación, para realizar una bien estructurada campaña proselitista (“por supuesto que hay que pensar a futuro” analizaban muchos de ellos probablemente). Ahora solo falta que el presidente Sebastián Piñera dentro de su informe final diga que dentro de los logros de su gobierno estuvo el rescate de 33 mineros atrapados!!!
Volviendo a nuestro país, resulta simpático ver cómo constantemente las personas utilizan este tipo de redes sociales como válvula de escape para quejarse sobre diversos temas: la corrupción del país, los asaltos, los bajonazos, la violencia, los huecos, la carretera a Caldera y los infaltables hermanos Arias; pero son pocas las iniciativas propuestas que ayuden a promover los valores familiares, morales y éticos de nuestra sociedad. Somos la cultura del “quéjese aquí” (de ahí la fama del conocido cartel amarillo), pero, cuando hay que arrollarse las mangas y ponerse a trabajar por el país, muchos de esos “quejosos” son los primeros en dar un paso atrás. Utilizamos fenómenos mediáticos como el caso de los mineros, para demostrar lo “solidarios” que somos con mensajes de apoyo, pero no somos capaces de darle una moneda a un indigente en el centro de San José o de sacar un domingo para ir a conversar con alguno de los ancianos abandonados en el Carlos María Ulloa; podría seguir dando ejemplos, pero creo que he dejado claro mi punto. Ojalá que esta situación cambie algún día, y los ticos y ticas nos pongamos la mano en el corazón y reflexionemos sobre lo que está pasando en nuestra compleja realidad social, nos dejemos de tanta “hablada” y trabajemos para sacar adelante este país, dejando de lado ese falso sentimiento de solidaridad, como la salida fácil y rápida para los problemas. Ojala algún día los costarricenses pongamos en práctica las palabras de Juan Pablo II, cuando afirmó que “la solidaridad no es un sentimiento superficial: es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, el bien de todos y cada uno para que todos seamos realmente responsables de todos.”
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