Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
Corría el mes de enero de este 2010 cuando Óscar Arias entró, a lo Gregorio Samsa, en una metamorfosis que lo convirtió en el “presidente manos de tijera”. Los últimos meses de su mandato se convirtieron en un “corte que corte” de cintillas de todos colores y tamaños para dejarnos toda clase de cosas inconclusas en su segundo mandato.
Una de esas obras fue la mal llamada, pista a Caldera. Lo que no sabía el “viejo manos de tijera” era que, igual que él, esa carretera, luego de inaugurada, sufriría una metamorfosis y posterior evolución.
Lentamente la vía a Caldera se transformó en más que una pista que tenía varias décadas en construcción y que, contradictoriamente, se llamaba pista teniendo sólo dos carriles.
Se convirtió en mucho más que el último empujón que el exmandatario le dio a la candidatura de Laura Chinchilla. Incluso dejó de ser el último acto de arrogancia, soberbia y prepotencia del Ego, perdón, del Nobel de la Paz, mientras seguía evolucionando a su forma actual.
En su marcha siguió transformándose para luego convertirse brevemente en catarata y asumir varias formas, incluida la forma de “paradoja”, pues sólo en Costa Rica una pista con varias décadas de retraso se inaugura prematuramente.
Hasta que finalmente llegó a su estado último. La carretera a Caldera se convirtió en un espejo. Es un espejo de lo que Costa Rica ha padecido endémicamente los últimos 25 años. Un espejo de las frustraciones de un país. Un espejo de los vicios que un modelo de desarrollo errado y una élite política tan soberbia como incompetente nos han hecho sufrir al menos desde principios de los ochentas.
Pero, como Alicia, Costa Rica decidió cruzar el espejo y mirar de cerca que se encontraba del otro lado. Al cruzar nos dimos cuenta que Caldera resume, casi como una bofetada del destino, todo lo que ha acontecido para llegar adonde estamos hoy, convertidos en un pueblo de desesperanza. Una población de derrotados impotentes y, para colmo, amnésicos.
Detrás del espejo se volvieron a ver las mismas mentiras y excusas baratas de siempre. Francisco Jiménez aparecía en la televisión diciendo que la “apertura era provisional”, quien fiscalizaba fue despedido y los tormentosos recuerdos se cernían sobre la cabeza de todos los habitantes: aviación civil, los CAT’s, ICE-Alcatel, Caja-Fischel, las (auto) concesiones de Dobles, el memorándum, la impunidad del memorándum, las consultorías, los millones del BCIE…
Al otro lado del espejo se nos reveló la inexistencia de la rendición de cuentas en este país. Un concepto casi abstracto, inoperante en el país, inútil, pues quienes detentan el poder se fiscalizan e investigan a sí mismos. Y lo que es peor aún, desean seguir haciéndolo.
A través de este espejo Costa Rica ve atónita cómo los entes gubernamentales parecen ser los portavoces de la concesionaria. Mientras los “ticos” nos preguntamos: ¿Por qué siempre parece que se debe beneficiar al concesionario, al extranjero, a la multimillonaria empresa privada en detrimento del bien común, de los contribuyentes, de los que cancelan el peaje?
Costa Rica pasó a través del espejo y lo que vio le pareció conocido, se le hizo familiar. La historia de años y años de exactamente la misma clase de gobernantes, de exactamente los mismos exabruptos. Pero fue aún peor lo que Costa Rica escuchó al cruzar el espejo.
Lo que escucho fue aún más tenebroso que lo que vio, pero igual de conocido. Lo que escuchó Costa Rica fue silencio. Un silencio abrumador, silencio del expresidente que la inauguró, silencio del hermano de ese expresidente, silencio de quienes aprobaron todo (una tal González, un tal Matamoros) y lo catalogaron de “en regla” y, obviamente, silencio de la concesionaria “Autopistas del Sol”, que cobra un peaje inaudito, que tiene ganancias ridículas, que no desea pagar el seguro de quienes se accidentaron allí y que, premiada, construirá la pista a San Ramón.
Caldera es hoy, mientras escribo esto, una carretera agrietada, llena de derrumbes, puentes “Bailey” y con trabajadores de la concesionaria en silencio; pero así, caprichoso como es el azar, resulta un espejo para nuestra vida nacional, para nuestro país derrotado, para las frustraciones de muchos años. En el 2020 seremos carbono neutral, en el 2020 seremos un país desarrollado, el barco tuvo capitán pero la carretera que esperó décadas se convirtió en un espejo y todo seguirá igual, porque lo único que Costa Rica no encontró detrás del espejo fue su memoria.
Este documento no posee notas.