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Lo primero que hay que decir de Wikileaks, la página en Internet que acaba de filtrar 250.000 documentos del Departamento de Estado de Estados Unidos, es que no tiene una función periodística, aunque haya puesto al mundo de la comunicación “patas arriba”.
En la operación “Los papeles del Estado” están implicados cinco de los más prestigiosos periódicos del orbe, entre ellos The New York Times (Estados Unidos), The Guardian (Inglaterra), Der Spiegel (Alemania) Le Monde (Francia) y El País (España).
Curiosamente la CNN no quiso participar y todo el protagonismo se lo llevaron los medios impresos, los que han venido a menos en la era de Internet por las pérdidas ocasionadas por las bajas en las ventas de publicidad.
El propio Julián Assange, fundador de Wikileaks, reniega del periodismo, como lo sostuvo en una reciente entrevista con El País de Madrid: “Dado el estado de impotencia actual del periodismo, me parecería ofensivo que me llamaran periodista”, dijo.De modo que lo que ha ocurrido es un “espionaje sobre el espionaje”, es decir, la fuente de la que provienen Los papeles del Departamento Estado recurrió al “hackerismo” para obtener la información. Los “hackers” son aquellos expertos en informática que se destacan por su capacidad de violar la seguridad de los equipos y redes de computación.
Todo cambia, sin embargo, cuando en vez de pasar directamente a la red de Internet -como venía ocurriendo-, esa información es convertida en material periodístico por los prestigiosos medios escritos antes citados.
¿Desde el punto de vista comunicativo de qué estamos hablando? ¿Cuál es el paradigma que predominará en adelante? ¿Dónde queda ubicado el periodismo de investigación? ¿Qué pasa con la Historia? ¿Se agudiza la enfermedad de la inmediatez y la superficialidad?
El prestigio historiador español y catedrático de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova, reflexionaba así en relación con este nuevo entorno en que se ve envuelta la comunicación de comienzos de siglo: “Estamos, sin duda, ante una ruptura de las leyes generales y de los principios morales que habían regido hasta ahora el conocimiento de las relaciones internacionales y del balance de poder entre los grandes Estados. La historia se acelera y ya no podemos aspirar a comprender las cosas pasado el tiempo, con el obligado reposo de las fuentes en los archivos, con el uso de métodos críticos para interpretar los textos y la información. Tiene que ser ahora, hoy mejor que mañana, aunque eso pueda conducir a una versión mutilada y deformada de los hechos”.
ROBO POR ROBO
En Los papeles del Departamento de Estado hay una serie de cables que hablaban del rey Juan Carlos de España, del mandatario venezolano Hugo Chávez, de Cristina Fernández, presidenta de Argentina, a la que Estados Unidos investigó por su condición mental.
Con esas muchas revelaciones sobre la doble moral del servicio diplomático estadounidense – el cual hasta ahora no ha cuestionado una sola de las aseveraciones –, lo que ha hecho es criticar la forma en que se obtuvieron los documentos.
Según el Departamento de Estado, Wikileaks solo depende de una única fuente: el soldado raso Bradley Manning, quien ya se encuentra detenido.
En medio del mar de información que circula por la red, la participación de tan prestigiosos periódicos le da un nuevo carisma a la información de Wikileaks, pero el fenómeno no se debe de confundir con el periodismo de investigación.
DEL WATERGATE A JUAN PABLO I
Cabe recordar que el 8 de agosto de 1974, ante el asombro del mundo, el presidente Richard Nixon dimitía como presidente de Estados Unidos tras el escándalo del Watergate que se había destapado el 17 de junio de 1972. Antes de que el magno suceso se produjera, hubo una serie de informaciones y contrainformaciones, que los acuciosos periodistas de entonces siguieron muchas veces a ciegas.
Dos de ellos, Carl Bernstein y Bob Woodward, del periódico The Washington Post, encontraron las pistas adecuadas que los llevaron a la fuente llamada “Garganta Profunda”, aunque muchas veces cuando estaban perdidos, una nueva publicación de la agencia AP, o de Los Ángeles Times, o The New York Times, los devolvía a la realidad.
El proceso fue agónico en muchos momentos, pero fue precisamente eso: un rastreo de la información, con comunicaciones humanas muchas veces fallidas, que culminó con éxito gracias al empeño de los entonces jóvenes y ambiciosos periodistas.Un fenómeno similar fue desarrollado posteriormente – no ya para ser publicado como periodismo, sino para dar con una verdad oculta – por David Yallop, en el libro En nombre de Dios, el cual documenta con pruebas contundentes – que aún no han sido desmentidas por el Vaticano – el asesinato del papa Juan Pablo I, quien apareció muerto 33 días después de haber ascendido al trono en 1978.
Ambas investigaciones, que tardaron años, se distancian severamente de lo ocurrido con Los Papeles del Departamento de Estado, en que estos últimos se obtuvieron por medio de un acto de “hackerismo” y fueron filtrados primero a Wikileaks y luego a los medios citados anteriormente.
“Clinton y miles de diplomáticos de todo el mundo tendrán un infarto el día que se levanten y se den cuenta de que el archivo entero de su política exterior, está disponible en un formato accesible al público”, le escribió Manning al “hacker” estadounidense Adrián Lamo.
Lo ocurrido con los Los Papeles del Departamento de Estado tiende a confundir, porque los periódicos implicados los pasan por el tamiz de su ideología, de sus intereses y les aplican su propio lenguaje, para transformarlos en productos veraces, y eso hace que sean periodismo al final de cuentas, pero no periodismo de investigación, como se destaca en la red y como miles de lectores tienden a creerlo.
POLONIO 210
Javier Moreno, director de El País, afirmó que “habrá un antes y un después de las publicaciones de Los Papeles del Departamento de Estado”.
En ese sentido, la pregunta y la polémica que predomina en la red es si Wikileaks sobrevivirá a la presión de los gobiernos internacionales. Este sitio en Internet fue despojado de su dominio “.org” y algo más importante se ignora todavía: si la filtración de documentos responde a una inconformidad de funcionarios estadounidenses con sus Departamento de Estado, o todo es obra de una acción individual.
De ser cierta la tesis del Departamento de Estado, todo fluye de una sola fuente: Manning. De ahí que bastaría una imperceptible dosis de Polonio 210 (sustancia radioactiva con la que fue envenenado en noviembre de 2006 el disidente ruso Alexánder “Sasha” Litvinenko), para acabar con la otra fuente por la que pasa la información, y esa es el australiano Assange. De paso vale decir que entre los cables filtrados, varios aluden a este inusual suceso que mató al espía ruso y del que su mujer Marina culpa al expresidente Vladimir Putin.
De ahí que el debate que han desatado los documentos robados al espionaje estadounidense apunte a un solo hombre, ya perseguido por la justicia sueca: Assange.
Y es que a esta filtración en boga, la precedieron los “papeles de Irak y los papeles de Afganistán”.
Mientras todo esto sucede y comienzan a darse las respuestas de gobernantes a uno y otro lado del Atlántico, queda flotando otra duda aún mayor que todas las demás: ¿quién ordena el mundo?
El exministro de cultura de España y escritor, César Antonio Molina, decía en relación con dicha interrogante en un artículo sobre el consumismo a todos los niveles: “La cultura humanista está hoy abandonada por jóvenes entregados al becerro de oro de las redes de comunicación. Cualquier respuesta la obtienen -o creen obtenerla- allí, en el poder cada vez mayor de la información sobre el conocimiento”.
Esa es la lucha que ha abierto de par en par Wikileaks: el combate entre información y conocimiento. Mientras ello sucede, la cultura de la información salta en mil pedazos y arrastra al periodismo tradicional y lo pone en jaque respecto al universo digital.
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