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“Hay mucha fuerza y bondad que jamás se adivinan. ¡Los manjares más exquisitos no encuentran aficionados!”
Nietzsche.
Gaspar Bermúdez era un buen hombre. Nunca le había deseado el mal a nadie. No se pasaba el tiempo lamentándose, criticando, como lo hacían muchos sujetos, la vida, el mundo. Bermúdez era un hombre que siempre encontraba solución a sus problemas.
Tenía un negocio de venta de llantas para automóviles y camiones y le había ido de maravilla. Gaspar Bermúdez era millonario y tenía fama de ser un patrón justo y considerado.
Tenía, para uso personal, un Range Rover, al que bautizó con el nombre de Hércules. Bermúdez era casado: tenía una esposa muy talentosa y dos hijas que lo adoraban. Muchas personas estaban enfermas de envidia, de celos, de egoísmo, por la prosperidad de Gaspar.
En el verano, el millonario salía a correr en el atardecer. Pasaba por un parque donde a menudo estaba un borracho con ojos achinados, sucio, sufriente. Un día se sentó a la par del sujeto y entabló una conversación con él. Con voz baja y amable le preguntó: “¿Por qué toma tanto?, ¿Cuál es tu nombre?, ¿Cuál es tu problema?”. El borracho se sintió bien, sintió confianza.
Le respondió que le decían Bruce Lee, el nombre del famoso actor y guerrero, porque en su juventud había sido un karateca de renombre.
-¡Es cierto que soy un borracho, pero eso no me hace mala persona! Hace cuatro años que murió mi madre que era de origen chino. Mi padre, que era costarricense, también murió. Desde que murió mi madre me puse a beber para olvidar la tragedia. Quiero sinceramente dejar de tomar, pero no puedo: ¡el vicio me tiene atrapado!”, le contó Lee.
-¿Quieres desintoxicarte un poco, sentirte un poco relajado, un poco bien, distinto? Puedo llevarte a un sauna. Conozco uno, cuyo dueño es muy amigo mío. Ahí alquilan pantalonetas y sandalias. Y hay servicio de paños y venta de frutas – le dijo con firmeza y simpatía Gaspar Bermúdez.
-¡No sé! ¿Está seguro de lo que dice? – le preguntó asombrado, sorprendido Lee.
-¡Sí, estoy seguro¡ ¿Qué te parece si voy a mi casa, recojo a Hércules, el automóvil, y paso por vos en media hora?
Bruce Lee se puso a pensar. Se puso un poco desconfiado: “¿Tiene usted malas intenciones? ¿Es un hombre raro que pretende conquistarme, comprar mi cuerpo?”, le preguntó Lee.
-¡No, no! ¡No soy un hombre de esos! Solo quiero ser tu amigo. Quiero darte un empujón, un aventón, ayudarte con tu vicio. Mis intenciones son puras, cristalinas, sabias – le dijo Gaspar con firmeza y seguridad.
Lee sintió confianza. Accedió al ofrecimiento. Gaspar fue a su casa. Sacó un poco de dinero, a Hércules, y se dirigió a recoger a Bruce al parque.
Gaspar y Lee se dirigían al local donde estaban los saunas. En el trayecto Gaspar le preguntó: “¿Dónde vives?”.
-Vivo en casa de una hermana. Ella me ofreció un cuarto. Casi nunca llego a dormir – le respondió Lee.
-¿Te limpias los dientes?
-¡No, nunca! – le respondió Bruce.
-¿Te gustaría limpiártelos otra vez?
-¡Sí! – le respondió Lee. ¿Por qué no?
-Voy a pasar a un supermercado que está de camino y te compro unos cepillos y una pasta de dientes especiales. También quiero comprarte un pantalón y unas camisas. ¿Qué talla usas?
– Soy 34 de pantalón y camisas médium – respondió Lee asombrado de nuevo.
Gaspar y Bruce llegaron al súper. Gaspar compró unos cepillos Oral B y una pasta de dientes gigante marca Crest especializada en proteger y blanquear los dientes. También le compro unos blue jeans marca Levi´s y unas camisas de algodón.
El millonario entró al automóvil y le preguntó a Bruce que cómo estaban sus zapatos: “¡Todavía aguantan¡” – respondió Lee con humildad y un poco asustado.
El millonario y el borracho fueron al sauna. Después de tres tiempos de estar en el sauna de diez minutos cada uno y bañarse con agua fría, Bruce se sintió distinto, un poco desintoxicado, un poco despejado, tranquilo, contento.
Gaspar Bermúdez lo invitó a comer una fuente de frutas frescas. Le prestó el peine y le habló un poco de su familia y su trabajo. Dejó a Bruce en casa de su hermana y le dijo que le deseaba la mejor de las suertes y se despidió amablemente.
Bruce Lee entró a la casa. Llamó a su hermana y le contó todo lo que le había pasado. Le mostró las cosas nuevas a su hermana y le dijo que se sentía regalado, agradecido, bendecido, limpio.
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