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Eduardo Báez, amigo nicaragüense

Conocí a Eduardo Báez en un congreso centroamericano sobre literatura infantil realizado en Managua en 1996. Fue suficiente ingresar en la pequeña oficina de una ONG recién fundada llamada “Libros para Niños”, para darme cuenta de que Eduardo dirigía un pequeño grupo de personas que estaba iniciando una labor revolucionaria, la cual consistía en fomentar los hábitos de la lectura en la niñez por medio de la difusión de libros literarios de alta calidad. Ellos alentaban a leer las más cuidadas y maravillosas páginas a niñas y niños de zonas rurales, los “huele pega” que se agolpaban en las esquinas de la ciudad y los que no tenían mayor esperanza académica que concluir la educación primaria.

Conocí a Eduardo Báez en un congreso centroamericano sobre literatura infantil realizado en Managua en 1996. Fue suficiente ingresar en la pequeña oficina de una ONG recién fundada llamada “Libros para Niños”, para darme cuenta de que Eduardo dirigía un pequeño grupo de personas que estaba iniciando una labor revolucionaria, la cual consistía en fomentar los hábitos de la lectura en la niñez por medio de la difusión de libros literarios de alta calidad. Ellos alentaban a leer las más cuidadas y maravillosas páginas a niñas y niños de zonas rurales, los “huele pega” que se agolpaban en las esquinas de la ciudad y los que no tenían mayor esperanza académica que concluir la educación primaria.
Durante varios años, encuentros y desencuentros, Eduardo y yo conversamos sobre la necesidad de crear un proyecto para el fomento de la lectura en la niñez nicaragüense y costarricense. Deseábamos vincular a ambos países por medio de la experiencia prodigiosa de colocar materiales de lectura en manos de personas menores para que disfrutaran, soñaran y que, de esa forma, llevaran su pensamiento hacia elevados niveles de criticidad y de creatividad. “Un pueblo que lee es un pueblo rico” había leído en un viejo afiche mexicano, y con esa frase guardada en mi bolsillo me aventuré a conocer el trabajo que este grupo de profesionales, liderado por Eduardo Báez, realizaba en Nicaragua. En ese país, me encontré con bibliotecas especializadas para el disfrute de los niños, llamadas “Rincones de Cuentos”, festivales llenos de colorido para celebrar el goce de la lectura y un sólido proceso de capacitación orientado a educadoras y educadores.
Así empezamos, en 2005, el proyecto Rincón de Cuentos en Costa Rica. Nos unimos, con igual entusiasmo, la Universidad de Costa Rica, el Ministerio de Educación Pública, la Organización de los Estados Americanos y esa pequeña y significativa ONG nicaragüense “Libros para Niños”. Con un trabajo coordinado, fundamentado en el diálogo, en el respeto a las nacionalidades y en la comprensión de las diversas culturas, creamos Rincones de Cuentos en la Escuela República del Paraguay en Hatillo, la Escuela República de Nicaragua en Barrio Cristo Rey y la Escuela Ascensión Esquivel en Cartago. Las paredes se cubrieron de murales, los anaqueles se iluminaron con libros hermosos, en los muebles aparecieron vestuarios para jugar a los soñados personajes de los cuentos y los estantes fueron habitados por títeres. Las niñas y los niños han sonreído con la perenne gracia de las letras y las ilustraciones, y han jugado con las grandiosas esculturas creadas por Leda Astorga, dedicadas a Cocorí de Joaquín Gutiérrez. En el proceso de negociación entre Nicaragua y Costa Rica, Eduardo Báez nunca me dijo que esperaba que el proyecto beneficiara a determinada cantidad de personas de origen nicaragüense, nunca impuso condiciones que no fueran las de satisfacer las necesidades recreativas de la niñez y siempre mostró gran respeto y aprecio por nuestro país.
Los vínculos entre Costa Rica y Nicaragua se estrecharon por medio de la creación y la edición de libros dedicados a la niñez. Gracias a la continua comunicación, Eduardo logró que artistas costarricenses ilustraran obras de autores nicaragüenses. De esa forma, Vicky Ramos llenó de colores libros de Mario Montenegro y Ernesto Cardenal; Nela Marín la obra de Dixon Moya, Enrique Pilarte y Luis Felipe Ulloa; Álvaro Borrasé, recientemente, creó una innovadora propuesta plástica para el poema “A Margarita” de Rubén Darío. Me parece que Eduardo Báez tenía plena conciencia de que la poesía es el mejor lenguaje diplomático y que es un puente para el entendimiento entre los pueblos.
De manera imprevista, Eduardo falleció el pasado 8 de mayo. Sus amigos costarricenses decidimos hacer las gestiones para que el Rincón de Cuentos de la Escuela República de Nicaragua llevara su nombre y le rendimos un homenaje en la Feria Centroamericana del Libro, realizada en San José en setiembre pasado.
No he podido dejar de pensar en Eduardo al seguir el curso de los acontecimientos relacionados con el conflicto entre Nicaragua y Costa Rica. Creo que los Rincones de Cuentos que hemos creado en nuestro país constituyen una metáfora de que el diálogo es posible cuando no existen mezquindades y cuando lo que interesa es el bienestar común; que el arte y la belleza son más poderosas que las armas y que el uso inteligente de la palabra puede engrandecer, por partes iguales, a dos pueblos hermanados por la cercanía y la historia.

  • Carlos Rubio (Profesor Literatura Infantil UCR–UNA)
  • Opinión
Joaquín Gutiérrez
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