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Hace pocos días se reunieron algunos miembros de Liberación Nacional con el exministro de la Presidencia, Rodrigo Arias. Alcaldes, diputados y miembros del partido asistieron a la velada. La razón de la reunión, según informo La Nación, fue celebrar el gane de 59 de 81 alcaldías en las elecciones pasadas. Las razones son pretextos; los comentarios de los participantes en la festividad dejaron claro que la intención de esta fue organizar un movimiento a favor de la candidatura de Rodrigo, unir al PLN alrededor de Arias. Por supuesto, los comentarios estuvieron llenos de adulación: abogaron por el hacerle “justicia política” al exministro. Y no faltaron los rezos y cánticos a favor de Guillermo Zúñiga como quien canta en una barra del futbol nacional: “¡No se va, no se va, Memo no se va!”… “¿Qué importa que digan que usted está con los Arias? Diay, si todos lo estamos”, sentenciaba el cántico.
La noticia de dicha celebración me recuerda los comentarios de Arias sobre el actual gobierno:
La pretensión presidencial de Rodrigo Arias ha desprendido de su cabeza un sinfín de ocurrencias, ha señalado que el gobierno carece de “pulso político”, no posee orientación y que él puede ayudarlo, tanto a “estrechar relaciones” con las municipalidades como a “coordinar” con la Asamblea Legislativa, pues mantiene un constante contacto con los diputados, a los que, dice él, “ayuda a formar criterio”. Señores –grita Arias a la prensa – yo manejo la Asamblea Legislativa, manejo un montón de diputados, soy un hombre que no es que aspiro, es que ya tengo hoy el poder (Semanario 30-06-10).
Nosotros somos las palabras que decimos, el discurso de Rodrigo es la expresión más clara de su vanidad, arrogancia y ego. El exministro tiene pretensiones para ocupar la casa presidencial en el 2014 porque necesita sentirse importante, sentir que le hagan caso, dar órdenes, le urge sentir en su cuerpo la obediencia de otros. La arena política es para Arias el espacio en donde puede satisfacer su egocéntrica personalidad.
El comportamiento de Arias me recuerda al Rey del asteroide 325, personaje del Principito. Aquel personaje se encontraba vestido de púrpura y piel de armiño en su majestuoso trono. A la llegada del Principito a su asteroide lo miró y de inmediato creyó ver un súbdito. La vanidad del Rey lo segaba, el miraba por doquier súbditos y territorios que le pertenecían, se creía el monarca del universo. El Rey vivía solo, no tenía ejército ni quien le obedeciera. Su situación lo llevó a creer que las puestas de sol y las estrellas le hacían caso, como carecía de una fuerza con que doblegar voluntades no tenía más remedio que ordenar cosas que de por sí se iban a realizar, independientemente de lo que él dijera.
Como al personaje del Principito, la pedantería de Arias lo hace mirar sin ver, le hace ver poder donde solo existe su mano manipuladora. Cree que tiene poder, que lo tiene enganchado a su corbata, que lo arrastra en sus zapatos como si el poder fuese una cosa que se puede tomar. Como dice Enrique Dussel, el poder es una facultad, una cualidad que se tiene o no se tiene, pero que sin duda no se puede tomar: el poder surge entre las personas que actúan conjuntamente y desaparece con la misma rapidez con la que estas se separan.
Las condiciones de uno y otro son distintas, la ilusión de tener poder en el Rey se podría generar por la idea pasada, real o fantaseada, de haber gobernado algún territorio y ahora encontrarse solo en un pequeño asteroide; por otro lado, la fantasía de Arias se construye con la fuerza económica, Ingenio Taboga y Grupo Sama son sus empresas, la fuerza de los medios de comunicación, Jiménez Barbón el dueño de Grupo Nación es uno de los fieles colaboradores de las campañas liberacionistas, y la máquina electorera del PLN, su fuerza política. El rey del asteroide 325 carece de instrumentos para exigir obediencia, Arias no. Estas fuerzas construyen su ilusión pero su visión alterada del poder, esa imagen distorsionada de la realidad que caracteriza a los Arias, solo es sostenida por nuestra pasividad. Rodrigo cree ser un monarca universal porque el verdadero poder se encuentra somnoliento. Nuestra acción conjunta se encuentra acomodada entre absurdos – añoranzas de tiempos mejores, futbolines, fiestas populares, teorías que no saben nada de la realidad y organizaciones políticas que cuelgan en sus pechos la imagen del Che Guevara como el crucifijo que cuelga de la mano del buen o mal feligrés: puros rezos, cobijado con nuestra indiferencia y acurrucado con nuestra desesperanza. Absurdos e indiferencia que no duelen pero que sirven para invisibilizar la realidad que deberíamos modificar juntos. El Principito nunca fue súbdito del Rey, ni el Rey monarca universal suyo, porque él nunca lo trató como tal, nunca lo trató como monarca. Solo miraba en él un adulto con ropas extrañas, un artefacto sobre la cabeza, sentado sobre una silla incómoda. Nosotros no debemos tratar a Arias como si tuviera poder ni como si fuera un monarca.
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