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“Pan y agua, Ben Ali no”, pedían los manifestantes en las calles de Túnez, la capital del país del mismo nombre, mientras la rebelión crecía desde que, el 17 de diciembre pasado, Mohamed Bouazizi – un universitario desempleado de 26 años – se prendió fuego después que la policía le confiscó el carrito con el que vendía frutas y verduras por no tener licencia. Bouazizi falleció dos semanas después a consecuencia de sus quemaduras. A partir de entonces fue el país el que comenzó a incendiarse.
Nadie sospechaba que uno de los regímenes más estables del Magreb se desmoronaría de la forma como lo hizo. Menos de un mes duró la resistencia del presidente Zine el Abidine Ben Ali, de 76 años, que gobernó Túnez durante 23 años con mano de hierro.
Formado en Francia y en Estados Unidos, Ben Ali estudió en la prestigiosa academia militar francesa de Saint-Cyr y siguió después cursos de especialización en la norteamericana Senior Intelligence School de Fort Holabird.
En 1987 se hizo del poder, al declarar inhabilitado para seguir gobernando al padre de la independencia tunesina, Habib Burguiba, de quien fue ministro del Interior y Primer Ministro. Desde entonces ha gobernado el país.
En 1989 ganó las elecciones presidenciales con el 99,27% de votos. En 1994 obtuvo el 99,91%, y después modificó la Constitución para incrementar sus poderes y permanecer indefinidamente en la jefatura del Estado.
Túnez apareció también en las filtraciones de Wikileaks y era descrito en el 2009 por el embajador norteamericano Robert Godec como “un Estado policial con escasa libertad de expresión o asociación y con serios problemas de derechos humanos». Eso no impedía que contara con especial benevolencia de la Unión Europea y también de Washington.
Un relativo éxito económico, basado especialmente en el turismo, contribuyó a la estabilidad del régimen y motivó los elogios del Fondo Monetario Internacional (FMI), hasta que la crisis mostró los límites de ese modelo de desarrollo. La desaceleración de la economía a partir del 2009, cuando el crecimiento se redujo del 5% al 3,1% anual, produjo un aumento del desempleo, especialmente entre la juventud que, en algunos lugares del país, llegaba al 60%.
A la represión y al crecimiento económico se sumaba la corrupción, de la que es apuntada como principal responsable la esposa de Ben Ali, Leila Trabelsi. Su familia es acusada de una voracidad sin límites, pero no se limitaba a los negocios, sino que pretendía sustituir en el poder a su marido, de 76 años y con un cáncer de próstata. Según informaciones difundidas en Francia, aunque no confirmadas por el Banco Central tunecino, Leila abandonó el país antes de su esposo cuando la crisis comenzaba a hacerse incontrolable. Ella podría haberse llevado 1,5 toneladas de oro de las reservas del país, con un valor superior a los $60 millones.
Reacciones en Europa
La caída del régimen de Ben Ali tomó por sorpresa a Europa. Pese a las estrechas relaciones que mantenían, nadie parecía listo para asumir un desenlace como el que se produjo, si se revisan los comunicados de las cancillerías europeas durante las últimas horas del gobierno de Ben Ali.
Aun en la tarde del viernes, 14 de enero, poco antes de que abandonara el poder y huyera del país, la cancillería española se felicitaba por las medidas anunciadas por el mandatario, en un intento de última hora por aplacar la rebelión. Se trataba del anuncio de un recambio de gobierno y la convocatoria de elecciones anticipadas, a las que no se presentaría como candidato. Esas medidas, estimaba España, eran una “línea adecuada para restablecer la normalidad” en el país.
Los representantes permanentes de la Unión Europea (UE), por su parte, habían analizado la situación en Bruselas, en la mañana del mismo viernes 14 de enero. Poco después, la Alta Representante para la Política Exterior de la UE, Catherine Ashton, estimaba que la decisión de Ben Ali, de no presentarse a la reelección, creaba «una oportunidad para una transición tranquila». Evidentemente, no era así.
Houssine Majdoubi, periodista marroquí, corresponsal en España del periódico Al Quds al Arabi, escribió en el diario español El País que pese a la represión y a la corrupción en el Magreb, “Occidente no cesa de defender a estos regímenes. En el caso de Túnez, Occidente consideraba a Ben Ali hasta su derrocamiento el ‘alumno ejemplar’. El propio presidente francés, Nicolás Sarkozy, dijo en el 2008 que Túnez vive en una democracia.
Occidente es cómplice por excelencia en estos crímenes. Otro regalo brindado a estas dictaduras, es que la UE y desde hace años ya no otorga el asilo político a los que escapan de estos sangrientos regímenes”.
Peor aún, agregó, “Occidente siempre dice que está luchando contra los movimientos islámicos radicales y terroristas, y las investigaciones sociológicas demuestran que, en gran parte, el fanatismo es el resultado directo de la injusticia social y la corrupción de estos regímenes dictatoriales”.
“Los hechos vienen a confirmar que Occidente al apoyar regímenes corruptos y dictatoriales, se ha convertido un en obstáculo para la democratización del mundo árabe y sobre todo Magreb. Occidente ya forma parte del problema”, concluyó Majdoubi.
En silencio durante estos 23 años, “Occidente” comienza ahora a preocuparse por la “democracia” tunecina. El conservador diario ABC, de España, recuerda que “Occidente también contiene el aliento porque hasta hoy tenía en Túnez un socio comercial y político inestimable”, mientras en El País se pude leer que “La Unión Europea y Francia, la expotencia colonial, no han movido un dedo en apoyo a la oposición tunecina, pero ahora sí pueden ayudar a la transición. Podrían, por ejemplo, acelerar la negociación para otorgar a Túnez el «estatuto avanzado». La UE le daría así un trato privilegiado.
Gobierno de unidad
La salida política a la crisis parece ser la conformación de una “gobierno de unidad”, que el primer ministro Mohamed Ghannouchi, el mismo que ejercía el cargo durante la presidencia de Ben Ali, está tratando de conformar.
Se trata de salvar lo que se pueda del régimen caído, mientras en las calles de la capital surgen manifestaciones pidiendo la ilegalidad del partido oficial, el Reagrupamiento Constitucional Democráica (RCD), reprimidas con violencia el lunes.
Ghanuchi se reunió con los principales partidos de la oposición legal: El Partido Democrático Progresista (PDP), el Tajdid (Renovación) y el Foro Democrático por el Trabajo y las Libertades (FDTL) para convocarlos a integrar el nuevo gobierno.
Pero la realidad parece reflejarse en esta apreciación: “La oposición tunecina ha sido laminada por una represión despiadada. Llegará al poder, a través del Gobierno de coalición, muy debilitada y sin apenas experiencia. No está preparada para participar en unas elecciones democráticas dentro de dos meses”.
“Los dirigentes más populares, como Meki o Marzouki, están en el exilio en Francia y Canadá. De los líderes opositores internos el más atractivo para los diplomáticos extranjeros es Najib Chebbi, dirigente de un pequeño partido tolerado por la dictadura. Los islamistas, perseguidos durante dos décadas, y con sus líderes en el exilio o en la cárcel, se mantienen, hoy por hoy, con el rango de observadores”, agregan.
Las atenciones se centran también en las posibles repercusiones del levantamiento de Túnez en el resto de los países de la región.
Majdoubi asegura que “el levantamiento de Túnez puede contagiar fácilmente a los países de la zona, Marruecos, Libia, Argelia y Egipto y otros como Jordania y Yemen. Los pueblos de estos países sufren de la corrupción, el paro y el saqueo sistemático de las riquezas por unos muy pocos cercanos al poder”.
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