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De nuevo, los ojos atrapados por la pequeña pantalla de Al Jazeera, como si uno estuviera en la plaza, llena de alegría y asombrada por el éxito de una lucha que no cesó hasta lograr su objetivo: la renuncia del presidente Hosni Mubarack, el dictador que se transformó en la piedra de toque de la política norteamericana en el Medio Oriente y de los “acuerdos de paz” con Israel.
Todo se desarrolla rápidamente. Es jueves, un momento todavía de incertidumbre. Son las 8:00 p.m. en Egipto. A las 10:00 p.m., está anunciada una intervención de Mubarak por televisión estatal. “La plaza Tahrir vibra y retiene el aliento en espera de la confirmación de la renuncia del presidente”, afirman los medios, “Un mar humano se vuelca a la plaza Tahrir”.
La plaza vibra, los gritos no cesan. ¿Qué dirán? ¿Celebran su triunfo? La alegría es desbordante.
“Estados Unidos ha dejado caer a su peón en Oriente Medio. Hosni Mubarack, el Faraón, es ya casi historia, y en la plaza Tahrir de El Cairo, anoche, se celebraba el final del líder que ha gobernado con mano de hierro Egipto desde 1981, como si fuera cosa hecha”, dicen los medios.
“Mubarack, héroe de Suez y villano de Tahrir”, aseguran otros. Todo parece estar cambiando. ¿Lo estará?
Barack Obama, presidente de los Estados Unidos, habla en la Universidad de Michigan. Este momento de transformación ocurre, porque las personas en Egipto están exigiendo un cambio.
Una nueva generación quiere oírse. EEUU continuará apoyando una ordenada transición hacia la democracia en Egipto, asegura el presidente norteamericano.
Los tiempos han cambiado. Ya no es posible una masacre. ¿La Plaza ganará? ¿Todo cambiará? Nadie puede asegurarlo, pero la plaza, hoy, solo tiene tiempo para celebrar.
El ejército ha mantenido la balanza en equilibro, hasta ahora. No ha querido manchar sus manos con la sangre de miles de egipcios. Sin su apoyo, Mubarack ya no tiene a nadie.
No es la conclusión, afirman los comentaristas, es la confusión. Todavía. Nadie sabe hacia adónde va el país. Todos hacen sus apuestas. Son apuestas altas.
“La historia está en marcha”. Sí, ante nuestros ojos, gracias a las imágenes de Al Jazeera.
La televisión pública interrumpe su programación para difundir un texto de los militares. Un militar lo presenta como el “comunicado número uno del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas».
«El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (…) ha decidido mantenerse en sesión continua para considerar todos aquellos procedimientos y medidas que puedan ser tomadas para proteger la nación, los logros y aspiraciones del gran pueblo de Egipto», dice el breve comunicado.
Poco antes, el jefe del Estado Mayor egipcio, Sami Anan, se dirigió a los manifestantes en la plaza Tahrir: «Todas vuestras demandas se cumplirán hoy», dijo el general Hassan al-Roueini a los manifestantes.
«El pueblo quiere la caída del régimen, el régimen ha caído», respondían los manifestantes. Pero no era cierto.
Los analistas interpretan que los militares han asumido el poder, pero nada está claro. El vicepresidente, Omar Suleiman, ¿asumirá el poder? ¿Lo aceptarán los manifestantes? ¿Y el ejército? ¿Es el hombre de la “transición ordenada” que quiere Washington? Para las personas de la plaza, eso sería inaceptable. ¿Podrán imponer su voluntad nuevamente?
Si el presidente renuncia, “eso no es el fin, es solo el principio”, dice el locutor de Al Jazeera.
Desde el punto de vista de la política internacional, la transición implica responder a una pregunta clave: ¿aceptarán las nuevas generaciones militares del ejército del coronel Nasser, las humillantes condiciones del acuerdo de paz de 1978? Eso es clave para toda la política en el Medio Oriente, para la paz israelí construida detrás de un cordón de dictaduras implacables y corruptas. Unas de las claves del equilibrio político mundial. ¿Se mantendrá el edificio, apuntalado durante 30 años por Washington y Tel Aviv?
Pasaron 40 minutos desde las 10:00 p.m., hora anunciada para la aparición del presidente en la TV egipcia. Fuentes del gobierno insisten que “no renunciará”. Todo es incertidumbre. Pero, con ese ambiente en la plaza, sea cual sea el pronunciamiento de Mubarack, no es difícil imaginar un estallido.
¿Estarán negociando los detalles de última hora? ¿Estará reunido con los militares, fieles de la balanza en esta crisis? Imposible saber, pero la gente sigue llegando. ¿Tendrá Mubarack fuerza suficiente para resistir?
Aquí está, entra el canal oficial. Aparece Mubarack. De gris, corbata negra.
Habla de padre a hijos, asegura. ¿Se sentirán sus hijos los de la plaza?
Dice estar dispuesto a cumplir todas sus promesas.
Reitera que no será candidato a la presidencia. ¿Suficiente? Evidente, no. Promete entregar el poder en septiembre a quien sea elegido. No aceptaremos presiones extranjeras, asegura.
Imposible dejar de pensar que este discurso no tiene nada que ver con la realidad del país. ¿Qué pasará? ¿Cómo lo recibirá la multitud en la plaza? ¿Qué hará el ejército?
El gobierno todavía controla los medios, los egipcios no tienen acceso a Al Jazeera. Solo ven las imágenes oficiales. –No oigan esos canales extranjeros, dice Suleiman, hablando después del presidente.
Amanece el viernes y las multitudes siguen en las calles. Dicen que Mubarack y su familia abandonaron la capital. Las imágenes de Alejandría, su mar y la hermosa avenida costera ponen frente a frente los tanques y la multitud. La gente quiere llegar al palacio presidencial en Alejandría. La cámara no lo puede mostrar, pero el locutor afirma que miles y miles de personas ocupan la hermosa avenida costera. La Plaza Tahrir, en El Cairo, sigue desbordada. Un militar trae agua, la distribuye entre los suyos y, luego, estos comienzan a entregar las botellas a la gente. Se acaban rápido.
La gente está en las calles de todo el país. Millones. En Mansoura, en Suez. ¿Cómo explicarse esta revuelta tan empecinada? Quizás así: “El patrimonio de la familia Mubarack podría ser de $40 a $70 mil millones”. Probablemente, tiene más dinero que toda la multitud en las calles.
La gente empieza a agruparse en torno al palacio presidencial. El ejército cierra el paso. Todo parece en calma. ¿Estará Mubarack adentro? No parece. Al Jazeera confirma que el presidente y su familia abandonaron El Cairo. Se encuentran en el balneario de Sharm el Shiek. La multitud también rodea la televisión estatal. Esta sigue mostrando imágenes de las manifestaciones. Ni un partidario de Mubarack está en las calles, nadie que lo defienda. Mubarack se equilibra, precariamente, parado en un sable. ¿Hasta cuándo?
Es el “viernes del adiós”, la manifestación a la cual fueron convocados hoy.
“Para los generales del ejército, que insistieron en su partida, fue una jornada tan dramática como peligrosa. ¿Son ellos, un Estado dentro del Estado, los verdaderos guardianes de la nación, defensores del pueblo o continuarán apoyando al hombre que ahora debe ser juzgado casi por insania?”, escribió ayer Robert Fisk, unos de los mejores analistas del Oriente Medio, después del discurso de Mubarack, el jueves.
Ni el ejército, ni el vicepresidente Suleiman pueden enfrentar la gran manifestación planeada para el viernes, realidad que le fue transmitida a Mubarack por el ministro de Defensa, general Hussein Tantawi, en presencia de Suleiman, agregó.
Son las 6:00 p.m. en El Cairo. La plaza delira. Mubarak renuncia. ¿Hacia dónde va Egipto?
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