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¿Es el aprendizaje basado en competencias contradictorio con las humanidades y la capacidad de reflexión y abstracción?
Recientemente tuve la oportunidad de encontrarme un artículo en el que su autor acusaba a los modelos de aprendizaje basado en competencias de oponerse al desarrollo de la capacidad de reflexión y abstracción, y de ser simples instrumentos al servicio del mercado. Nada más alejado de la realidad.
El aprendizaje basado en competencias bien puede considerarse un salto cualitativo en la forma en que tradicionalmente se ha comprendido la educación, pues no sólo trasciende la visión de una pedagogía enfocada exclusivamente en la enseñanza, sino que se concentra en algo mucho más trascendente: ¿qué son capaces de hacer las personas con el aprendizaje obtenido? Es decir, en lugar de concentrarse en la mera transmisión y repetición de la información, los modelos basados en competencias buscan llevar los conocimientos a la práctica, partiendo de un principio relativamente simple: lo que no se puede llevar a la práctica de alguna manera al mundo real carecerá de significado y por lo tanto no logrará articularse con los conocimientos previos, descartándose y olvidándose con facilidad.
Por ejemplo, cuando a un niño se le pide que memorice una cierta cantidad de objetos, logra recordarla mucho mejor si su conjunto se representa mediante objetos conocidos, tales como frutas o animales, versus a si tal cantidad fue presentada mediante figuras no significativas, tales como puntos o rayas.
Sin duda que esta visión del aprendizaje está mucho más basada en el análisis de cómo aprendemos las personas en la realidad, que en las visiones de la escolástica medieval de la cátedra magistral como única y máxima vía de enseñanza. La diferencia subyacente que distingue uno de otro modelo, es que el segundo parte de que el docente lo debe saber todo sobre una determinada área de conocimiento, mientras que el primero se enfoca en cómo el conocimiento previo es la clave para obtener un conocimiento nuevo. En otras palabras, el modelo antiguo se basa en las respuestas y las “verdades”, mientras que el modelo nuevo se basa en las preguntas y las metáforas que construimos para relacionarlas con lo que ya se conoce.
Las personas podemos hacer abstracciones mejores acerca de cuestiones concretas, en la medida en que las podemos relacionar a más aspectos significativos de nuestras vidas, pues estas asociaciones crean nuevas conexiones neuronales que enriquecen la vida cognitiva. Por ejemplo, en la medida en que una persona aprende cómo ciertas fórmulas matemáticas pueden dar cuenta de fenómenos en el mundo que son de su interés, puede encontrar más referentes que a su vez le permitirán ahondar su conocimiento abstracto de tales fórmulas, así como descubrir nuevas aplicaciones y plantear nuevas posibilidades para éstas. Al contrario, en la medida en que no encuentre relaciones entre su mundo y lo que estudia, se verá en mayores aprietos para poder comprender lo que trata de analizar.
El aprendizaje basado en competencias emplea la experiencia práctica como la medida de los conceptos teóricos y evalúa el aprendizaje a través del desempeño de comprensión, que las personas sean capaces de mostrar acerca de determinados problemas. De esta manera, en el campo de las humanidades, no se trata de ver qué tan bien repite el estudiante en un examen escrito lo que su profesor le dijo, sino que, y mucho más importante, se trata de ver cómo el estudiante aplica los conceptos que ha recibido en problemas reales. Por ejemplo, si un estudiante recibe criterios acerca de crítica de arte, interesa ver no si los puede repetir de memoria, sino si es capaz de aplicarlos al análisis de obras artísticas que conocía previamente, pudiendo evaluar de forma más crítica su calidad, así como su contenido. De forma similar, si un estudiante recibe un concepto filosófico, más que ver si lo puede repetir tal si fuera una definición mínima de diccionario, interesa ver su capacidad de aplicarlo a algún tema relevante de su propio mundo. Aquí la intervención del docente ocurre más a través de la retroalimentación de lo que el estudiante dice en sus propias palabras, que por medio de la instrucción unidireccional. Es decir, ya no se trataría de que primero se emplea la teoría y después se la trata de llevar a práctica, sino de que una y otra dimensión se retroalimentan recíprocamente de manera dinámica y positiva para ambas.
De esta manera, tenemos que no sólo no hay contradicción alguna entre las humanidades y el pensamiento abstracto por un lado, y el aprendizaje basado en competencias por otro, sino que las primeras se pueden ver grandemente beneficiadas del uso de este tipo de estrategias. A larga, más nos hablan de una persona sus actos que sus palabras. Así, por ejemplo, más que preguntarle a alguien cómo define conceptualmente los valores y principios en los que basa su vida, nos interesaría saber cómo los vive concretamente. Ya lo decía el humanista José Martí con gran elocuencia: “la mejor forma de decir es hacer”.
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