Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
El nivel de violencia y efectividad que ha alcanzado en nuestro país, en los últimos años, la delincuencia organizada y no organizada, asusta al pueblo costarricense. La misma aumenta y se reproduce a “pasos agigantados” y sin control por parte de las autoridades nacionales. Los encargados de mantener la seguridad ciudadana se justifican ante la población recordándoles que en países como México, Guatemala, El Salvador, Honduras o Haití, los niveles delincuenciales sobrepasan a nuestra querida “Suiza centroamericana”. Claro, a un mortal desinformado esto le reconforta y le tranquiliza; sin embargo, el asunto de fondo queda pendiente por resolver. Sucede, mi querido lector o lectora, que los altos y altas encargadas de mantener la seguridad pública no le dicen al pueblo toda la verdad. La delincuencia se ha convertido en un gran negocio, tanto para los delincuentes como para los que no lo son.
Además, en las campañas electorales los políticos convierten la delincuencia en su “caballo de batalla” y una de sus promesas es ofrecer acabar con ella. Aunque los mismos partidos y candidatos saben que no pueden hacerlo, porque muchas veces ellos mismos, o alguno de sus parientes o amigos, delinquen o reciben financiamiento de la delincuencia o de quienes tienen grandes negocios para combatirla.
En los países capitalistas en los cuales vivimos, la delincuencia es un “negociazo” por “partida doble”. De ella viven quienes delinquen, pero viven mejor y con mayores ganancias quienes supuestamente la combaten. Muchos de nuestros políticos tradicionales, o gente que ha estado en los gobiernos, viven de negocios ligados a la delincuencia. Poseen agencias de seguridad o grandes empresas de venta de armas de fuego, de alambre navaja, de alarmas, cámaras de seguridad, sistemas de control satelital, autos blindados para transporte de valores y de empresarios y un montón de cosas más. Sólo imagínese usted qué harían todos estos empresarios y empresarias para mantener sus grandes negocios si la delincuencia fuera erradicada. La delincuencia es para algunos sectores políticos y económicos lo que la guerra es para los fabricantes de armas. Si se acabaran las guerras y la delincuencia, entonces muchos comerciantes no tendrían dónde colocar sus productos. Por esta razón, muchos de nuestros gobernantes, junto a quienes tienen a cargo las instituciones judiciales, no les interesa combatirla.
Alrededor de todo esto es importante tener claro que la delincuencia y el crimen organizado están más arraigados en los países donde la corrupción política se ha convertido en algo común y corriente. En México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua o Haití, países ya mencionados anteriormente, y en Costa Rica también, muchos de sus gobernantes han estado ligados al narcotráfico, al lavado de dinero, al saqueo de los fondos públicos, al tráfico de influencias o al pago de sobornos. En países así, el nivel de delincuencia sobrepasa la capacidad de control por parte de las instituciones judiciales. Es más, es una delincuencia cuyos actos sobrepasa todo entendimiento humano. Son países sin ley ni orden y sin capacidad para enfrentar la delincuencia común, menos la organizada. Sistemas políticos corruptos llevan a la entronización y al fortalecimiento de la delincuencia y a la decadencia de la sociedad. Desgraciadamente hacia ahí parece caminar nuestra “idílica” Costa Rica.
Claro, no pretendemos con esto minimizar la responsabilidad que tiene la sociedad civil, o sea, el ciudadano común y corriente, con el aumento de la delincuencia en nuestras sociedades. Existen muchas formas de eludir la responsabilidad personal respecto a la delincuencia. No faltan quienes dicen que la delincuencia es un fenómeno propio del advenimiento del fin del mundo. O que se debe a castigos divinos por los pecados humanos. También se inculpa a la naturaleza violenta del ser humano. O, peor aún, se la endilgamos a los extranjeros indocumentados. Pues no, el germen de la delincuencia también está en nuestro modo de ser, de actuar y de pensar. Cuando alguien, como sucedió hace algunos años en una pasada campaña electoral, carga en hombros a su hija de escasos cuatro o seis años y le pone una camisetita que dice “yo también soy choricerita”, para respaldar a su partido político al que acusaban de ladrón, corrupto y sinvergüenza, entonces estamos jodidos. Cuando las víctimas respaldan y aplauden a sus victimarios no nos debemos quejar cuando las “águilas”, y sus “buitres”, despellejen a los “caracoles”, nos despedacen a nosotros y a nuestros seres queridos.
Sin embargo, cuando nos creemos que la delincuencia “es un asunto de todos”, lo que estamos haciendo es absolviendo de toda culpa a los políticos corruptos y a sus partidos tradicionales. La delincuencia es un problema social como cualquier otro, y se puede combatir y solucionar en un cien por ciento si existiera interés de nuestros gobernantes.
Este documento no posee notas.