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La siguiente anécdota le sucedió al periodista y escritor polaco Ryszar Kapuscinski: “En México un amigo mío trabajaba para las cadenas de televisión estadounidenses. Me lo encontré en la calle, filmando unos enfrentamientos entre los estudiantes y la policía”. “¿Qué pasa John?” Le pregunté.” No tengo ni la menor idea” me contestó sin dejar de filmar. “Yo sólo registro, me conformo con captar imágenes; después las mando al canal que hace lo que quiera con ese material.”
El diálogo anterior también se encuentra con demasía en nuestro país. Día a día podemos observar cómo ha decaído el periodismo. No pretendo ser un teórico de los medios, sino, un simple observador, una persona que desde hace años recoge y procesa información (y también la consume).
El fenómeno mediático se tiene que ver desde varios ejes temáticos. En primer lugar, se debe tomar en cuenta las dimensiones de la noticia. En muchos casos se nos hace creer que esta es universal, que es vista por la mayoría de las personas, cuando en realidad sólo una pequeña parte de la población la puede acceder. Los megaeventos (mundial de fútbol o matrimonios de famosos) son difundidos por los medios, pero sólo los observan un 15 o 25% de los humanos. Si bien es cierto este porcentaje representa una cantidad significativa de personas, no es la humanidad entera.
En segundo lugar, las nuevas tecnologías multiplicaron a los medios, con la consecuencia de transformar la información en una mercancía que genera muchas ganancias a sus propietarios. Años atrás, el valor de la información se asociaba al concepto de verdad; ahora el valor de esta se asocia al concepto de ganancia. El precio de la información depende del rendimiento que genere; lo primordial es la venta, y eso se logra cuando la información se le presenta al gran público como de interés básico. El descubrimiento de este valor mercantil de la información hizo que los grandes capitales nacionales se metieran en el negocio de informar, se cambiaron los grandes periodistas de antaño por calculadores hombres de negocios. Desde que la información se trata como mercancía, ha dejado de estar sometida a los criterios tradicionales de la verificación, autenticidad y error. En la actualidad se rige por las normas que dicte el mercado, y esto da como resultado una afectación en la cultura.
En tercer lugar, el capitalismo salvaje transformó el trabajo en equipo en una competencia por el primer lugar. Una gran cantidad de enviados especiales recorren el mundo para tener antes que nadie la información, y aunque muchos acontecimientos importantes se estén dando simultáneamente en el orbe, ellos sólo cubrirán uno: el que haya atraído la atención de toda la manada. Tomemos como ejemplo la situación de los mineros de Chile. La manada entera se movilizó hacia Chile, y en muchos otros países se daban acontecimientos importantes, que pasaron invisibilizados a los ojos de la población.
En último lugar, las nuevas tecnologías, en especial la de la telefonía móvil y el correo electrónico, han transformado la relación existente entre los periodistas y sus jefes. Ahora el periodista es sólo un peón a quien su jefe envía a cubrir un evento a cualquier parte del mundo; pero, en la mayoría de los casos no tiene la libertad de noticiar de manera personal, si no que por medio de la telefonía y el correo electrónico son sus jefes, los que terminarán dándole forma a la noticia, para que la misma adquiera el valor monetario que el medio necesita para lucrar. El jefe además dispone de la información a su alcance por medio de Internet y puede hacer su apreciación de los hechos muy a menudo diferente a la del periodista.
Hay que agregar que los periodistas no son los culpables de lo descrito anteriormente; ellos son víctimas de la petulancia de sus patrones, los grandes grupos encargados de oficializar la información. No se puede satanizar a todo el gremio, al lado de los medios “chatarra”; hay otros admirables que dan información honesta, que invitan hacer una reflexión profunda y coherente sobre el acontecer nacional e internacional. Son estos periodistas abnegados y devotos, los que deben ser reconocidos en todo nivel; son ellos quienes renuncian a las facilidades, al bienestar, e inclusive en muchos casos descuidan su seguridad personal; estos son los periodistas que deberían dar cátedra en las universidades de Costa Rica y el mundo.
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