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Jugando fútbol en una favela, visitando el Cristo en el Corcovado o recorriendo las calles de Copacabana, la visita del presidente Barack Obama a Río de Janeiro la semana pasada levantó una polvareda. Esta tan solo tres días después se ha asentado completamente.
Sin que nada desentonara en los tres días de estadía de Obama en Brasilia y en Río, ni nada en su discurso que sugiriera nuevos caminos en las relaciones entre Washington y América Latina, la visita de Obama dejó una cierta frustración que la propia presidente, Dilma Rousseff, no ocultó.
En una entrevista a la televisión portuguesa, en vísperas de un viaje a ese país, recordó las restricciones de entrada de diversos productos brasileños –como carne, algodón, etanol, acero o jugo de naranja– al mercado de los Estados Unidos. El fin de estas restricciones fue una de las principales demandas de Brasil en su relación con Washington.
Pero no fue lo único. Después del relanzamiento de la política norteamericana hacia América Latina, en el discurso pronunciado hace casi dos años en Trinidad y Tobago, esta era la primera visita de Obama a América del Sur. Por eso, despertaba naturales expectativas.
RECOMPONER IMAGEN
El objetivo del viaje “era recomponer la imagen de los Estados Unidos, desgastada por al guerra de Irak. Pero el intento quedó aplastado por las imágenes de los ataques en Libia, que recordaban, precisamente, los de Irak”, señalaron.
“En TV portuguesa, Dilma lamenta el ataque a Libia”, tituló el jueves pasado en su página internacional, solo dos días después de la partida de Obama, el principal diario carioca, el conservador “O Globo”.
El tema no fue objeto de comentarios durante la visita, pero el inicio del bombardeo a Libia —justo al conmemorarse los ocho años de la invasión de Irak, mientras Obama cumplía su agenda en Brasil— provocó incomodidad en el gobierno brasileño, según fuentes cercanas a la mandataria.
Brasil, junto con Rusia, China, India y Alemania, se abstuvo de votar la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Este autorizó la imposición de una zona de exclusión aérea en Libia, lo cual sirvió de pretexto para los bombardeos de las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de los Estados Unidos contra las fuerzas de Gadafi. Las imágenes, mostradas por la televisión, hacían recordar las que se veían en los cielos de Bagdad, hace ocho años.
“El ataque fue precipitado. Nuevamente la imagen va a ser la de gobiernos occidentales atacando países árabes. Cualquiera sea el resultado, es inevitable que se vea como una intervención de fuerzas extranjeras en el conflicto interno de otro país”, señalaron analistas brasileños.
“Tampoco es que Obama haya venido a ordenar el ataque desde acá, pero le tocó hacerlo acá”, dijo a UNIVERSIDAD el director de FLACSO en Brasil, Pablo Gentili. “Para el gobierno brasileño fue poco menos que un acto inamistoso, siendo Brasil un país que se abstuvo en la votación del Consejo de Seguridad sobre el tema”, agregó.
EL ESCENARIO
Obama tenía previsto hablar en la céntrica plaza de Cinelandia, lugar de manifestaciones de protesta durante la dictadura militar. Ese sería su principal discurso en Brasil. Pero, mientras se preparaba el escenario (implicaba el corte del tránsito en el corazón de la ciudad), los rumores se intensificaban. Se temía manifestaciones que, si bien se produjeron, no tuvieron carácter masivo.
Pero, para Obama, era un riesgo que las imágenes de las manifestaciones ocuparan el espacio principal de los noticieros norteamericanos, sobre todo en los canales más conservadores, interesados en debilitar la imagen del mandatario cuando ya se alista para el inicio de la campaña electoral en Estados Unidos.
Finalmente, se cambió el escenario: de la plaza se pasó al Teatro Municipal, con un público invitado. – ¡Ah, es para las élites!, comentó un taxista cuando supo que Obama ya no hablaría en la plaza, sino el en teatro.
Mientra tanto, bajo un sol esplendoroso, una pequeña avioneta hacía circular sobre las playas de Copacabana e Ipanema un letrero de protesta por la visita. Este advertía, según sus estimaciones, un intento de apoderarse del petróleo recientemente descubierto frente a las costas de Río, lo cual ha hecho de Brasil una virtual potencia energética.
Actualmente, el 16% de las exportaciones brasileñas a Estados Unidos es petróleo. Pero, cuando estén en producción las reservas descubiertas del Pre-Sal, ese porcentaje aumentará.
Ajena a las protestas, la familia presidencial norteamericana derrochaba simpatía. Esto contrastaba con los rigores de la seguridad y provocó reacciones, incluso, de ministros brasileños, a quienes sometieron a registros de metales.
OBJETIVOS
Los objetivos de la visita de Obama a Brasil fueron definidos de muchas maneras, según las fuentes consultadas. Para el portavoz de la Casa Blanca, Jay Camey, el viaje se concentraría en “las oportunidades comerciales y económicas” que ofrecen las relaciones de Brasil con Estados Unidos.
Para el asesor adjunto de asuntos económicos del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Mike Froman, la gira representaba «una oportunidad para implicarse directamente en la región». Aseguró que América Latina «desempeña un papel cada vez más importante en nuestra recuperación económica».
Las exportaciones de Estados Unidos a Brasil alcanzaron más de $50 mil millones el año pasado, con un superávit de casi ocho mil millones gracias, entre otras cosas, a una moneda brasileña muy valorizada, que abarata los productos importados por Brasil y encarece las exportaciones brasileñas.
Además, Obama expresó el interés de su país por el petróleo brasileño y por la participación de empresas norteamericanas en las obras de infraestructura para los Juegos Olímpicos. Estas se estiman en unos $200 mil millones de dólares.
Otro objetivo de la visita sería neutralizar la presencia de China en América Latina, particularmente en Brasil, donde ya desplazó a Estados Unidos como principal socio comercial.
DILMA Y LULA
A casi tres meses de haber asumido el poder, el estreno de la presidente Dilma Rousseff en el escenario internacional despertaba grandes expectativas, tanto en Brasil como en el exterior.
La visita de Obama sirvió para poner en marcha una enorme campaña de la prensa conservadora, la cual busca distanciar la actual mandataria de su predecesor, Luis Inácio Lula da Silva.
El hecho de que Lula no asistiera a la cena ofrecida por el Gobierno al presidente norteamericano fue objeto de las más variadas especulaciones. Desde un supuesto despecho porque Obama no visitara el país durante sus ocho años de mandato hasta la vanidad de no querer ocupar un papel secundario, detrás de la presidenta actual.
En una nota publicada en la víspera de la llegada de Obama, “O Globo” insinuaba un cambio en la política externa de Brasil con el nuevo Gobierno. Pero obviaba que el actual canciller, Antonio Patriota, era el segundo en el ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, designado en ese cargo por quien fue durante los ocho años canciller del gobierno de Lula, Celso Amorim.
Diplomáticos de posiciones más conservadoras, como el exembajador de Brasil en Washington y Beijing, Roberto Abdenur, alabaron el giro del nuevo Gobierno hacia posiciones más tradicionales, las cuales Lula habría abandonado al no condenar a Irán por violaciones a los derechos humanos.
La presión para crear esa distancia sigue, pese a las muchas advertencias de que entre la nueva mandataria y Lula no existen esas diferencias.
Finalmente, para Brasil tuvieron particular relevancia las palabras de Obama relativas a sus aspiraciones de ocupar un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que la presidente defendió como una necesaria reforma para adaptarlo a las nuevas realidades internacionales. En todo caso, su interlocutor solo ofreció un prudente apoyo, al señalar su simpatía por la propuesta, algo más que lo anunciado hasta ahora, pero menos que lo deseado por Brasil.
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