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La necesidad de reconocer que la nación y la ciudadanía no son proyectos acabados, más bien deben ser cotidianamente reelaborados es uno de los principales conceptos que durante una entrevista con UNIVERSIDAD manifestó el historiador español Juan Marchena.
El investigador es profesor titular y coordinador del Programa de Posgrado en Historia de América Latina de la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla, y en el marco de la Cátedra Lucem Aspicio impartió la conferencia “El Bicentenario de la Independencia: nuevos elementos para entender la emancipación de América Latina”.
Marchena posee un amplio curriculum de obras publicadas, tanto libros como artículos, y cuando se refiere a América Latina no puede evitar hacerlo en primera persona.
La llegada del bicentenario de la independencia para los países de América Latina se da en un contexto que por un lado, confirma que las élites gobernantes de nuestros países consultan todo con Washington; por otro lado, está la llegada de China con objetivos similares desde el punto de vista de la hegemonía económica. ¿Qué grado real de independencia tienen nuestros países?
—Esa es la pregunta del millón. El enfoque de los gobiernos ha sido llegar a la opinión pública a través de un discurso muy político mirando hacia atrás, me temo que le hemos sacado mucho brillo a los próceres, pero sin atender el debate fundamental, el cual es, precisamente, la identidad. Ya no tanto la independencia.
El bicentenario es una gran oportunidad para reflexionar sobre quiénes somos después de doscientos años de construcción de ciudadanía en el republicanismo. América Latina tiene un panorama hacia atrás extraordinario sobre el cual reflexionamos muy poco, ese republicanismo triunfó hasta nuestros días y eso es un gran éxito.
La pregunta es si ese republicanismo ha sido incluyente o si por el contrario ha sido absolutamente excluyente, en manos de élites amparadas en los imperios, primero Europa y luego Estados Unidos. Evidentemente ha sido así, hemos construido unos ámbitos republicanos que en muchos casos han sido muy vacíos de contenido en cuanto a la ciudadanía.
La república ha sido un acto político pero no ha conllevado el mundo de libertades y derechos que debería. Tras doscientos años aún se está en ese proceso, pero más vale tarde que nunca.
¿Qué hace falta en nuestro proceso de construcción de la ciudadanía para que se cumplan esas expectativas de libertades y derechos?
– Lo primero es tomar conciencia de que la nación no es algo que los próceres construyeron y ya está hecha, sino que la nación de ciudadanos y ciudadanas se construye todos los días. Estamos en la obligación de hacerlo y a partir de parámetros totalmente diferentes a los que nos construyeron en el pasado, precisamente porque no estamos conformes con el mundo y con la construcción republicana que vive el continente.
Supongo que en la coyuntura de los inicios del siglo XXI a muy pocos gobiernos les ha interesado que esta idea surgiera, sino todo lo contrario. La idea de una república ya hecha es más que suficiente. No es necesario el impulso constructivo diario de los ciudadanos, porque lo más probable es que la disconformidad de los ciudadanos con el modelo político, económico y, por ende, con el modelo social, empiece a exigir a los gobiernos cambios estructurales en la forma de hacer política.
¿Siente que en este contexto del bicentenario hay una suerte de despertar de la construcción de la ciudadanía?
– Evidentemente no se ha hecho. La conmemoración del bicentenario ha consistido en repintar los bronces, hacer desfiles militares y que los historiadores volvamos a contar la misma historia de siempre. Se ha insistido en incluir a otros grupos como los indígenas y las mujeres, pero eso no pasa de un discurso retórico. En 1810, en una verdadera revolución, la gente se tiró a la calle y exigió cambios importantes, retó al antiguo régimen frente a la dominación española para la construcción de un mundo más justo. ¿Se consiguió? Me temo que no y basta con mirar las realidades para darnos cuenta de cuánto camino falta por hacer. El bicentenario es esa oportunidad de reflexión, creo que nunca podremos llegar a donde queremos llegar, porque no sabemos a dónde queremos llegar, porque tampoco sabemos dónde estamos.
Esa debe ser la vocación de la reflexión colectiva, pero no del Gobierno sino de la sociedad en su conjunto.
¿Hay un vacío de identidad?
– De la identidad necesaria. Nos quedamos con lo que se construyó hace 200 años, en torno a los símbolos, las banderas, los próceres. Está bien, son necesarios, pero las naciones fueron construidas por un grupo económico social hegemónico que gracias al nacionalismo han conseguido mantener ese rol sobre el conjunto de la sociedad, al invocar la patria, la identidad o la territorialidad. En América Latina, todos los países se han peleado alguna vez con alguno de sus vecinos y todavía nos asustamos. Cuando un gobierno tiene algún problema, lo primero que hace es mirar al vecino a ver si le monta algún lío y así une a la sociedad y sacan las banderas. ¿Es eso identidad? Evidentemente no.
Tomando en cuenta lo dicho por George Orwell, en el sentido de quien controla el pasado, controla el futuro y quien controla el presente, controla el pasado, ¿hasta qué punto la tarea de definir la identidad y la ciudadanía es subversiva?
– Absolutamente. En la coyuntura actual los modelos de desarrollo económico se fundamentan en el desempeño de indicadores macroeconómicos, pero eso no nos ha llevado a construcciones sociales de eliminación de la desigualdad y de las discriminaciones étnicas o de cualquier otro tipo.
Hace cien años estábamos en las mismas. En toda América Latina surgió una generación que modificó la mirada sobre el continente y fue una tarea de determinados grupos de personas que tomaron conciencia de que América Latina tenía que ser diferente de las realidades que hasta entonces había vivido. Fueron movimientos sociales de corte civilista. Por ejemplo, en Argentina en 1918 vino el gran movimiento de Córdoba y la reforma universitaria; en Perú se dio el congreso indigenista de Cuzco y de ahí surgió gente como Mariátegui; en México al centenario le cayó encima la Revolución, pero de ahí surgió una generación formidable de donde salen Frida Kahlo, Diego Rivera o Carlos Chávez.
Ahora parece que lo único importante es lo inmediato, salir de los agujeros en los que estamos, el problema es salir de un agujero para caer en otro y atrincherarse allí. ¿Hacia dónde se avanza? Hay que empezar a mostrar posibilidades y caminos. Costa Rica está en una posición fantástica porque puede mirar con una misma perspectiva qué ha pasado en las celebraciones de bicentenario en 2010 y 2011 en México, Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador o Venezuela y vemos resultados bastante parcos. Quedan diez años para el 2021 y se puede empezar a hacer estudios de una manera diferente. Además, Costa Rica tiene una tradición menos “heroicisante” que otros lugares, aquí no hay un Bolívar, un Sucre, un Hidalgo o Morelos. No se trata de eliminarlos, pero tampoco que determinen nuestro presente y nuestro futuro.
Preocupa el uso flagrante de esos viejos nacionalismos de antiquísimo cuño, construidos a lo largo del siglo XIX con fines ajenos a los intereses de nuestras sociedades, basta ir a los barrios de nuestras capitales y ver a los jóvenes. ¿Qué futuro les vamos a dar? Ahora mismo son la generación mejor formada en la historia de América Latina, pero están trabajando por $200 como vendedores por teléfono.
Así, me preocupa más la alienación tan grande de los jóvenes. Se les debe preguntar cuáles son sus esperanzas y expectativas, y si creen que se van a cumplir o si esta generación entera desde el Río Grande hasta la Patagonia, que ahora tiene más de 20 años de edad y está muy bien formada, dice “no tengo futuro”.
La construcción del pensamiento no la pueden hacer cuatro intelectuales en un cuartito, hay que hacer que esos jóvenes tengan voz y se les empiece a escuchar muy seriamente.
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