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Ana Istarú, “101 Artículos”
Columnas de opinión 2002 – 2008
Ana Istarú sostiene que ella llegó a la prosa por accidente; ¡bendito accidente! Sus reflexiones, sinceras y hondas, nos muestran que la amenidad no está reñida con la profundidad, antes al contrario: aunque el fondo sea oscuro, la palabra que lo expresa debe ser transparente. Por eso cuando Ana Istarú denuncia la violación que sufren tantas niñas y mujeres, muchas veces a manos de verdugos familiares, lo hace de un modo directo y valiente. Con frecuencia la víctima de una agresión sexual debe soportar la humillación que quema en silencio, porque si denuncia se expone a que no la crean o a que la consideren provocadora por sus gestos, sus ropas o el ambiente que frecuenta; y aun más: puede ser imaginada como objeto de codicia.
Ana Istarú nos ofrece en esta cálida selección de artículos la visión que del mundo tiene una mujer cultivada y sensible que se enorgullece de su condición femenina; pero bien entendido: no quiere ser mujer contra el varón, sino con él. Por eso pone en tela de juicio los estereotipos: la mujer ha de ser bella por naturaleza o por oficio; el hombre, sin embargo, puede jactarse de su fealdad y de su desaliño. Aludiendo a la quema de sostenes y menosprecio de cosméticos que, equivocadamente, llevaron a cabo las feministas de los sesenta, Ana insiste en el alto valor de la seducción:
“Caballeros, no quemen su ropa íntima, aprendan a lucirla. Preocúpense por atraernos, por agradarnos, por seducirnos, aunque seamos sus esposas y den por sentado que no hay ya nada que conquistar.
Por Dios, ¿cuál sexo bello? Eso depende tan sólo del sexo desde donde se mire…”
El sexo, visto a través del amor, no desde la mecánica mercantil, o desde la órbita de la represión, es la fuerza que mueve el mundo; o que debiera moverlo. Por eso desconfía la escritora de recetas para besar o fórmulas para obtener orgasmos. El sexo está en el cerebro y en el corazón. De forma caricaturesca ilustra los prejuicios vigentes en buena parte de la sociedad:
“Al sexo, más que geles o vibradores, le falta humanidad. Esa, que nos hace comprender que un varón es algo más que un dispositivo obligado a irreprochables erecciones y una mujer algo más que una muñeca inflable que, si se le solicita, puede también sostener una conversación”.
Toda la obra de Ana Istarú es una reivindicación del cuerpo sin el que no existe, no ya la felicidad sino ni siquiera la vida. Y tampoco hay vida en su verdadero sentido sin el uso exacto del lenguaje. En “La vagina es una flor” arremete contra el falso pudor y contra la publicidad, que quiere tapar los aromas corporales:
“Los olores están íntimamente relacionados con las emociones, la memoria y la conducta sexual. No matan pasiones, las inflaman. Bien lo sabe quien ha hecho el amor resfriado: es tan triste como tomar café sin poder olerlo.”
Ana Istarú nos lleva de la mano por su infancia amorosa, por sus creencias nada dogmáticas, por su incombustible vocación de actriz y de escritora que sabe que en un buen libro puede caber el universo.
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