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La época de inauguraciones del Gran Estadio Chino en Costa Rica ha dado motivo para sucesos curiosos. Dentro de ellos no se ha prestado suficiente atención a un artículo de J. Sagot en la revista Proa (LN: 20/03/11). Lo tituló “Nalguitas” y está dedicado a agraviar a Shakira Isabel Mebarak Ripoll, conocida como Shakira en el mundo pop. El ataque contra Shakira se basa en que ella no merece el éxito alcanzado porque su logro solo resulta, según Sagot, de una mezcla entre su trasero y un buen representante: “La chiquita tiene, en efecto, muy bonitas nalguitas, y por lo visto, eso –y un buen agente– es lo único que una mujer necesita hoy en día para triunfar en la vida”.
En realidad, Shakira es exitosa en el mundo del espectáculo. Es reconocida en él como una gran “performer” y aplaudida. Sus números son de más de 60 millones de discos vendidos, la artista más solicitada en España en este siglo, siete Premios Grammy y ganancias superiores a los cien millones de dólares. Ser exitosa en el showbusiness no es idéntico a “triunfar en la vida”.
Tampoco lo es ingresar mucho dinero. El dinero da prestigio y convoca la admiración de muchos, pero no permite comprar un “triunfo en la vida”. Gandhi y el Che son buenos ejemplos de que no existe una liga necesaria entre hacer dinero y una existencia integrada. Tras su muerte, Donald Trump será recordado solo por su herencia o sus deudas.
Ahora, Shakira, además de artista reconocida y exitosa, tiene experiencias de vida interesantes. Hija de un padre arruinado, juró de joven que ayudaría a los huérfanos y cumplió su promesa al crear la fundación Pies Descalzos que da soporte a niños colombianos y del Tercer Mundo. Cuando Naciones Unidas premió su acción con los chicos (Shakira fue escogida por UNICEF como embajadora de buena voluntad), la artista terminó su agradecimiento diciendo: “No olvidemos que al final del día cuando todos se vayan a casa, 960 niños habrán muerto en América Latina”.
Su “Tour de La Mangosta” lo finalizó con el lema “»Muerdan el pescuezo del odio. Maten a la muerte». Tal vez alguien redacte sus textos, pero ella los hace suyos y, además, escribe poemas y baila desde los cuatro años. Es probable que ella escriba sus canciones e ideas sin perjuicio de que se le ocurran cuando conversa con sus cercanos. Se toca el punto porque Sagot desacredita las letras shakirianas. Las resiente por incomprensibles, superficiales e insuficientemente “filosóficas”. Waka Waka.
Agrega Sagot que la artista desafina, da saltitos en lugar de bailar y que su ‘orientalismo’ (danza del vientre) es étnicamente falso (?). Un giro teológico lo lleva a presentarla como una “deidad pagana” que exige prosternación. O sea, Shakira está en el club de Juan Paulo II. O de la globalización. Malo, malo. En su tsunami de ejecuciones, Sagot aprovecha para dar un filazo a Ricky Martin por su opción sexual.
Con candorosa incoherencia afirma que las nalgas de Shakira crucifican el feminismo de Simone de Beauvoir.Estas líneas no defienden a Shakira. La artista tiene capacidades para luchar sola y en varios lenguajes. Tampoco se interesa este texto en las intenciones de Sagot, por adocenadas. Lo que llama su atención es la obsesión con que Sagot se refiere a las “nalguitas” de Shakira. Una insignia de esta performer es su gran trasero. Nada de nalguitas. Nalgotas. O Sagot no ve bien o no sabe nada de culos.
Prevención: tocar el piano estropea la vista. Y quizás algo más.
Otro con problemas de vista es Rodrigo Arias. Declaró no haber leído la declaración de la fiscala que confirmó que el Ministro Tijerino la llamó para enterarse de por qué se le indagaba. Razón de no leer: lo acababan de operar de un ojo. ¡Pero si tenía la solución a la mano! Llamar a su carnal Víctor Hugo Víquez para que le leyera los titulares. Tres ojos pueden al menos deletrear. Nada. Existimos en una época de sentidos chochos.
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