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Revueltas en mundo árabe tienen desconcertado a Occidente

 
“De las mohosas y corruptas dictaduras –el cáncer de Medio Oriente– está surgiendo un pueblo renacido. No sin derramamiento de sangre, y no sin mucha violencia, tanto delante como detrás. Pero ahora, por fin, los árabes pueden esperar marchar hacia las cumbres resplandecientes. Todos los amigos árabes que tengo me han dicho exactamente lo mismo en las semanas pasadas: Nunca creí llegar a ver esto en mi vida”.

Con esas palabras, Robert Fisk, uno de los mejores periodistas occidentales en Medio Oriente, describía a principios de abril los acontecimientos en la región. Los artículos de Fisk, en el británico “The Independent” y reproducidos regularmente por el mexicano “La Jornada”, son lectura obligatoria para quienes siguen los acontecimientos en esta región del mundo.
 

 

 

 
Sin duda, las causas y las consecuencias de estas rebeliones son motivo de análisis diversos. Algunos  enfatizan las causas económicas de las protestas, mientras otros, como Fisk, ponen el acento en el deseo de libertad.
Libia acaparaba la atención de los medios desde que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó una resolución autorizando la intervención militar en el país, con el fin de proteger a la población civil. Su aplicación, con el bombardeo aliado llegando a la capital Trípoli —la cual padece una situación militar y política aun poco clara—, ha despertado polémica.
Pero la crisis Libia comparte ahora la atención internacional con la creciente ola de violencia en Siria, un país donde más que el petróleo (Siria no tiene en abundancia como Libia), está en juego el equilibro político de Oriente Medio.
Sin duda, las revueltas en el norte de África y el Medio Oriente han provocado un profundo desconcierto en Occidente. En palabras de Immanuel Wallerstein, los aliados están en una “confusión total”.
Refiriéndose a las filtraciones de WikiLeaks, Alfred W. McCoy, Profesor de Historia de la Univerisidad de Winconsin-Madison, afirma que muestran “un Departamento de Estado con dificultades para manejar por todos los medios posibles un sistema global desafiante de élites cada vez más insubordinadas”.
 
 
SIRIA
 
Sobre la crisis siria, el experto en asuntos árabes y mediterráneos, Anwar Zibaoui, destacó que la reforma del sistema político “no es un lujo, sino un requisito en la vida de los sirios. Su economía está en una posición difícil. No es capaz de crecer para generar los millones de puestos de trabajo necesarios y la capacidad del Gobierno de seguir su política de subvenciones es limitada. La producción de crudo disminuye y el considerable déficit presupuestario alcanzó, según el FMI, los 2.600 millones de dólares en el 2010”.
Fisk coincide con ese diagóstico: “La economía nacional flota muy cerca a la bancarrota. Diplomáticos suecos señalaron que Siria no resultaría afectada por la catástrofe económica occidental con el argumento de que la economía siria, en realidad, ni siquiera existe”.
En países conformados por una variedad de pueblos y una diversidad religiosa, surge la duda, como en el caso de Libia, si podrán permanecer unidos.
Hasta ahora, dice Fisk, el presidente Bashar al-Assad “ha logrado, con una minoría ‘alawita’ (o sea chiíta), atraer a la mayoría de la población sunita musulmana del país dentro del sistema económico establecido. Ciertamente, los sunitas son la economía de Siria; una élite poderosa desinteresada en las revueltas, la desunión o las conspiraciones extranjeras”.
Pero, en la particularmente compleja situación del Medio Oriente, el papel de Assad es decisivo, pese a las dificultades económicas internas.
“Siria es clave en la compleja realidad del Medio Oriente por distintos motivos: su situación geográfica estratégica (fronteriza con Israel, Líbano, Jordania, Irak y Turquía), su cercanía política con Teherán, su determinante influencia en la realidad del Líbano, su apoyo a las organizaciones extremistas de Hizbulah y de Hamas, su calidad de Estado no-islámico ni monárquico, y por su conflictiva relación con Israel”, como destaca la BBC. Pese a que, técnicamente, está aun en guerra con Israel —con quien nunca ha firmado un acuerdo de paz— los jefes de los principales organismos de seguridad israelíes “han aconsejado en los últimos años llegar a un acuerdo de paz con Assad para ‘alejarlo de Irán y debilitar el eje terrorista Hizbulá-Hamas-Damasco-Teherán”, en palabras de Danny Yatom, exjefe del Mosad (el servicio de inteligencia del estado judío).
“Claro que Israel no está dispuesto a pagar la moneda que exige un acuerdo: los Altos del Golán, ocupados en la guerra del 67”, señala, sin embargo, el analista Sal Emergui.
Pese a esa ocupación, la frontera de Israel con Siria ha sido la más tranquila y estable en años recientes. Esa sería una de las razones por las cuales Israel ve con preocupación un eventual cambio de régimen en Siria, a pesar de las estrechas relaciones de Assad con el Hezbolá libanés y con la República Islámica de Irán. “Si los israelíes necesitan lograr la paz con Líbano, también necesitan a Assad”, señalan.
En todo caso, las protestas de las últimas semanas se han saldado con centenares de muertos y han obligado al régimen a adoptar algunas medidas de liberalización, postergadas durante décadas, como el levantamiento del estado de emergencia, vigente desde 1963, precisamente ahora cuando el país vive una verdadera emergencia.
“Siria está cambiando. Estamos en el final de una era y en el comienzo de otra muy diferente. Los sirios han decidido que ha llegado la hora de la verdad: están cansados de pobreza, desempleo y marginación. Quieren libertad y vivir, como otros pueblos, con dignidad”, afirmó Zibaoui.
Sería imprudente –agregó– “asumir que los cambios anunciados en los últimos días marcarán el inicio de un esfuerzo sostenido hacia la reforma. Puede que una rápida puesta en marcha sea un paso en la dirección correcta, pero no hay que olvidar la desconfianza manifiesta de la población. Ha habido periodos de promesas en el pasado que finalmente quedaron en nada; no es razonable que se repita ni embellecer un sistema erosionado que pertenece al pasado”.
 
LIBIA
 
Otro escenario donde los acontecimientos están en pleno desarrollo es Libia.
La afirmación “Libia está efectivamente dividida entre oeste y este. Gadafi sigue al mando del oeste” resume, en pocas palabras, la situación en el país.
Si bien para el ministro de Defensa británico, Liam Fox, “los rebeldes están ganando terreno”, Vijay Prashad, catedrático de Historia del sur de Asia y director de Estudios Internacionales del Trinity College de Hartford (Estados Unidos), estima que la situación ha llegado a un punto muerto militar.
Ante esta situación, afirma, “la alternativa razonable es iniciar negociaciones con Trípoli para un acuerdo a través de mediadores o declarar la formación de Libia Oriental, un nuevo país. En ese caso, Egipto tendría que reconocerlo inmediatamente. Lo mismo vale para Turquía. Son la clave”.
Las tierras petrolíferas, agrega Prashad, “se encuentran en la frontera entre las dos partes del país, cerca de las arenas movedizas de la línea de fuego, entre Ras Lanuf y Brega. Si hay una partición o un acuerdo a través de intermediarios, será necesario llegar a un entendimiento sobre la estabilidad de oleoductos y gasoductos y sobre la repartición de los beneficios entre este y oeste”.
La situación social del país es muy distinta a la de sus vecinos, como se ha señalado reiteradamente.
“En este país africano no hay hambruna, el 80% de la población está alfabetizado y tiene acceso al agua potable y la sanidad. La esperanza de vida es de 79 años y la tasa global de fecundidad es del 2,7, un signo claro del avance de la mujer. Lo inverosímil de la crisis de Libia, en la actual coyuntura de la región, es que los sublevados no son los ciudadanos, hartos de la dictadura férrea de Gadafi, sino jefes tribales –pseudo caudillos-, respaldados por los comandos de la OTAN”, recordó Nazanín Amiriam.
Aquí, en realidad, el secreto del interés de Occidente es el petróleo: Libia tiene la principal reserva de petróleo de África.
Pero no solo eso, el costo de producción del crudo, que es de gran calidad, no llega al un dólar por barril. En Canadá, por ejemplo, ese costo es de $50 por barril. 
 

 

  • Gilberto Lopes 
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