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¿Alguien se ha preguntado cómo hacer mejor las cosas? Yo sí. Bastaría con quitar la cara de consternación cada vez que Pilar Cisneros o Amelia Rueda vapulean a las instituciones públicas, para en su lugar realizar un ejercicio concienzudo y analítico de cada una de las “nefastas cosas que suceden”, y decirles de una vez por todas que nos dejen hacer nuestra propia lectura de los acontecimientos; pero, para eso resulta forzoso que adquiramos un compromiso de indagación y verdadero control social. No basta, entonces, enarbolar críticas con el compañero de viaje que se entretiene con la portada de un periódico que sataniza la labor de la Caja, por ejemplo.
No azarosamente selecciono ese ejemplo. Hace dos días tuve la posibilidad de ver cómo uno de nuestros directivos, porque trabajo justo en ese edificio plantado como un árbol en el centro de San José, advertía de los insignes logros que ha alcanzado esta institución a lo largo de su historia que ya luce 70 años. Me sobrecogió un gran pesar al mirar cómo datos como los que él apunta no sean de interés de los medios de difusión masiva. No importa cuánto se haya acrecentado la expectativa de vida, ni la reducción de la mortalidad infantil, ni que todo lo que se hace a través de todo el territorio nacional se haga con un PIB marcadamente inferior al de países del primer mundo. Lo que importa es acelerar la caída de todas las instituciones que han propiciado paz social, porque en su lugar han de plantarse árboles artificiales y de poca sombra. Enormes complejos de turismo en salud y servicios privados.
Por supuesto, árboles menos frondosos que la seguridad social, pero en todo caso, ¿qué importancia tiene si el grueso de la población no puede acceder a su sombra? Resulta que muchos ticos somos población sobrante. De hecho, quizá para este 2011, algún lector habría celebrado no leer estas líneas porque quien escribe, de no ser por la seguridad social, habría dejado desde hace algunos años esta tierra para otros. No obstante, sigo acá, y me reclama el deber de decir las cosas como son.
En primer lugar, resulta ignominioso que otros como yo, no encuentren acogida en los diarios de circulación nacional cuando de decir cosas buenas y con respaldo se trata. La Caja, sigue siendo, pese a los yerros que se le achacan, una de las instituciones que procura bienestar social, eso por no alardear y decir que es la que se encuentra en la cúspide de la organización estatal.
En segundo lugar, pareciera necesario que se llame a toda la población a no ser “idiota” en términos griegos. Debemos interesarnos por los asuntos públicos, pero, insisto, no desde la crítica irresponsable. Es menester estar informados para emitir cualquier juicio y el asunto no puede estancarse ahí. Hay que constituirse en agentes de cambio. Tomo para el caso prestadas unas palabras de una compañera: “Resulta que es muy cómodo sentarse frente al televisor en la sala de la casa a solucionar la crisis que hoy enfrenta el Estado”, pero, ¿será eso suficiente? Quizá alguno se sienta satisfecho así, pero a ese yo le negaría el derecho a levantar el brazo para opinar.
En tercer lugar, es hora de que se le ponga coto a las componendas entre los políticos con p chiquita y las campañas mediáticas que se ensañan en contra del funcionario público tildándolo de corrupto, irresponsable, perezoso, y para colmos, tonto. Quien no ve allí toda una estrategia para desacreditar la labor de nuestras instituciones no “está en nada”.
En cuarto lugar, también me parece apropiada la invitación para todos aquellos que arremeten contra el quehacer de la Caja, sus hospitales, sus clínicas a que se codeen un día, solamente un día, con las limitaciones que impone un país rico en crítica, pero tacaño en solidaridad y responsabilidad. Tal vez haga falta que quienes se apresuran a vociferar agravios, se doblen las mangas con cualquiera de nosotros y gestemos soluciones en medio de la crisis real y ficticia, con el miedo que le acompaña, que nos mete el coco de los medios de difusión.
Es por eso que investigo si alguien se ha preguntado cómo hacer mejor las cosas. Repito que yo sí. Basta con oponer resistencia a lo que nos digan las pilares cisneros o las amelias rueda. Adquirir una conciencia responsable de nuestro entorno y generar una apuesta de acción por defender lo que nos pertenece a todos, porque desterrar a la Caja al exilio del olvido sólo beneficiará a unos pocos. Los otros estaremos al otro lado de la acera, mirando los enormes complejos para turismo de salud donde las generaciones venideras, como mucho, tendrán una referencia televisiva, porque la salud no será asunto que les competa a ellas.
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