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La hipócrita danza de la cotidianidad

La convivencia humana se ha tornado tan compleja que exige de un tipo de compresibilidad simultáneamente expansiva y aleatoria, posibilitadora de una sana interacción entre sujetos y del reconocimiento de sus subjetividades.

La convivencia humana se ha tornado tan compleja que exige de un tipo de compresibilidad simultáneamente expansiva y aleatoria, posibilitadora de una sana interacción entre sujetos y del reconocimiento de sus subjetividades.
El impacto de lo espontáneo nos aturde. Tanto lo acostumbrado como lo que es inesperado, ha de ser vinculado a alguna categoría de valoración e interpretación, existente dentro de un régimen de significados, para poder entender cada manifestación de las diversas identidades humanas como una identificación consciente de espacios, lugares, tiempos, momentos,  sujetos y conductas.
La ruptura de aquel régimen superestructural de significados, provocada por la irrupción de nuevos actores, ha hecho que la capacidad de comprensión intersujetal se pierda a grado que lo inesperado, lejos de poderse aceptar como la particularidad propia de aquel que aún no es parte del nosotros, sea tan sólo expresión repugnante de su vulgaridad, disimulable apenas en su anonimato y distancia.
Ansioso por el control de un mundo colapsado, el ser humano se ha hundido en una danza de hipócrita cotidianidad que nos lleva a centralizar tiránicamente lo que otros hacen dentro de lo que esperamos, deseamos y ordenamos. La diversidad se ve así agobiada por miradas de desprecio y sonrisas burlonas.
Escenario de perversión de relaciones filiales, la convivencia se ha distorsionado hasta el grado en que el sujeto, para ser tratado como persona, debe ser reducido a un objeto constituido por aquello que complace a aquel que lo acepta como parte de su cotidianidad, como si la convivencia con él no fuese un simple evento, sino más bien un privilegio.
Ser lo que somos, sin guardar las conocidas normas de la apariencia, con las que, como lo dictan las buenas costumbres, hemos de comportarnos cuando recién conocemos a otro, es una costosa prerrogativa, cuyo precio es la burla, el desprecio y la soledad.
Los regímenes superestructurales de significados son resultado de una articulación intencional y de larga data dentro de las sociedades capitalistas. Diversidad de discursos filosóficos, políticos, religiosos, enunciados desde lugares específicos de poder y privilegios, destacaron y consolidaron conductas de diferenciación identitaria autovalidada, elevándolas al grado de usuales convenciones conductuales. Los significados superestructurales hegemónicos surgieron así de conductas de diferenciación, las que en su novedad primero fueron trivializadas como excéntricos modismos de innovadores espíritus que se abrían a la configuración de su identidad, y luego elevadas al rango de conductas de identidad consolidada.
Antes de que cada época sea hegemonizada por una tiranía de los significados, la cotidianidad del mundo transita fugazmente por rutas de resistencia identitaria. Una  dinámica de innovaciones conductuales que subsiste hasta que la experimentación con significados e identidades se ve ahogada en absolutizaciones éticas, políticas y religiosas, que, desbordando la inteligencia, disfrazan lo espontáneo con el prístino lino de lo que luego se le llama virtud. El amanecer de una nueva época se ve opacado por las sombras de los prejuicios que precipita. Víctima de sus peros, el mismo ser humano enjuiciado, enjuicia al otro como vulgar.
Un espíritu envilecido que se considera libre siendo más bien esclavo de prejuicios reduce al otro a objeto, siguiendo la ruta convencional que transita la existencia colonizada por la individualización capitalista, impide la afirmación de lo humano en la diversidad constitutiva y diferenciadora del nosotros. La perversa rutina de intolerancia se refugia de sí misma entre los hipócritas disimulos de las “buenas costumbres”.
Mas lo extraordinario para el filósofo no es esa danza de imposturas, sino la agitada turbulencia de resistencias a exclusiones y reducciones simbólicas, dentro de la que se configuran nuevos espacios alternativos de cotidianidad, nuevos escenarios de relaciones filiales, en los que emergen y se consolidan significados identitarios descentralizados.
Nos hemos precipitado hacia un cambio  sobre el cual no tenemos ninguna certidumbre, pero en el cual ciframos los excluidos nuestras esperanzas de una alternativa post-capitalista, más que por argumento de la ciencia, por argumento de la esperanza que se valida en la certeza de que los gritos de los que están en el infierno, no pueden dirigirse más que hacia el cielo.

  • Hermann Güendel
  • Opinión
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