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El señor Dupont recibe el siguiente anónimo: «Si tiene ganas de ver a su mujer de buen humor vaya el jueves al baile de los Incoherentes en el Moulin Rouge. Estará enmascarada y disfrazada de pastora congolesa. A buen entendedor… Un amigo».
Esa misma mañana, Margarita, la esposa de Dupont, recibe este anónimo:
«Si tiene ganas de ver a su marido de buen humor, vaya el jueves al baile de los Incoherentes en el Moulin Rouge. Estará enmascarado y disfrazado de caballero medieval. A buen entendedor… Una amiga».
Ninguno de los dos hizo oídos sordos a semejantes noticias. Disimulando sus sentimientos, el jueves dijo Raúl:
-Querida: tengo que viajar a Dunkerke otra vez. Estaré de vuelta mañana a media tarde.
-Me viene muy bien -contestó Margarita deliciosamente cándida- me llamó la tía Aspasia: está enferma y quiere que vaya a acompañarla. Pasaré la noche en su casa.
El baile de los Incoherentes alcanzó ese año un brillo deslumbrante. Dos de los bailarines no parecían participar, sin embargo, de la locura general: un caballero medieval y una pastora congolesa, los dos herméticamente enmascarados. Hacia las tres de la mañana, el caballero medieval se acercó a la pastora congolesa y la invitó a cenar en uno de los palcos. Por toda respuesta, la pastora apoyó su pequeña mano en el brazo robusto del caballero y la pareja cruzó la pista en dirección al palco.
-Déjenos solos- le dijo el caballero al mozo que vino a atenderlos- vamos a elegir el menú sin apuro y después tocaremos el timbre para llamarlo. El mozo se retiró y el caballero cerró la puerta del palco pasando el cerrojo. De inmediato se sacó el caso y de un manotón arrancó el antifaz de la pastora. Ninguno de los dos pudo reprimir un grito de estupor. No se reconocieron. Comprobaron con vergüenza que no eran Raúl y Margarita.
(ALFONSO ALLAIS,-1864-1905- nació y murió en Francia y fue uno de los más famosos humoristas de la Belle Époque).
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